Por qué la toma de colegios secundarios porteños es absurda

El ánimo molesto de la Argentina del pasado y de los que continúan con una telaraña revolucionaria que les anula el entendimiento y les tapa la visión sigue haciendo de las suyas en el país. Ahora ha surgido un movimiento en las escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires que ha decidido tomar colegios para oponerse a la reforma educativa propuesta por el Ministerio de Educación de la Ciudad y que incluye la posibilidad de que los alumnos hagan pasantías laborales en empresas para ir proveyendo a los estudiantes de herramientas para insertarse más fácilmente en el mundo laboral.

Estos revolucionarios de opereta toman los colegios bajo el argumento de que, con la carátula de reforma educativa, se está ocultando un proceso de explotación del trabajo de los jóvenes. Resulta francamente desopilante que esto ocurra en la Argentina del siglo XXI, en donde debería agradecerse a la gente que piensa qué elementos se le pueden dar a quienes aún están en etapa de estudios para que, cuando necesiten trabajar, cuenten con más experiencia, más herramientas y más conocimientos que faciliten su vida.

El proyecto del Ministerio está muy bien argumentado, con la participación de profesores, con el objetivo de introducir a quienes no han visto en la vida otra cosa que teorías, en el fascinante mundo de la práctica. La respuesta a esa iniciativa es la toma de colegios. La conclusión es muy obvia: la Argentina ha sido acostumbrada por muchos más años que los recomendables a la inactividad lisa y llana, a la creencia de que un maná celestial proveerá las necesidades de todos porque eso es lo «socialmente justo».

Al lado de esa mentalidad paupérrima se ha desarrollado un «revolucionismo» que se interpreta a sí mismo como «superado» si fomenta estas acciones que ellos definen como «antisistema».

Obviamente, a esta altura, hay que preguntarse cuál ha sido y cuál es el papel de los padres de estos alumnos. ¿Qué hablan en sus casas?, ¿qué les dicen a sus hijos?, ¿acaso están de acuerdo con ellos?, ¿qué esperan que ocurra con la educación de la que, por otro lado, tanto se quejan?

Resulta francamente increíble lo que cuesta encarar cualquier cambio en la Argentina. Hay que tener una paciencia enorme para doblegar todas estas rigideces y para llevar adelante los proyectos. Todo es un problema en el país; todo es un inconveniente. Se pretende ser distinto pero continuar haciendo las mismas cosas.

En otro capítulo del tema educación, los jóvenes aspirantes de la carrera de Psicología están presionando para que la matemática salga como materia del CBC bajo el argumento de que un psicólogo no necesita la matemática. ¡Otro desacierto! La matemática debe ser la ciencia que más y mejor formatea la cabeza de un ser humano, sea este abogado, médico, psicólogo o carnicero. El ejercicio de la lógica matemática y de la precisión aritmética genera un patrón de razonamiento que luego es aplicable a cualquier actividad o rama del saber. La Argentina es, ya no sólo en el mundo sino en la propia región, de los países que menos matemática enseña a sus alumnos y de las currículas con menos horas de matemática en el planeta.

Otros países como China y Japón entrenan a sus jóvenes en las ciencias matemáticas para que tengan mejor futuro. Los Estados Unidos cambiaron rápidamente sus currículas para profundizar el estudio de las matemáticas en las escuelas y en los colegios, conscientes de la nueva competencia a la que los obligan los orientales. Aquí, al lado nuestro, Uruguay acaba de agregar los sábados a los colegios para que los chicos vayan sólo a estudiar matemáticas. Y nosotros queremos eliminar lo poco que tenemos.

La Argentina es un país con un fuerte componente autodestructivo. Por eso, son posibles fenómenos como los Kirchner, que plantean la toma del Estado para empobrecer a la sociedad, convertirla en una suerte de zombie dependiente de la limosna estatal, mientras ellos se hacen millonarios robando los recursos públicos.

Un pueblo educado nunca hubiera permitido semejante atropello. Una sociedad con mentalidad aritmética no hubiera tolerado la destrucción moral del país. Una sociedad de padres conscientes no habría permitido que sus hijos tomaran colegios para negarse a hacer prácticas de trabajo real.

La verdad es que, si Cambiemos tiene éxito, al cabo de su gestión habrá conseguido poco menos que un milagro. O en realidad varios: domar al peronismo fuera de la sangre que lo alimenta, el poder; avanzar en reformas mentales atávicas que mantienen a la Argentina sujeta a los años 40; terminar los plazos presidenciales que establece la Constitución habiendo sorteado la innumerable cantidad de trampas que los «revolucionarios» le han tendido, doblar el brazo de la violencia y de la opción callejera, y establecer un orden legal alejado de las leyes especiales y más cercano al derecho común.

De todo eso se trata la era que nos tiene por contemporáneos. Estamos asistiendo a los múltiples crujidos de un cuerpo anquilosado que, enfermo como está, se resiste a tomar la medicación adecuada, bajo el argumento de que es nueva y que nunca la tomó. Si como somos contemporáneos de los crujidos podemos llegar a ser contemporáneos del parto de un país nuevo, nuestra generación será histórica, cobrará una dimensión a la que sólo el tiempo podrá darle su verdadero valor.

Fuente: Inobae.com    Carlos Mira

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