Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo: “Ante situaciones muy difíciles, la única salida es negociar y llegar a acuerdos”La Nación

“Ante situaciones extremadamente difíciles, la única salida es sentarse, negociar, renunciar a lo que haya que renunciar y buscar caminos comunes”, dice Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, catedrática de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid. Y expone así la esencia de los Pactos de la Moncloa, que estudió como pocos en España. Lo difícil, claro, es cumplir con la premisa que plantea.

¿Quién está dispuesto, hoy, a ceder siquiera un ápice en lo personal con la esperanza difusa de ganar algo como sociedad? ¿Quién está dispuesto a enfrentar a los propios y negociar con los adversarios, a los que muchos miran ya como enemigos? Ese es el desafío, plantea la politóloga e historiadora española, que sabe por experiencia propia cuáles son los costos y renunciamientos de la política profesional. En 2004 descendió de la torre de marfil y gestionó la realidad. Fue diputada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y en 2006 asumió como ministra de Educación y Ciencia de José Luis Rodríguez Zapatero, cargo que en 2008 mutó en Ministerio de Educación, Política Social y Deporte, para luego volver al Parlamento y en 2011 retornar a los claustros.

Ese mismo año publicó un texto académico de título elocuente: Los Pactos de la Moncloa: acuerdos políticos frente a la crisis. Porque en 1977, recuerda la politóloga en diálogo con LA NACION, “primero vino el consenso político y luego el acuerdo económico”. Y para eso, insiste otra vez, el factor clave fue cuánto aceptó ceder, y también renunciar, cada actor político, sin que eso se tomara como una traición a sus principios.

«La política ha cambiado mucho. Lo que vemos son bloques enfrentados, incompatibles, que hacen muy difícil pensar en políticas de pacto”»

Descendiente de referentes de la política, la diplomacia y las ciencias de España, Cabrera Calvo-Sotelo aclara que los “Pactos de la Moncloa” fueron posibles por un contexto único e irrepetible. Y que mucho podemos aprender de ellos, incluso en la Argentina. “Tener trato personal, ser proclive a dialogar y a buscar a acuerdos facilita mucho las cosas”.

¿Los Pactos de la Moncloa respondieron al contexto tanto político como económico y social que afrontaba España tras la muerte de Franco, con una inflación del 30% y una tasa de desempleo del 5%, récord por entonces?

–Creo que los Pactos de la Moncloa no solo se entienden en el contexto de la transición española desde la dictadura del general Francisco Franco a la democracia, sino que son inseparables del contexto económico. Era un contexto de crisis que venía desde 1973, con la crisis del petróleo, y que en España no se había podido abordar por circunstancias fundamentalmente políticas. Eran los años finales de la dictadura franquista y se abría un futuro muy incierto. Nadie se atrevía, por tanto, a tomar medidas económicas que iban a ser impopulares. Entonces, los “Pactos de la Moncloa” fueron también el resultado de las primeras elecciones democráticas que hay en España. Recordemos que en junio de 1977 ya había muerto Franco, se habían convocado las primeras elecciones en 40 años en España y surgió un gobierno que tuvo, entonces sí, una legitimidad democrática que le permitió al vicepresidente económico, Enrique Fuentes Quintana, un economista muy reconocido sin pertenencia a ningún partido, aparecer en la televisión pública y explicar a los ciudadanos que la situación económica era muy apurada, que había problemas que requerían una solución inmediata, como el déficit comercial y la inflación, y que además había una serie de reformas económicas profundísimas por encarar porque había que salir de la gestión económica de la dictadura.

Jugó todo el capital político del flamante gobierno…

–Es que la situación era muy apurada, había que hacer frente a cuestiones económicas inmediatas. Y se inició un proceso políticamente muy muy complicado. Recuerde que el sistema de partidos políticos estaba recién estrenado, veníamos de las primeras elecciones y ningún partido tenía horizontes claros y ciertos. Los líderes políticos eran prácticamente todos nuevos, muchos sin experiencia previa. Tampoco había todavía una legislación que permitiera la formación de sindicatos horizontales. Ni había una organización patronal o empresarial consolidada. Y en ese panorama se iniciaron las negociaciones, cuyo resultado se dio en tiempo récord.

¿Puede precisarlo con fechas?

–Esto comenzó en julio y los Pactos de la Moncloa se firmaron en octubre. Es decir, que todo ocurrió durante el verano [europeo] de 1977. Las negociaciones fueron de enorme intensidad y muchos historiadores han sostenido luego que los “Pactos de la Moncloa” hicieron posible, un año después, la aprobación de la Constitución. Es decir, abrieron el camino al consenso político. Primero vino el consenso político y luego el acuerdo económico. Porque los Pactos de la Moncloa son bastante más que medidas económicas. Hicieron posible un acercamiento de posiciones entre las fuerzas políticas. Pero insisto, todo ocurrió en un contexto muy peculiar, muy excepcional. No volvió a haber un acuerdo económico parecido en la historia posterior de España.

Los Pactos de la Moncloa excluyeron o soslayaron áreas completas como la política industrial, mientras que los sindicatos y la patronal voceaban sus objeciones. Pero la mayoría del espectro político decidió avanzar igual. Desde la izquierda comunista de Santiago Carrillo a la derecha de la Alianza Popular, con Manuel Fraga. ¿Qué los llevó a consensuar? ¿El miedo al abismo?

–Es una buena pregunta. Creo que los Pactos de la Moncloa inicialmente se plantearon en la cabeza de los políticos como un pacto cuyos protagonistas debían ser fundamentalmente las fuerzas económicas y sociales, es decir, los empresarios y los sindicatos. Pero unos y otros estaban en proceso constituyente y ese pacto no fue posible. Se tornó un pacto político, un pacto entre partidos que se firmó de manera solemne en la sede de la Presidencia del Gobierno en La Moncloa, pero luego pasó por el Parlamento, donde lo aprobaron todas las fuerzas. Si hubiera que resumirlo, se podría decir que todos estuvieron de acuerdo en el diagnóstico de la crisis, cuál era la situación económica y cuáles eran sus causas inmediatas y lejanas. Pero discrepaban en las medidas a tomar. Y eso lo plantearon abiertamente los partidos políticos en el Parlamento. “Yo habría añadido tal otra cosa”, “yo habría introducido tal otra reforma”. Ocurrió entonces la primera presentación pública de los programas económicos de las distintas fuerzas políticas, pero al mismo tiempo se registró una disposición a renunciar a los máximos para poder llegar a un acuerdo. Esta fue la esencia. Prácticamente la totalidad de la clase política comprendió que sin un acuerdo la transición podía peligrar.

Fotografía tomada durante la firma de los Pactos de la Moncloa en 1977, en la que aparecen los representantes de los grupos parlamentarios. De izquierda a derecha, Enrique Tierno Galván (PSP), Santiago Carrillo (PCE), José María Triginer (Federación catalana PSOE), Joan Raventos (PSC), Felipe González (PSOE), Juan Ajuriaguerra (PNV), Adolfo Suárez (UCD), Manuel Fraga Iribarne (AP), Leopoldo Calvo Sotelo (UCD) y Miquel Roca (Minoría Catalana)
Fotografía tomada durante la firma de los Pactos de la Moncloa en 1977, en la que aparecen los representantes de los grupos parlamentarios. De izquierda a derecha, Enrique Tierno Galván (PSP), Santiago Carrillo (PCE), José María Triginer (Federación catalana PSOE), Joan Raventos (PSC), Felipe González (PSOE), Juan Ajuriaguerra (PNV), Adolfo Suárez (UCD), Manuel Fraga Iribarne (AP), Leopoldo Calvo Sotelo (UCD) y Miquel Roca (Minoría Catalana)EFE

El 23 de febrero de 1981, con el intento de golpe de Estado liderado por Tejero, estuvieron muy cerca de la debacle.

–¡Claro! Recuerdo bien que la sensación en aquellos momentos era de enorme incertidumbre, de no saber realmente cuál iba a ser el resultado de aquel proceso de transición a la democracia.

¿Sería válido entonces plantear que el consenso político fue que debían perder todos para eventualmente ganar?

–Exactamente. Renunciar a ciertas cuestiones a cambio de conseguir una estabilidad política suficiente como para, de entrada, redactar una Constitución.

Muchos creen en la Argentina que los Pactos de la Moncloa fueron poco más que un pacto entre caballeros que se sentaron a tomar un café y acordaron todo en cuatro horas, cuando en realidad hubo portazos, como el de los sindicatos. Lo mismo que los empresarios. Fue una negociación muy tensa que por momento estuvo a punto de romperse.

–Sí, absolutamente. Esa creencia forma parte de una visión idealizada de la transición, de una idea muy engañosa que sostiene que en realidad existía una especie de pacto o consenso previo. No fue así. Se alcanzaron los consensos y los acuerdos de manera muy difícil, muy negociada, definiendo sobre la marcha, sin un preacuerdo siquiera sobre lo que los Pactos de la Moncloa debían abordar.

En un contexto de gran desconfianza recíproca, porque no imagino que la conversación entre Carrillo, Fraga y Suárez fuera la más agradable del planeta.

–¡Bueno! En estos momentos vivimos un contexto de polarización extrema y, por tanto, nos cuesta mucho aceptar que Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista y Manuel Fraga Iribarne, exministro con Franco y máximo dirigente de la derecha, pudieran sentarse a dialogar. Pero a menudo las relaciones personales entre aquellos dirigentes eran buenas y así lo han recordado ellos dos, por ejemplo. Eso fue fundamental en la negociación, aunque parezca marginal o secundario. Tener trato personal, ser proclive a dialogar y a buscar acuerdos facilita mucho las cosas. Eso no quiere decir que el diálogo fuera fácil, pero sí que estaban todos dispuestos a hablar. Eso hoy suena asombroso, porque tenemos una visión condicionada por lo que vivimos desde hace unos años. Las posiciones políticas se han polarizado mucho y dialogar y consensuar parece una renuncia inaceptable a los grandes principios. Hoy se apuesta a obtener lo máximo, sin disposición a renunciar, aunque el objetivo sea fundamental.

¿Es correcto plantear que aquellos líderes tenían palabra y si decían “blanco” en privado decían lo mismo en público y lo mantenían a lo largo del tiempo, mientras que hoy pueden decir “blanco” en privado, “negro” en público y “rojo” dentro de tres semanas, si las encuestas se los sugiere? ¿O mi visión está sesgada y tengo una versión errónea del pasado?

–No, no. Hombre, a ver… [Calla por unos instantes]. A ver… por supuesto que hubo reuniones privadas, fuera de los focos, tanto durante los Pactos de la Moncloa como durante las negociaciones que llevaron a elaborar la Constitución. Pero aunque hubo reuniones privadas que fueron importantes, creo que sí había, como has dicho, una correlación mucho mayor entre lo que se decía y lo que se hacía. Quizá porque en aquel momento todos los dirigentes políticos querían que quedara claro ante la opinión pública qué defendía cada cual. El Partido Socialista se confesaba marxista y Felipe González renunció luego públicamente al marxismo y provocó una crisis dentro del partido. Y el gran partido de gobierno en realidad no era tal, era una coalición de grupos, la Unidad del Centro Democrático, con posturas muy dispares. Incluía a conservadores, liberales, democratacristianos, socialdemócratas… Bueno, pues todo aquello era público y conocido, y nadie se empeñaba en ocultarlo.

Su respuesta expone la importancia de contar con liderazgos virtuosos o, al menos, a la altura de las circunstancias: Carrillo, Fraga, Suárez, González. Pero ¿qué ocurría con la sociedad española? ¿Presionaba, era pasiva o prescindente?

–El protagonismo de la sociedad civil durante la transición ha sido un asunto muy debatido. La participación en los referéndums sobre la ley de Reforma Política de Suárez, que es la que permite abrir el proceso de las elecciones, como después para la Constitución, fue mayoritaria. Eso muestra que había una conciencia de estar viviendo un momento histórico, en un contexto de crisis económica y de conflictividad social muy fuerte. Había huelgas, movilizaciones de asociaciones de vecinos, de mujeres. La sociedad española estaba movilizada, algo sorprendente tras vivir bajo una dictadura tanto tiempo, aunque después de aprobada la Constitución, en 1979, se produjo lo que algunos llamaron “el desencanto”, con la segunda oleada de la crisis del petróleo y cuando los “Pactos de la Moncloa” habían dado resultados positivos en ciertos aspectos, pero no habían solucionado todos los problemas. Pero cuando se produjo el 23F [por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981], la reacción ciudadana fue apabullante. Se salió a la calle para condenar el golpe. Eso no se había visto nunca y reflejó que había una conciencia política, a pesar del desencanto. Eso fue muy, muy importante.

¿Cuánto de la experiencia de los Pactos de la Moncloa es replicable en otros países y en el contexto contemporáneo?

–Hombre, yo… Creo que se pueden desear unos Pactos de la Moncloa, pero también hay que ser muy conscientes de que la política ha cambiado mucho. Es verdad que en algunos países de Europa hemos tenido gobiernos de gran coalición, pero lo que estamos viendo ahora son políticas de bloques enfrentados e incompatibles, que hacen muy difícil pensar en políticas de pacto. Dicho eso, sigue siendo verdad que ante situaciones extremadamente difíciles, la única salida es sentarse, negociar, renunciar a lo que haya que renunciar y buscar caminos comunes. Cualquier otra alternativa pone los pelos de punta.

¿Cuáles son, pues, las lecciones aprendidas de aquellos años españoles?

-La central pasa por una manera de hacer política que no impida que cada cual exponga cuáles son sus objetivos, incluso su programa máximo, pero se esté dispuesto a renunciar a una parte de ellos para llegar a acuerdos sin creer que por eso está uno pegándose un tiro en un pie. Renunciar a parte de los objetivos en aras de alcanzar acuerdos no debería identificarse con una traición a los principios. Y eso me lleva a pensar en el sociólogo Max Weber y su ética.

De la convicción y de la responsabilidad.

–Claro. La ética de la convicción es aparentemente muy loable, porque significa que uno tiene unos principios firmes y eso está muy bien. Pero claro, tiene un coste y es que la realidad manda y hay que saber hacer compatible esa ética de la convicción con la ética de la responsabilidad, porque si no el resultado es una catástrofe.

Permítame desafiarla. ¿Acaso los renunciamientos de aquellos líderes no los llevó a su ocaso personal e incluso al de sus partidos? Pienso en Carrillo, quien debió renunciar a muchas de las banderas del exilio. O Fraga, que pretendía ser el heredero del franquismo, pero debió negociar con Carrillo.

–Visto retrospectivamente, es muy probable que tuviera un coste político para algunos de los líderes. Pero fíjate, por ejemplo, en Carrillo. La primera sorpresa fue el resultado de las elecciones de 1977, que es un dato previo a las negociaciones.

Cuando creyó que lideraría España y sufrió un duro revés a manos de la UCD de Suárez y del PSOE de Felipe…

-Claro, porque había sido el partido de la oposición bajo la dictadura y el PSOE prácticamente no había existido. Y sin embargo obtuvo unos resultados lejanísimos [del primer puesto]. Y lo mismo Fraga, que debía recoger el voto franquista y convertirse en el gran partido de la derecha, pero tuvo unos resultados muy pobres, mientras que la UCD y el PSOE obtuvieron los mayores porcentajes. Pero recuerde también que el Partido Comunista venía bregando desde el año 1956 por “una política de reconciliación nacional”. O sea que al comenzar la transición, Carrillo fue consecuente con lo que venía proponiendo su partido.

Entre la academia y la arena política

■ Mercedes Cabrera Calvo Sotelo nació en Madrid. Es catedrática de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid.

■ Su actividad como investigadora se ha centrado en la historia contemporánea de España, en aspectos políticos, económicos y sociales.

■ Fue diputada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y en 2006 asumió como ministra de Educación y Ciencia de José Luis Rodríguez Zapatero

■ Entre sus muchos libros se cuentan El Parlamento en la Restauración y Jesús de Polanco, capitán de empresas

Hugo Alconada Mon

Fuente: La Nación

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