Muchas debilidades en busca de una fortaleza

El peronismo dio el primer paso para tratar de hacer, otra vez, lo que más le gusta y mejor hace: juntarse para no perder el poder y ganar elecciones. La reunión inaugural de la demorada y nacida con fórceps mesa político-electoral del oficialismo dejó en claro que ese es el objetivo y la aspiración. Posibles y deseables. Aunque no sencillos de alcanzar sin ruidos.

Ninguno de los principales dirigentes del abollado Frente de Todos espera, promete ni se propone saldar ninguna de las diferencias de fondo que anidan en su seno. La escenografía que rodeó al acto lo puso en evidencia.

El entorno no era muy amigable, precisamente, para con Alberto Fernández, a pesar de sus cargos de presidente de la Nación y del PJ. Y como para marcarle los límites desde el arranque a sus pretensiones reeleccionistas, abundaron los carteles de Cristina 2023. Luego, de sorpresa, se apareció el hijo Máximo.

Pero es un hecho que la composición del FdT es en la actualidad una suma de debilidades. A sus integrantes solo les queda el camino de encontrar una fortaleza: estar unidos y encontrar un candidato competitivo (o no piantavotos, al menos) para afrontar el proceso electoral con alguna chance de salir airosos.

La laboriosa convocatoria para la foto de ayer fue el resultado de un proceso de renunciamientos y acercamientos. Aunque, sobre todo, resultó la consecuencia de una realidad irrefutable: nadie está en condiciones de imponer su voluntad a la totalidad de los sectores, como lo constatan a diario.

Cristina Kirchner y Fernández hoy valen mucho menos que hace cuatro años. A ellos también les llegó la devaluación. Al igual que a la esperanza de La Cámpora.

En tanto, la apreciación que tuvo el capital político de Sergio Massa no termina de consolidarse. El último índice de inflación recién conocido (dos puntos por encima de lo que había prometido) frenó en seco el ímpetu triunfal que traía.

Eso puso a los embajadores massistas en posición de reclamar orden y silencio (el progreso puede esperar) antes que en condiciones de exhibirse como los representantes de El Elegido. Aunque su jefe sea el único activo que mejoró sensiblemente su cotización en estos tres años y medio de gobierno frentetodista. Y lo hace valer.

Todos saben, aún a costa de tener que saborear bilis, que cualquier fractura en este contexto solo pondría en riesgo la gobernabilidad y traería, como consecuencia más que probable, la derrota electoral. El partido del poder no debería permitírselo. Las divisiones electorales de 2013, 2015 y 2017, con la pérdida del poder incluida, son experiencias que están demasiado frescas. Y la derrota bonaerense de 2021, aún en unidad, es una alarma que sigue sonando en los oídos de todo el perokirchnerismo.

Paradójicamente, esas debilidades son los puntos fuertes circunstanciales que Fernández hace pesar. También los de Massa. “Primero hay que saber sufrir, después aguantar y al fin llegar (sin pensamiento)”, podría decir el remix frentetodista de Naranjo en flor. Amor no hay. Ni habrá.

El piso electoral por encima del 30 por ciento que las encuestas le siguen asignando unánimemente al oficialismo como conjunto, le permite a sus dirigentes mantener una razonable ilusión que los lleva a sostener la forzada y forzosa unidad. Prefieren creer en lo poco que tienen a disposición.

Resignaciones presidenciales

Así se llegó a la mesa, así transcurrió la reunión y así salió el documento que ya estaba acordado previamente con las cabezas de los tres fragmentos principales del oficialismo. El tránsito muestra cuánto cada uno debió resignar. Es decir, cuánto tuvieron que reconocer todos sus debilidades.

El Presidente demoró todo lo que pudo la convocatoria a esa mesa que el cristinismo le demandaba a gritos desde hacía meses, hasta que se rindió a la presión. Tampoco pudo sostener íntegro su objetivo de que solo fuera un ámbito para acordar reglas de juego electorales, lo que expresa o tácitamente implicara un apoyo irrestricto a su administración. Un “no toquen nada”.

En las horas previas, el objetivo de que todo se redujera a reproducir “la mesa que siempre se arma en los años electorales”, como anunciaban sin darle demasiada relevancia en el entorno albertista, dio paso al final a la admisión de que sería “una mesa política para discutir todos los temas”. Nadie imagina tanto para cuando haya que avanzar sobre aspectos más concretos después de la primera foto.

“Fue un buen primer paso, pero habrá que ver cómo sigue”, advirtió uno de los enviados de la vicepresidenta. Antes del encuentro, la misma fuente había advertido con cierto pesimismo: “La reunión no es ni puede ser para el poroteo. Debería ser para dar una discusión de fondo. Pero habrá que ver si hay plafón para llegar a tanto”. Por las dudas, el cristicamporismo, con la ayuda del massismo, le armó el cerco al Presidente para que no tuviera mucha escapatoria ni arrestos de independencia.

La apertura al debate de cómo transcurrirá la gestión en los próximos meses fue una concesión, aunque se la quiera disimular con la retórica de que se trata de ordenar la interna para que no afecte la marcha del Gobierno.

Es la forma que tiene el albertismo de emparejar la cancha y remarcar que no solo hay que culpar de los errores a él y a los funcionarios que no han funcionado, sino también (y muy especialmente) a las piedras que le tiraron desde adentro, como dijo recientemente.

En esa relación transaccional de escasos afectos que impera en el FdT, Fernández cuenta con un aliado clave en Massa para acotar veleidades y dogmatismos. A pesar de la sociedad por conveniencia y ambición que el jefe de Economía mantiene y privilegia con la vicepresidenta y su hijo, como se vio ayer en su también sorpresiva aparición en la sede del PJ. Massa se ha convertido por decantación en un termorregulador de la alianza oficialista.

Las posiciones disruptivas y distribucionistas del kirchnerismo extremo, expresadas en las semanas previas por el propio Máximo Kirchner, encuentran en el Presidente, en el ministro y, también, en el pragmatismo de mamá Cristina, un dique de contención. Maximalismo con sordina. Y jueguitos para los fanáticos.

La premisa es llegar a las elecciones con el menor ruido posible. Como suele decir un exministro de Fernández, “lo lindo de todo esto, es lo feo que se puede llegar a poner”. Una máxima muy convincente.

El presidente buscó compensar las concesiones con otro logro (provisional) de su resistencia pasiva. Las candidaturas siguen en suspenso y las PASO no se tocan, como él quería. Aunque eso no implica que vaya a haber competencia para los cargos mayores ni que el actual Presidente vaya a ser el beneficiario de esa solución. Más bien todo lo contrario. Ayer ya se lo hicieron sentir sin anestesia. Los pocos que le quedan a su lado sostienen el poster de su candidatura más por necesidad que por confianza en esa empresa. Fernández, tanto como Massa, necesitan ganar tiempo, aunque al final de la cuenta regresiva sus deseos no sean concurrentes. Y el ministro tenga más chances que su jefe.

Cristina, la ausencia presente

Tal vez sea Cristina Kirchner a la que la foto le devuelva la imagen más deteriorada por el paso del tiempo y las disfunciones de la gestión Fernández. Le sobran motivos para enfurecerse con las pretensiones reeleccionistas de su fallida criatura. Su ausencia y la preservación de su condición de esfinge no impiden ver que lo que le queda intacto es poder de daño y capacidad de extorsión, más que potencia decisiva para imponer algo. El dedo indoblegable de 2019 muestra síntomas de artrosis.

La defensa que en el encuentro se hizo de ella la ubica en el lugar que más la desfavorece y en el que menos quiere verse. La narrativa de la proscripción y la conscripción a todo oficialista a dar batalla para que el primer fallo por corrupción que recibió no tenga efectos judiciales ni políticos, solo subraya su debilidad.

La continuidad de la coalición oficialista muestra así entre sus premisas expresas evitar que la condena se cumpla algún día y hacer que los magistrados que la condenaron y los que podrían condenarla (a ella y a sus hijos) en otras causas abiertas sientan el rigor de la presión política de todo el oficialismo encolumnado detrás suyo. Lo que hasta ahora no ha logrado, salvo en el plano discursivo, que implica jugar casi gratis.

Por eso mismo es que Massa, a pesar de (o, también, por) sus tropiezos, necesita ser cuidado por los demás. “Desde donde partimos, que estábamos al borde de la Asamblea Legislativa y con pronósticos de hiperinflación, podemos decir que logramos estabilizar la economía. Bueno, es cierto que estabilizamos la inflación en el 6%, pero la estabilizamos. Eso hace que todos estén jugados a que a Sergio le vaya bien”, admiten y pregonan los allegados al ministro.

Con ese razonamiento, los massistas llevaron a la mesa el argumento de que “no es momento de hablar de candidaturas sino de generar condiciones de coordinación para aplicar políticas en función de las demandas de la gente, sin poner en riesgo nada”. Cada uno fue a llevarse algo, además de dejar bastante.

La unidad como siempre llegó por la alteridad. Mauricio Macri, su gobierno y Juntos por el Cambio volvieron a ser el punto de convergencia absoluto, donde unir todas las fuerzas. El pasado de la gestión cambiemita, pero también el presente atravesado por disputas internas de tono electoral fueron el blanco. “La división de la oposición nos da una oportunidad”, fue la optimista idea fuerza que hizo coincidir a las tribus frentetodistas.

En el massismo fueron más lejos al decir que “la halconización de Horacio Rodríguez Larreta terminará favoreciendo a Massa. Como ya lo hicieron pegándole con el documento de la semana pasada de Juntos por el Cambio”, en el que alertaban sobre el alto riesgo que implicaba el aumento del endeudamiento. “Si tanto le pegan es porque advierten que a Sergio no le va mal y es una amenaza para ellos”, agregan. Todo suma.

No obstante, lo que no pueden disimular ninguna de las facciones es que las diferencias propias, al margen de la mesa paliativa, son demasiado profundas y que solo puede sostenerse a fuerza de analgésicos y maquillajes, destinados a preservar el poder hasta el final e intentar no perder las elecciones de antemano.

Si después de esta reunión y las que sigan, la suma de debilidades internas logra construir la fortaleza para llegar a las elecciones en unidad, quedará por delante afrontar el mayor desafío, como admiten los más racionales del FdT. El reto decisivo consistirá en convencer (o hacer creer) al electorado que no se repetirá la disfuncionalidad que mostró a la hora de gobernar el artefacto ideado hace 4 años por Cristina Kirchner para recuperar el poder. No basta con los propios.

Ya se demostró que la unidad a la que es capaz de arribar el peronismo a la hora de las elecciones no asegura (ni mucho menos) la cohesión necesaria para gestionar y solucionar problemas.

La distancia que hay entre una coalición electoral y una coalición de gobierno es enorme. Los antecedentes cuentan y los resultados están a la vista. No solo los de los últimos cuatro años. También, los de una ya larga lista de ejemplos históricos.

Claudio Jacquelin

Fuente: La Nación

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