Mauricio Macri siente que doblegó a la corporación sindical. El argumento del Presidente se sustenta al comparar la foto del 1° de mayo de este año con lo que fue la celebración del Día del Trabajador de 2016. La postal tuvo un giro drástico: mutó de la inédita alianza de las cinco centrales obreras y la izquierda para presionar por un proyecto de ley antidespidos a la jornada de ayer, con seis actos por separado que vuelven a exhibir la atomización del rompecabezas sindical.
Con la dispersión sindical, el Gobierno gana oxígeno hasta que la economía comience a entregar señales más auspiciosas. Tiene doble valor si se interpreta la división como un obstáculo para que los gremios profundicen su plan de lucha. Después del paro general del 6 del mes pasado, hubo algunos dirigentes gremiales vinculados al kirchnerismo que agitaron para acentuar la protesta, con más huelgas y movilizaciones. No tuvo eco por ahora la intencionalidad de reactivar el estigma sindical que agobió a los gobiernos no peronistas.
No lo reconocerán abiertamente, pero en el Gobierno se trabajó subterráneamente para desgastar al sindicalismo. Macri se refirió recientemente a las mafias sindicales, empresarias, políticas y judiciales. Prometió desterrarlas. Sin embargo, el mensaje presidencial, expresado en la víspera de lo que fue el primer paro general de la CGT, tenía un único destinatario: los gremios. Desde entonces, la ofensiva oficial se reforzó. Más aún al percibir que la huelga no había tenido la contundencia y adhesión que habían vaticinado sus impulsores.
El Gobierno agrietó a la CGT sellando acuerdos sectoriales y el Ministerio de Trabajo amenazó a los gremios con inspecciones más rigurosas en sus cuestionadas democracias internas, en tren de fomentar la renovación de las cúpulas. Y hasta hubo una determinación en lo relativo a las obras sociales sindicales que no difiere de la estrategia que implementaba Cristina Kirchner: repartir de manera discrecional los fondos de la salud, con un supervisor político que digite a Luis Scervino, el superintendente de servicios de la salud que accedió a su cargo como parte de un pacto entre Macri con Hugo Moyano y José Luis Lingeri.
Como parte de la misma estrategia para excluir a la CGT y a las dos CTA, Macri encabezó anoche en el microestadio de Ferro un acto por el Día del Trabajador rodeado de un puñado de gremios que desconocen la legitimidad del triunvirato de mando cegetista.
El denominado sindicalismo macrista, que tiene al ruralista Gerónimo Venegas como su rostro más visible, impugnó el año pasado en el Ministerio de Trabajo a la conducción de la CGT por considerar que su elección no se ajustó al estatuto de la central. El expediente está en manos del jefe de la cartera laboral, Jorge Triaca, quien podría quitarle validez al triunvirato hasta ordenar un nuevo llamado a elecciones internas. Triaca tiene otra carta de presión: la justicia laboral lo autorizó a sentenciar la vieja disputa entre los colectiveros de la UTA y los metrodelegados por la representación de los trabajadores del subte. La dilatación de esta puja favorece a la UTA, que había perdido la pulseada cuando el kirchnerismo estaba en retirada, y le abre al Gobierno una inmejorable oportunidad para condicionar a uno de los gremios más poderosos de la CGT y de la influyente confederación de transportistas.
No fue casual que a los pocos días del paro del 6 de abril el Gobierno haya abierto un canal exclusivo de negociación con los gremios del transporte para beneficiarlos con la reducción de la carga del impuesto a las ganancias de las horas extras y los días feriados. Este guiño a los transportistas esconde una intencionalidad: romper el alineamiento que los sindicatos del sector mantienen con la CGT. El transporte, en definitiva, fue el músculo que garantizó el impacto de la huelga. Sin ellos, un eventual paro fracasaría.
En el Gobierno ven muy lejana la posibilidad de que se repita la unidad sindical que se logró el año pasado por la ley antidespidos. Sólo un conflicto ubica hoy a los gremios bajo un mismo techo: el de los docentes. Tal vez por eso las CTA eligieron ayer la carpa itinerante de los maestros como escenografía de su acto por el Día del Trabajador.
La heterogeneidad sindical se dio tanto en la práctica como en la retórica. Juan Carlos Schmid, uno de los integrantes del triunvirato de la CGT, cuestionó el rumbo económico del Gobierno, aunque no dio pistas de reflotar el plan de lucha. Todo lo contrario a lo que expresó el jefe ceteísta Hugo Yasky, que empuja junto con la izquierda para que la CGT llame a otro paro.
Pero el sindicalismo clásico y peronista está dispuesto a negociar. El último paro, incluso, no tuvo la adhesión total dentro de la CGT, sobre todo entre «los Gordos» (grandes gremios de servicios). El vínculo con el Gobierno, sin embargo, estará condicionado al reparto de los fondos a las obras sociales y al desenlace de los conflictos en OCA y SanCor, que podrían minar la tregua entre Macri y Moyano.
Fuente: La Nación Nicolás Balinotti
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