Los intereses que resisten el ajuste, de nuevo al acecho

“El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.

Una de las formas de entender el significado de esta frase es entrar al Centro Virtual Cervantes, creado y mantenido por el Instituto Cervantes de España en 1997 para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Allí se describe su significado: “El ser humano no siempre sabe discernir conforme a la razón y por esa causa no aprende de la experiencia y vuelve a equivocarse en una situación semejante”.

Se podría decir, entonces, que, si el hombre se pega dos veces contra el mismo obstáculo, en materia económica la Argentina se la ha dado 17 veces de trompa con una pared entre 1860 y 2023. Adaptada a esta realidad, la frase podría ser formulada así: “La Argentina no sabe discernir conforme a la razón y por esa causa no aprende de la experiencia y vuelve a equivocarse en una situación semejante”. Así en una repetición que cansa de solo enumerarla, el país repite una y otra vez las crisis económicas. Ahora, bien, ¿por qué han fallado los ajustes que se intentaron tantas veces para terminar con los padecimientos económicos que varias generaciones de argentinos han sufrido?

«“La Argentina tiene el dudoso honor de ser el país que más crisis macroeconómicas ha tenido en los últimos 70 años en América Latina e incluso en gran parte del mundo”, dice Miguel Kiguel»

No es motivo de esta nota listar semejante línea de tiempo, sino intentar explicar por qué el país tropieza, ajusta, a veces hasta estabiliza y al tiempo, vuelve a tropezar.

El economista Miguel Kiguel, autor del libro Las crisis económicas argentinas. Historias de ajustes y desajustes, señala en ese trabajo: “La Argentina tiene el dudoso honor de ser el país que más crisis macroeconómicas ha tenido en los últimos 70 años en América Latina e incluso en gran parte del mundo. Es un caso paradigmático, lo que ha llevado a que sea el laboratorio preferido de los economistas para el estudio de la inflación y las crisis cambiarias, bancarias y de deuda pública”.

¿Por qué la Argentina? “Una cuestión central es la falta de consensos básicos en la sociedad respecto del ‘modelo’ económico, lo que puede explicar los fuertes volantazos observados en la política económica”, dice Kiguel.

En la democracia, la primera gran crisis, después de la que se dio en 1981 y 1982 donde se mezclaban los problemas económicos, las tremendas consecuencias de la Guerra de Malvinas y la presión política para que retornara la democracia, fue el presidente Raúl Alfonsín el que logró un momento de calma después de cambiar la moneda, eliminar cuatro ceros y reemplazar el peso argentino por el Austral. El politólogo Sergio Berensztein escribió hace unos días en este diario que el expresidente radical “vivió una limitada tranquilidad luego del lanzamiento del Plan Austral en 1985, pero sus efectos iniciales, que permitieron que la Unión Cívica Radical (UCR) hiciera ese año una buena elección parlamentaria, fueron luego desvaneciéndose por la imposibilidad de avanzar con reformas más profundas debido a indecisiones propias y a múltiples vetos de un entorno crecientemente hostil, en particular por parte de la hoy todavía sonámbula CGT”.

El ministro de economia Juan Sourrouille y Raul Alfonsin.
El ministro de economia Juan Sourrouille y Raul Alfonsin.Archivo / Jorge Quiroga – LA NACION

El entorno hostil

Aparece en este análisis inicial un elemento clave, sobre el que es necesario detenerse: “Los vetos de un entorno hostil”. Berensztein lo llama así, y aunque más adelante en la nota tendrá otros nombres, empezará a surgir la idea de cierto tipo de impedimentos que se imponen cuando se quiere ir un poco más allá de la estabilización.

«‘La estabilidad se puede lograr con reducción del déficit, por ejemplo. Pero se necesitan reformas estructurales para que sea sustentable’, sostiene Jorge Bustamante»

“Peor fue el caso de la Alianza, que no pudo corregir distorsiones macroeconómicas muchísimo menos desbordadas que las actuales a pesar de haber incorporado a una figura de peso y prestigio como Domingo Cavallo, que había obtenido el tercer puesto en las presidenciales de 1999″, dijo el politólogo.

Jorge Bustamante es abogado y autor de La Argentina corporativa, entre otros libros como Desregulación, un título escrito en 1993 que estos días ha recobrado vigencia. “Yo dividiría el tema en dos capítulos: por un lado, la estabilidad, y por el otro, la competitividad. La estabilidad se puede lograr con reducción del déficit, por ejemplo. Pero se necesitan reformas estructurales para que sea sustentable. Por un lado, los cambios en los entes que gastan. Y por otro lado, lo que yo llamaría la transformación para una Argentina competitiva, con industrias que generen divisas. Y ahí te enfrentás con todos los cambios estructurales que pretende [Federico] Sturzenegger para reducir el costo argentino que descoloca a las empresas: impuestos distorsivos, costo del capital, costo laboral, flexibilidad laboral, logística, costo servicios profesionales, costo otras industrias protegidas. Y en esos frentes siempre existen dueños que se oponen con el apoyo de sindicalistas o de grupos de poder”, cuenta.

En este punto del análisis regresan los fantasmas de los grupos de poder que interactúan, y muchas veces ganan, para lograr que nada cambie, o aquellos “vetos del entorno hostil” que mencionaba Berensztein. Vale la pena preguntarse ahora, con el decreto de desregulación anunciado y publicado –y atacado por su apego o no a las normas constitucionales–, si el intento de Milei no ese dirige como un misil con destino de choque contra ese mundo que siempre pretende estabilidad pero que le saca el cuerpo a las reformas estructurales.

Todo parece un camino ya recorrido, remanido: planes económicos más o menos audaces; más o menos originales; más o menos esforzados que pueden o no tener éxito en el corto plazo, pero todos irremediablemente insuficientes a largo plazo, si no se avanza con reformas destinadas a remover estructuras pétreas que le quitan posibilidad de desarrollo a la economía argentina.

Llegar al hueso

“Cuando [Carlos] Menem hizo la primera desregulación no llegó al hueso con el costo laboral, ni tampoco con la flexibilidad, ni con obras sociales. Entonces, las empresas se vieron expuestas al mundo con la carga del costo argentino. Con el tipo de cambio fijo sufrieron el atraso por desfase de sus costos y culparon a la apertura. En síntesis: una cosa es lograr estabilizar, pero otra, mucho más difícil, es transformar toda la economía argentina para hacerla competitiva y abierta al mundo. Ahí es donde se choca con todos los dueños de las actividades afectadas y, finalmente, se fracasa”, resume Bustamante.

21 de noviembre de 1990. Eduardo Duhalde, Carlos Menem y Roberto Dromi, el día que se anunció la adjudicación de Aerolíneas a la empresa aerocomercial española
21 de noviembre de 1990. Eduardo Duhalde, Carlos Menem y Roberto Dromi, el día que se anunció la adjudicación de Aerolíneas a la empresa aerocomercial española

Ahora bien, ¿cómo han hecho países donde también existen dueños de actividades que impiden los cambios? “[El sociólogo y economista estadounidense, fallecido en 1998] Mancur Olson decía que esos cambios en países casi feudales como Japón y Alemania fueron posibles porque la guerra destruyó toda la trama de intereses creados”, responde Bustamante.

Juan Carlos Torre se ha convertido en uno de esos historiadores (es sociólogo también) de lectura casi obligada para entender algunos procesos de la Argentina. Su último libro, Diario de una temporada en el quinto piso, es una crónica vivencial de un integrante del equipo económico de Raúl Alfonsín. El quinto piso, claro, es la referencia al lugar donde se ubicaban los principales despachos económicos en el Palacio de Hacienda de entonces.

LA NACION lo consultó sobre la razón por la cual en la Argentina se han sucedido los fracasos en los planes económicos. “Tengo una respuesta invariable: la causa de los fracasos, cuando estos se produjeron, está en el formidable poder de veto de los grupos de presión en Argentina, que son eficaces en democracia, pero también en dictadura; ver al respecto las tribulaciones económicas de la última dictadura”, reflexiona.

Se pregunta, después, si esa respuesta es correcta. Y entonces, en caso de serlo, prosigue: “Si esta respuesta está bien encaminada, la pregunta que sigue es ¿en qué circunstancias ese poder de veto puede ser neutralizado? La principal circunstancia es ‘el caos económico’ y con él ‘la sensación de pánico’ que disminuye las reacciones defensivas y facilita la adopción de decisiones fulminantes y audaces. Ocurre sin embargo que cuando el caos económico va quedando atrás van recuperándose los reflejos de los grupos de presión y la calesita vuelve a girar”.

Después del decreto 70, que es el que se publicó esta semana con la desregulación de Milei, y a la luz de los dichos de Torre, pues cabe también preguntarse si todos los dichos del Presidente sobre el irremediable camino a la hiperinflación que desmenuzó desde el momento mismo en que tomó el micrófono en la Plaza del Congreso no tienen como fin ya no solo detallar el deterioro sino disminuir ese poder de “veto”. Un método para lograr la neutralización de los que siempre apuestan por mantener el estado de las cosas, y de esa manera, sostener el andamiaje de algún que otro privilegio.

Capital político

Torre, también profesor de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), suma otra circunstancia que podría lograr que esos actores no resulten tan eficientes. “Otra circunstancia que puede eventualmente neutralizar a los poderes de veto es el capital político de quién promueve el ajuste. Hace creíble la gran consigna de Carlos Menem: “¡Síganme, no los voy a defraudar!”. El capital político es la confianza que un líder es capaz de suscitar por su trayectoria pasada y que es instrumental para que logre ser acompañado al hacer un ajuste y convoque a atravesar ‘un valle de lágrimas’. Aquí está en juego ‘la sociología de la paciencia’, esto es, la postergación de las gratificaciones inmediatas. Para facilitar este ejercicio siempre es bueno simbólicamente vender al ajuste como una operación equitativa”, explica.

De a poco, y lejos de la brutalidad de las cifras económicas, se empiezan a ver los hilos detrás de cada uno de los gestos, las palabras y las acciones de Milei desde que asumió. No parece improvisado el machacar con el deterioro económico de la Argentina que tomó ni tampoco aquella apelación al caos social que generaría la inflación de 15.000% anual, que tanto él como el ministro de Economía, Luis Caputo, no dejan de señalar como futuro posible si no se hacen las “cosas que hay que hacer”.

Esas cosas son un ajuste que llevará a transcurrir el mencionado “valle de lágrimas” para que, guiados también por “las fuerzas del cielo”, la Argentina logre arribar a una tierra distinta. Para lograr compañía en el camino es necesario que quede claro, aunque sea simbólicamente, que ese ajuste sea contra la casta, generadora de casi todos los males presentes con su actuar en el pasado.

De acuerdo con este derrotero, Milei sabe perfectamente que el ajuste no alcanza. Lo conoce como nadie. A su vez, tiene plena conciencia que el éxito del plan requiere mucho más que un ajuste. Y ese mucho más está gran parte contenido en el decreto 70, una suerte de desparramo de patadas al corazón de varias colmenas que llevan décadas sin que nadie las moleste.

Tiene una oportunidad: como dijo Torre, una de las circunstancias que podría neutralizar el poder de veto es el capital político. Lo tiene ahora, nadie sabe qué pasará. Pero ahora lo tiene y por eso la oportunidad de los cambios, a 10 días de haber asumido.

Kiguel empieza su libro sobre las crisis argentinas con una rotunda frase de Winston Churchill: “El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Una gran porción de la Argentina, pese al tremendo desafío que significa, parece entusiasmada.

Diego Cabot

Fuente: La Nación

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