Un domingo que viene con sorpresas

El desastre es silente. La sociedad argentina llega a las elecciones de hoy, que marcarán buena parte de su existencia en los próximos años, casi sin exponer los signos de la tragedia que atraviesa. Ese drama desprovisto de síntomas visibles explica en parte la impotencia de los encuestadores para ofrecer resultados creíbles y terminantes en las vísperas del acto electoral. Uno de ellos dice que solo puede hablar de lo que ve “flotando sobre el mar”, pero que no sabe qué hay “debajo del nivel del mar”, aunque supone que lo que sucede en esas profundidades tiene poca relación con lo que se observa en la superficie. La mayoría de ellos coincide en que un vasto sector social pasó de la bronca, que fue el sentimiento predominante en las primarias del 13 de agosto, al pánico que prevalece ante las elecciones generales de hoy. ¿La gente común puede votar de igual manera con bronca o con terror? La respuesta de casi todos los analistas de opinión pública es que no. Una cosa es la fiereza de la bronca y otra cosa es la cautela que provoca el pánico. Los argentinos que pueden acopian medicamentos imprescindibles para enfermedades crónicas y también alimentos, artículos de limpieza y hasta ropa. Son los preparativos propios de sociedades que están frente a una guerra posible y próxima o en las cercanías de un cataclismo de la naturaleza. Ninguno de tales infortunios es previsible en la Argentina de hoy, pero la política cambió las apariencias: convirtió en probable lo que es improbable.

Tenía razón el kirchnerismo: Milei es su última esperanza

Algo que los encuestadores no pueden explicar, cuando se respaldan en la experiencia histórica y no solo en los números, es por qué Sergio Massa continúa ubicado entre los tres principales candidatos con mayor intención de voto. En muchas encuestas está, además, en un segundo lugar después de Javier Milei. En las elecciones de hoy se abrirá un abismo entre el segundo y el tercer lugar. Como ninguna medición de opinión pública le otorga a Milei –que lidera todas las encuestas– un triunfo en primera vuelta, el eventual ballottage del 19 de noviembre será entre el líder libertario y el candidato que termine en segundo lugar. El tercero regresará hoy mismo a casa, seguramente con su carrera política concluida. Pero ¿puede Massa, el ministro de Economía de la economía más arruinada que recuerden muchos argentinos, terminar entre los dos candidatos más votados? ¿Puede, cuando es el ministro que duplicó la inflación anual? Martín Guzmán, que se hizo cargo de la economía con una inflación del 54% anual, la entregó con el 70%. Ahora, con Massa al frente de la hacienda pública, se acerca dramáticamente al 140% anual. ¿Puede la sociedad aferrarse al ministro que cuadruplicó el precio del dólar paralelo, el único al que accede la mayoría de los argentinos, y que, encima, transformó en casi imposible la compra de dólares para ahorro? Massa tomó de Guzmán un dólar paralelo a 239 pesos; en los últimos días, el precio de la moneda norteamericana superó los 1000 pesos. Ese descalabro económico se abate sobre una sociedad que está bajo la línea de la pobreza o que se aferra con uñas y dientes para no caer de su condición de clase media. El problema que aqueja a las prepagas de la medicina, uno de los pocos sectores de la economía que funcionaban bien, y el de los colegios privados, que también habían logrado sobrevivir a las numerosas crisis argentinas, explica el tamaño del colapso de la economía en manos de Massa. No se pasa de un dólar de 60 pesos, que es el que dejó Mauricio Macri, al actual de casi 1000 pesos sin importantes traumas económicos y sociales. Puede ser que el ministro-candidato sea un caso típico de la tolerancia que la sociedad le proporciona solo al peronismo, pero es igualmente cierto que las mediciones previas de intención de voto están quemando todos los libros sobre la sociología y la ciencia política. Hasta ahora, cualquier gobierno de cualquier país del mundo ganaba elecciones solo si la economía marchaba bien, aunque la política institucional fuera mala. Al revés, cualquier gobierno perdía las elecciones con una economía en retroceso, estancada e inflacionaria, como es la actual. Si Massa fuera con su cargo actual el candidato de Juntos por el Cambio, por ejemplo, ya hubiera escarmentado su final de partida.

No solo Massa es un elemento inexplorado que nubla la mirada de los especialistas. El otro hecho novedoso de estas elecciones es la aparición de un outsider: Milei, que se levantó contra el sistema. Se colocó por encima de las dos grandes familias políticas que gobernaron el país en los últimos 40 años: el peronismo y el no peronismo, para llamarlos de algún modo a los que no son peronistas pero se rodearon siempre de peronistas. Carlos Menem después de Raúl Alfonsín. Eduardo Duhalde y los Kirchner después de Fernando de la Rúa. Alberto Fernández y Cristina Kirchner después de Macri. Milei dice aborrecer a todos ellos, aunque hay auténticas pruebas de que se dejó ayudar primero por Massa y ahora por Luis Barrionuevo, la expresión más barroca y tosca de la casta política. Milei es un economista que reconoce el aporte del liberalismo solo en la economía, sin detenerse (tampoco le importa) en los otros atributos del pensamiento liberal, como el respeto a la opinión ajena, a la libertad de prensa y a los derechos civiles sin excepciones. A su alrededor, crecen ideas tan extravagantes como las de su candidata a diputada Lilia Lemoine, que promete permitirles a los hombres renunciar a la paternidad si suponen que un preservativo fue roto, o las del intelectual conservador Alberto Benegas Lynch, que le aconsejó a un eventual gobierno de Milei que rompiera relaciones con el Vaticano mientras el papa sea el argentino Jorge Bergoglio. Fue una falta de respeto a un jefe de Estado y, sobre todo, al líder espiritual de millones de católicos; fue también una indescriptible irreverencia al argentino más importante que habrá en la historia nacional durante muchísimo tiempo. La unanimidad de los encuestadores sostiene que Milei cayó en las mediciones después de las primeras dos semanas tras el 13 de agosto, pero que aún está, también afirman, al frente de las mediciones aunque deberá enfrentar una segunda vuelta. Desde ya, el primer interesado en que la segunda vuelta sea entre Milei y Massa es el propio Milei; es improbable, si no imposible, que Massa pueda ganar elecciones en medio de un clima económico permanentemente sacudido por corridas, inflaciones y devaluaciones. Sea como fuere, es la división de la oposición, promovida por la imprevista aparición de Milei, lo que está enmarañando todo el proceso electoral. Si se suman las intenciones de votos de Milei y de Patricia Bullrich, la oposición ganaría cómodamente en la primera vuelta electoral. Tenía razón el kirchnerismo: Milei es objetivamente su última esperanza.

Otro párrafo nuevo de la historia electoral argentina consiste en que esta vez no estarán los dos grandes líderes políticos de los últimos 15 años: Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Desde 2007, cuando Macri ganó la jefatura del gobierno de la Capital, hasta 2019 incluido, ellos retenían los liderazgos de las dos familias políticas históricas, y siempre fueron candidatos. Sus influencias duraron hasta el año en curso, cuando ambos desistieron de participar en las elecciones. ¿Intuyeron a tiempo, acaso, que la sociedad terminaría volcándose por candidaturas que cuestionarían severamente el sistema y sus líderes? La política todavía les atribuye una desmesurada influencia en las elecciones. Si Macri fuera tan decisivo, y si fuera verdadera la simpatía del expresidente por el candidato libertario, ¿por qué Milei no está ganando en primera vuelta? Si Cristina tuviera tanto influjo en el electorado, ¿por qué aún se duda si Massa entrará o no en el ballottage? Es cierto que Massa hace todo lo posible por pegotearse a Cristina Kirchner, y que Milei ensaya todos los trucos para robarle a Bullrich la figura de Macri, a pesar de que el expresidente grabó en las últimas horas un spot de inconfundible apoyo a quien fue su eficiente ministra de Seguridad.

Existe el infinito tedio contra el sistema. Cómo no. Pero el voto del enojo no puede ser el mismo que el del miedo, y subsiste la historia que muestra la inviabilidad de las candidaturas oficiales en medio de una tempestad económica. Puede ser, solo puede ser, que los argentinos decidan hoy evitar la “fatalidad del fracaso” (Carlos Fuentes dixit) que recorre, implacable, las últimas y azarosas cuatro décadas de política.

Joaquín Morales Solá

Fuente: La Nación

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