Hace un tiempo escribí un artículo sobre los periodistas a los que irónicamente se los denomina como habitantes de Corea del Centro. Los definí, palabra más, palabra menos, como aquellos que necesitaban sobreactuar la crítica y amplificar las denuncias contra el gobierno de Mauricio Macri como parte de una campaña personal que los pondría más allá de la grieta y les daría cierto lustre intelectual o determinada superioridad moral. El CEO de Perfil, Jorge Fontevecchia, enseguida recogió el guante y se empezó a defender y justificar su trabajo, pero enseguida le escribí para explicarle que no pensé en él, especialmente, y sí en quiénes sobreactuaban. Igual, no pareció prestarme mucha atención, porque desde ese día aprovechó el artículo para interpretar el concepto, a mi entender, de manera equívoca: para incluirse entre los periodistas y los medios que critican a los gobiernos más allá de la cantidad de votos que hayan obtenidos y la oficialitis de turno. Como no se trata una idea sencilla, ahora que los Martín Fierro de radio generaron una nueva controversia, voy a intentar explicar a qué me refería.
Para empezar, celebro que el equipo de periodistas argentinos de Paradise Papers haya revelado que el ministro de Finanzas, Luis Caputo, y el de Energía, Juan José Aranguren, hayan manejado fondos de inversión de empresas off shore uno e integrado un directorio de una compañía radicada en las Islas Cayman, otro. La Oficina Anticorrupción debería determinar cuánto antes si cualquiera de los dos está incurriendo en conflicto de intereses y, en el caso de que fuera así, el Presidente Macri debería apartarlos de su cargo.
Además, ambos deberían aclarar en qué contexto y en qué tipo de actividades participaron, porque si lo hicieron para eludir impuestos en forma ilegal o facilitar el lavado de dinero no deberían permanecer ni un segundo más en sus puestos. Es que se debe ser y parecer, siempre, y no solo cuando se asume en cualquier administración.
Lo que hacen con esta misma información los periodistas y los medios a quienes se los podrían incluir en Corea del Centro es darle tanta o más importancia que la detención del ex superministro Julio De Vido o el encarcelamiento del ex vicepresidente Amado Boudou, por señalar dos ejemplos recientes. Es el mecanismo más evidente del nunca bien ponderado así como te digo una cosa te digo la otra. Como si ambas cuestiones tuvieran la misma relevancia o idéntico impacto. Hay también, periodistas que se autoincluyen en Corea del centro para disimular su entusiasta apoyo al gobierno anterior, y aparentar cierta neutralidad, que en el fondo no pueden mantener. Ellos, que no levantaron un dedo cuando muchos de nosotros éramos perseguidos por denunciar causas y exfuncionarios que hoy están procesados, detenidos y hasta condenados, ahora parecen muy preocupados por la manera en que los detuvieron a De Vido o a Boudou, y se atreven a exigirle al Gobierno que se haga cargo de los medios que cierran o están a punto de cerrar.
Hay que avisarles a estos colegas con aspiraciones de poetas pero alma de delator, que las decisiones para detener al ex ministro y el ex vicepresidente fueron tomadas por jueces federales que las explicaron en sendos fallos, y que en la Argentina el 60% de los presos detenidos no tienen condena firme, aunque los delitos que les adjudican son, muchas veces, menos graves que los que cometieron los exfuncionarios. También hay que recordarles que la mayoría de los medios que están siendo afectados pertenecen o pertenecieron, hasta hace poco, a aventureros inescrupulosos que los usaron para presionar, extorsionar o como un seguro para no ir a la cárcel. Oportunistas como Cristóbal López, Luis Cetrá o Sergio Szpolzki que gozaron de millones y millones de publicidad oficial no justificada ni por el nivel de audiencia ni por ninguna otra razón.
¿Debería hacerse cargo el Estado de semejante hecatombe? Es probable que la mayoría de los miles de colegas que perdieron el trabajo en los últimos años no supieran en donde se metían. ¿Pero no lo sabían quienes fueron usados como comisarios políticos y mascarones de proa de una estrategia que tenía, como principal objetivo, no la mayor pluralidad de voces sino la destrucción del Grupo Clarín? Tarde o temprano, las caretas empiezan a caerse. Quienes hacemos periodismo de investigación desde más de 30 años y que denunciamos a funcionarios de todos los gobiernos, sabemos que tarde o temprano, los corruptos de esta administración empezarán a aparecer. Y volveremos a estar ahí, como siempre, para señalarlos con nombre y apellido, sin importar el color político. Ni siquiera la empatía personal. No hace falta tanta autopromoción ni superioridad moral para hacer nuestro trabajo y honrar a nuestro oficio.
Fuente: El Cronista.com Luis Majul
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