Letanías de un exministro eyectado

Estupefacto. Así se sintió el exministro de Salud, Ginés González García cuando se enteró de que el domingo pasado Alberto Fernández –que ahora tiene Covid, tras las dos dosis de Sputnik que recibió– había charlado largamente con el periodista Horacio Verbitsky en su programa de Radio Del Plata.

Alguien debió comentárselo porque no escucha ni lee ni mira noticias desde que el 19 de febrero el presidente de la Nación, sin escucharlo ni darle ningún tipo de explicación personal, resolvió convertirlo en el fusible que saltara por los aires para calmar el escándalo del llamado “vacunatorio vip”. El ayuno informativo es su manera de preservarse de la andanada de críticas furibundas que desató la sociedad y la jauría mediática, con sus respectivos matices, de un lado y otro de la grieta.

Lejos de ese ruido disfruta la soledad de su despacho del primer piso de Isalud, la universidad privada de la que es rector, y en la que se dicta una docena de carreras relacionadas con la medicina y el sanitarismo, en una de las cinco sedes que existen en un radio de pocas cuadras a la redonda en San Telmo. Su gran tesoro.

Fue como la gota que rebasó el vaso. El mandatario que nunca más se comunicó por ningún medio con GGG (aunque lo ha distinguido en algunas de sus alocuciones), no tuvo, sin embargo, inconvenientes en volver a dar examen ante Verbitsky, que jamás abandona ese tonito suficiente de profesor en mesa examinadora. Con relativa frecuencia, Fernández se allana con docilidad a la auditoría informativa e ideológica del servicial exmontonero que lo tutea, lo trata con confianza y, por momentos, hasta con aires de superioridad.

En cambio GGG no atendió las llamadas del capitán (o, mejor dicho, comodoro) del cohete a la luna tras su delación que, lejos de arruinar una investigación del diario Clarín sobre las vacunaciones por izquierda, hizo explotar el tema en proporciones monumentales, algo que hasta entonces no había ocurrido, a pesar de que las redes sociales ya desbordaban de chiquillos (y más grandecitos) con uno de sus brazos pinchados por una jeringa y el otro haciendo la consabida “V” de la victoria.

Ginés González García
Ginés González GarcíaXinhua – Archivo

Con esa sencilla ceremonia radial, el jefe del Estado tomó partido por Verbitsky (no llamó la atención que soslayaran olímpicamente el tema del escándalo vacunatorio por la obvia incomodidad que les producía a ambos), al igual que lo haría días más tarde por Coco Sily de idéntica forma, sin importarle que el actor hubiese amenazado antes con pegarle al diputado Fernando Iglesias.

Verbitsky, anteriormente, también por radio, había incinerado a su “amigo” Ginés. Una amistad al parecer unilateral y no recíproca ya que GGG no lo tenía como tal, y mucho menos después de su promocionada traición. Allá por 2002 los memoriosos recuerdan que habían compartido una cena, cuando Ginés impulsó la ley de medicamentos genéricos, pero no mucho más que eso.

El periodista había logrado sensibilizarlo en febrero cuando lo llamó por teléfono para contarle cómo el coronavirus se había ensañado con varios miembros de su familia y que no quería ser uno más de esa lista. Como en el vacunatorio del Hospital Posadas se habrían resistido a inocularlo porque algunos todavía recordaban allí sus ambiguas relaciones de “alto vuelo” en los tiempos oscuros de la dictadura, GGG dispuso que la aplicación fuera más discreta en el ministerio que aún encabezaba, procedimiento que luego se habría extendido a nueve personas más. Y también autorizó vacunar a domicilio al expresidente Eduardo Duhalde, del que había sido su ministro en el crítico post 2001. Y como las dosis vienen de a cinco, se procedió a inocularla a la ex primera dama y a tres personas más que, encima, no son adultos mayores (dos hijas y su secretario personal).

Para GGG no hubo vacunatorio vip, aunque admite la existencia de una suerte de “cámara compensadora” (para decirlo en lenguaje bancario) de dosis que su ministerio se reservaba por si llegaban a necesitarse para cubrir faltantes en una u otra repartición, incluso de la misma ciudad de Buenos Aires, castigada por carencias continuas por la manera de distribuir las dosis que se decidió y que beneficia con mayor cantidad asignada a la provincia de Buenos Aires.

Los abogados le aconsejan a GGG que no abra la boca hasta tanto se clarifique el rumbo de las quince causas que le iniciaron en su contra a partir de los acontecimientos narrados.

Bajó cuatro kilos, se cuida en las comidas y volvió al gimnasio. Sigue trabajando por las suyas en un plan integral de salud en el que confluyan los sectores público y privado (lejos del proyecto estatizante por el que se inclina Cristina Kirchner). También retomó una asignatura pendiente de la que en su momento supieron y alentaron Sergio Renán, Rodolfo Fogwill y Félix Luna, y que sorprenderá a muchos: avanzar en la escritura de una novela histórica y romántica situada en su San Nicolás natal, pero en 1830, que ya tiene título: Amantes y alquimistas.

Los que lo conocen bien aseguran que está muy dolido y enojado con Alberto Fernández, y que desea permanecer en el país, no en una embajada lejana. “El que no banca no conduce”, le escuchan repetir.

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