Un enigma indescifrable. La combinación de las extravagancias de la Argentina con las singularidades del peronismo, más las peculiaridades cristinistas y las excentricidades del Frente de Todos mantienen atribulados a casi todos. Los dos primeros ingredientes ya resultaban complejos hasta para los argenperonólogos. Pero ahora suma perplejidad que colapsara la arquitectura original del artefacto electoral triunfante hace solo dos años. Y el desconcierto se ahonda ante la temprana oxidación de la cúpula, donde permanece una figura que oficia de pararrayos con la fisonomía de un señor sexagenario, de bigotes tupidos, abdomen prominente y ojeras que se arrastran. Instalado en lo más alto del edificio gubernamental nadie sabe si lo que desde ahí se dice puede convertirse en acción.
Para muchos, una remake argenta de la pochoclera ¿Y dónde está el piloto?. Otros, con cierta pretensión y nostalgia, miran la escena y remiten a Ortega y Gasset. Ese español que hace un siglo les sacó la ficha a la Argentina y a los argentinos como pocos y terminó preguntándose si el país solo sería, finalmente, “la huella dolorida y romántica de una existencia que no existió”. Ser o no ser. Incógnitas de una deriva inexplicable.
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