Ideólogo o presidente, esa es la cuestión

Cuarenta y un días después de su aterrizaje en la Casa Rosada, Javier Milei sigue sin encontrar la manera de que sus ideas se conviertan en hechos concretos de gobierno. Su credo libertario y sus impulsos viscerales están todavía a una notoria distancia de la Argentina real, un país cruzado por intereses y regulaciones. El Presidente da señales equívocas sobre el trazo definitivo de su gestión. Aún no se conoce si la rigidez ideológica será su soporte o una barrera autoimpuesta.

Hay quienes creen ver en Milei rasgos pragmáticos de un negociador que presiona para conseguir sus objetivos. Sin embargo, avanzada la segunda mitad de esta semana, la etapa negociadora por la ley ómnibus no alcanzaba resultados que llevaran a un equilibrio entre lo que quiere obtener y quienes están dispuestos a ayudarlo sin resignar su identidad partidaria original.

El miércoles, Milei pareció desmentir la hipótesis que lo describe como pragmático vestido con las ropas del “libertarismo”, según su propia definición del liberalismo extremo que defiende. El discurso de Davos, en el Foro Económico Mundial, fue celebrado por el padre ideológico del Presidente, Alberto Benegas Linch (h). “Nunca en foro alguno en el mundo se ha escuchado una clase magistral de libertad de la envergadura que presentó hoy en Davos el Presidente Milei. Un lujo que quedará en los anales de la historia universal”, escribió en X, para luego agradecer que Milei lo hubiera citado.

«En Davos Milei eligió apostrofar a los líderes políticos y empresarios. Son elecciones.»

Énfasis aparte, Benegas Linch tiene razón. Milei dictó una ponencia al estilo de las conferencias que suelen dar algunos especialistas en este tipo de foros. El problema es que fue invitado como presidente, y como tal les enrostró ser socialistas o tolerantes con el socialismo a una larga lista de familias políticas: “No hay diferencias sustantivas. Socialistas, conservadores, comunistas, fascistas, nazis, socialdemócratas, centristas. Son todos iguales”.

Quienes lo escuchaban y recibían esas exaltadas expresiones eran los líderes políticos y económicos del capitalismo global.

El Presidente le habló a Davos con una ideología opuesta pero con el mismo énfasis que usaba Cristina Kirchner para dictar cátedra ante auditorios internacionales.

Milei confirmó ante uno de los más notables auditorios posibles que es un fenómeno, en el sentido estricto de la palabra, tal y como se había mostrado al mundo durante los dos años que tardó en ascender desde los paneles televisivos y las redes sociales hasta la Presidencia de la Nación. En esa condición regresa de la reunión en Suiza.

Es bien llamativo que al estructurar su discurso no incluyera ni un párrafo para convocar al mundo a acompañar a la Argentina en esta nueva etapa bajo su mando. Eligió apostrofar a los líderes políticos y empresarios. Son elecciones.

Milei aguarda todavía otra definición que muy posiblemente marcará gran parte de su gobierno: la aprobación o el rechazo de la ley ómnibus. Depende más de él que de todo el resto del sistema político, que todavía le está midiendo sus condiciones de líder.

«La mayoría que podría sumar Milei le pone condiciones que no han sido del todo negociadas»

La buena o mala voluntad de la oposición en sus diversas variantes que lo espera en el Congreso depende de las señales que envíe. Hasta en su propio gobierno se preguntan qué es lo que realmente quiere obtener.

Milei ha dicho en público que es “todo o nada” y recriminó por igual a justos y pecadores: “Son coimeros”, dijo de los legisladores que le plantean reparos pero le proponen alternativas.

El viejo juego de halcones y palomas está planteado en el nuevo oficialismo para lidiar con el viejo sistema político, hoy fragmentado y sin rumbo.

El Presidente tiene una mayoría posible en ambas cámaras que resulta de agregar a su escuálida fuerza parlamentaria la representación política que lo hizo crecer del 30% al 56% en las elecciones. Hay tres bloques en Diputados, el del PRO, el radical y el que preside Miguel Pichetto, dispuestos a votar una parte de la ley ómnibus.

El punto consistió hasta ahora en saber qué parte del proyecto quiere que sea ley Milei y hacerlo coincidir con los intereses de los legisladores que, a su vez, representan a los gobernadores y su interés en no perder fondos, y que además tienen compromisos con sectores relevantes de la producción y de la sociedad.

Es la lógica de un país real, percudido por ventajeos y cotos cerrados, pero también interesado en que no se destruyan genuinos sectores económicos y sociales por el solo hecho de conocer su existencia.

Ejemplo: las retenciones a las exportaciones de las economías regionales implican en varias provincias un grave perjuicio, aunque tienen un bajo impacto a la hora de aumentar la recaudación para achicar el déficit fiscal. Gobernadores de todo pelaje vienen planteando alternativas con otros impuestos a cambio de no hacer inviables a esas economías. Milei por ahora no dice ni que sí ni que no.

No todo depende del Presidente. El cambio al régimen de biocombustibles en beneficio de las empresas petroleras encendió el rechazo a la ley en Tucumán, Santa Fe y Córdoba. El asunto parece haberse arreglado con una negociación entre ambos sectores, que presentaron al Gobierno un acuerdo.

La mayoría que podría sumar Milei le pone condiciones que no han sido del todo negociadas. Tal vez porque el Presidente no recibe desde el Congreso toda la información necesaria. Hay quienes le cuentan que la ley sale sin dificultades, pero también están quienes le dicen que los números no cierran.

Una cosa es una aprobación en general y otra, muy distinta, la votación en particular de cada artículo. Allí se corre el riesgo de que se esfumen los votos necesarios y del proyecto original quede poco y nada.

Un conflicto entre las ideas y la realidad que se busca transformar con esas ideas está al principio y al final de cada dilema.

Sergio Suppo

Fuente: La Nación

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