Una “novela” política de vuelo bajo

El escándalo del avión venezolano/iraní aún en curso demuestra, una vez más, que hay dos problemas previos y de base que, si no somos capaces de remover, seguirán impidiendo resolver tantos asuntos graves que tenemos pendientes. Uno es porfiar en atarnos a actitudes y prédicas sospechosas con tal de defender banderas propias y “países amigos”; el otro es hipersensibilizarnos al extremo solo para defender esa militancia y atacar las que no coinciden con ella, con más mentiras y agresiones que con buenos argumentos.

Al prevalecer estos dos comportamientos, se contamina cualquier proceso de solución, lo complejiza y hasta lo hace impracticable. En ese pantano áspero chapotea el mundillo político y así los temas más acuciantes quedan para un más adelante que nunca llega.

Resolver qué hacer con la nave de Conviasa/Emtrasur, y con sus incómodos tripulantes, hubiese sido más fácil y rápido si no prevalecieran esos vicios tan nocivos.

Un buen punto de partida sería procurar restaurar la buena fe como requisito indispensable que facilite un diálogo más fructífero y ejecutivo entre oficialistas y opositores.

Si la chicana y la agresión son más importantes que tratar de entender y desentrañar los temas más urgentes, seguiremos perjudicados, confundidos y malhumorados de por vida y cada vez con más problemas. Nos decimos de todo, pero nada se resuelve; todo empeora. Esto también vale para parte del periodismo (especialmente el televisivo) que en su afán de dramatizar, puede terminar siendo alarmista o, lo que es peor, una caricatura solo para consumo irónico. La credibilidad está en juego.

Quizás no sea el asesino ni el ladrón, pero actúa como tal, o como quien encubre el delito. De eso se trata comportarse sospechosamente. Una sensación que se acentúa cuando los antecedentes no ayudan.

El comienzo de esta oscura historia coincidió casi en paralelo a que el Presidente sacara la cara por Venezuela en la Cumbre de las Américas, en Los Ángeles, y de inmediato recibiera el agradecimiento de Nicolás Maduro, tan luego ¡desde Teherán!

Siguió cuando el flamante titular de la AFI, Agustín Rossi, arriesgara la “presunción” (es la palabra que usó) de que, además de ser un avión de carga, llevaba en su interior a instructores de vuelo (desmentido por un diputado chavista). ¿Era un comentario al azar como el que se puede lanzar en una rueda informal de café con amigos o era una información certera salida de las usinas de inteligencia? Si se tratara de la segunda opción, debió ser aclarado como corresponde.

Que los mecanismos aeroportuarios y de seguridad demoraran en entrar en alerta cuando ya las empresas petroleras (inclusive la oficial YPF) se habían negado a reabastecer la nave con combustible, habla de una falta de coordinación elemental.

El énfasis de Aníbal Fernández en repetir que el comandante de la nave puede ser un homónimo de uno de los comandantes de la Guardia Revolucionaria Islámica alteró los ánimos de los más desconfiados, que se acrecentaron con las declaraciones del ministro de Inteligencia paraguayo. “No es parecido, homónimo ni nada. Es la persona y eso es preocupante”, aseguró Sebastián Aquino.

Al Gobierno le faltó transitar el caso con más agallas y mayor tacto teniendo en cuenta que hay una sensibilidad muy especial en un país castigado con dos atentados de magnitud por parte del terrorismo islámico, un bochornoso memorándum de entendimiento con Irán y la muerte violenta del fiscal federal que lo investigaba.

Advirtió en parte esa situación la portavoz presidencial, Gabriela Cerruti, aunque circunscribiendo la sensibilidad solo a los ataques a la embajada de Israel y a la AMIA por razones obvias. Pero no perdió la ocasión, una vez más, de malquistarse con los acreditados en la Casa Rosada, al opinar que en el tratamiento de este tema “la novela periodística pasa los límites de lo razonable”.

Pero la más sórdida “novela aérea” la viene escribiendo la política desde hace años: el contrabando de armas a Croacia y Ecuador; el “narcojet” comandado por los hijos de uno de los jefes máximos de la Fuerza Aérea, el caso Antonini Wilson, los cuestionados vuelos al Calafate y el sonado escándalo diplomático que provocó Héctor Timerman con un avión militar de los Estados Unidos lograron superar con creces cualquier supuesta “novela periodística”.

Volviendo al avión de Coviasa/Emtrasur (que sigue a nombre de la aerolínea iraní Mahan Air, como documentó Franco Rinaldi, por LN+) en algo también coincidieron Cerruti y la embajada de Israel: que más allá de cruzar varios cielos, el país que se vio forzado por las circunstancias a tomar cartas en el asunto, reteniendo la aeronave, sea atolondradamente o disfrazando supuestos intereses, fue la Argentina. El comunicado de esa sede diplomática expresó “su reconocimiento por el accionar rápido, efectivo y firme de las fuerzas de seguridad argentinas” lo que “constituye un mensaje importante a Teherán para que no vuelva a intentar actuar en suelo argentino ni en ningún otro país de la región”. En dirección similar se expresó Estados Unidos, mediante su embajador en la Argentina, Marc Stanley, al agradecer “los esfuerzos investigativos de las autoridades argentinas para esclarecer la situación”.

Vociferan desde el oficialismo y la oposición, en tanto la Cancillería hace mutis por el foro. Más que novela, un mediocre folletín con final abierto.

Pablo Sirvén

Fuente: La Naciòn

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