Probablemente sea el cuerpo de Santiago Maldonado el que apareció ayer, muy cerca de donde supuestamente se lo vio por última vez. Si fuera así, la autopsia deberá comprobar cómo y cuándo murió, desde cuándo su cuerpo estuvo en el agua, si tenía golpes o si sólo murió ahogado. Casi tres meses después de su desaparición, llama la atención que las fuerzas de seguridad no hayan localizado antes ese cuerpo que estaba tan cerca del lugar donde sucedieron las refriegas entre la Gendarmería y una facción mapuche.
Y llama más la atención que se trate de una zona en la que los dirigentes mapuches no dejaron entrar a los investigadores por considerarla «lugar sagrado». La Justicia, que aceptó esa prohibición (de hecho, una cesión de la soberanía nacional), deberá dar explicaciones.
El hallazgo sucedió pocas horas después de que la Cámara Federal le ordenó al juez Luis Rodríguez que pidiera el desafuero y la detención de Julio De Vido. El juez obedeció en el acto. El presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, ya tiene en sus manos la carta del juez Rodríguez en la que le requiere que se despoje de sus fueros al ex superministro de los tres gobiernos Kirchner. Rodríguez le advirtió, además, al Ministerio de Seguridad que debe detener a De Vido no bien sea desaforado por la Cámara de Diputados y hasta le indicó el lugar penitenciario en el que deberá ser alojado.
La campaña electoral termina envuelta por una rara polvareda. Entre la aparición de un llamativo cadáver y la cárcel segura para quien fue el ministro más acusado de corrupción durante 12 años. ¿El hallazgo del probable cadáver de Maldonado afectará las chances del Gobierno en las elecciones del domingo? Todo hecho disruptivo cambia un clima electoral preestablecido. Por eso, ninguna elección está nunca definitivamente terminada hasta el día de la elección. No obstante, el caso del artesano desaparecido formaba parte ya de la campaña electoral y, lamentablemente, el interés por su suerte dependía de las adhesiones políticas.
El cristinismo levantó la bandera de su tragedia para echarle a Macri un muerto o un desaparecido (en la Argentina esas palabras son casi sinónimos). El electorado macrista entrevió ese proyecto cristinista y se alejó del caso Maldonado; era una cuestión especulativa de la oposición. Así estaban las cosas. ¿Así seguirán estando? Sea como sea, lo cierto es que la serena vigilia del Gobierno, a la espera del domingo electoral, se terminó ayer.
Tampoco Cristina está tranquila. De Vido irá preso. Sólo una Cámara de Diputados políticamente suicida se negaría a sacarle los fueros al ex ministro. La orden de detención no viene de un juez solitario, sino de la Sala II de la Cámara Federal, el tribunal más prestigioso del fuero federal. El juez Rodríguez no hizo más que cumplir la orden de una instancia superior, porque él se negó dos veces a aceptar el pedido del fiscal Carlos Stornelli, quien fue el primero en pedir la prisión de De Vido. Stornelli fue acompañado luego por el fiscal general Germán Moldes. La Cámara Federal se pronunció dos veces a favor del reclamo de los dos fiscales. ¿Por qué el desafuero y la prisión de De Vido? Se lo investiga por el despilfarro de $ 26.000 millones en el yacimiento carbonífero de Río Turbio. De Vido es diputado nacional y presidente de la comisión de Energía de la Cámara; aquel yacimiento es un generador de energía. No sólo puede interferir en la investigación; ya lo habría hecho, según comprobó el fiscal Stornelli y lo confirmó la Cámara.
La novedad es que la Justicia está actuando sin tener en cuenta el calendario electoral. Es lo correcto. Lo anómalo era la jurisprudencia de hecho anterior, que indicaba que los jueces debían dedicarse a dormir largas siestas en los períodos electorales para no interferir en la decisión del ciudadano común. Ahora bien, ¿cómo decidiría el ciudadano sin contar con todos los elementos y, sobre todo, con los que interpelan la moral de los candidatos o socios partidarios de los encartados?
Los jueces que pusieron en marcha el mecanismo para encarcelar a De Vido están siguiendo, tal vez, la idea de un magistrado con cabal conocimiento de casi todas las causas de corrupción: «Si Cristina Kirchner y De Vido no van presos, este país no tiene destino», sentenció hace ya varios meses. De Vido personifica la corrupción de los años kirchneristas. Elisa Carrió lo denunció por primera vez en 2004 y lo incorporó en 2008 a su denuncia por asociación ilícita para robar recursos del Estado. Pasaron 13 años desde la primera denuncia. Demasiado tiempo como para preguntarse ahora si la decisión de la Cámara Federal es oportuna o no.
Es imposible que los protagonistas de la batalla electoral no analicen todo en clave electoral. ¿Aquel cadáver encontrado en el Sur es un muerto que le tiraron a Macri?, se pregunta el Gobierno. ¿La cárcel para De Vido o las declaraciones indagatorias que está tomando el juez Claudio Bonadio por el acuerdo con Irán forman parte de una operación para destruir al cristinismo?, se interroga Cristina Kirchner. A veces, existe la autonomía de los hechos. Las cosas suceden, simplemente. No es cierto que todo tiene que ver con todo. Ocurre, sí, que la resolución de las elecciones es dramática para sus principales protagonistas.
Una derrota de Cristina en la provincia de Buenos Aires sería para Macri el mejor ejemplo ante el mundo de que cambió la sociedad argentina, no sólo el gobierno que manda en Buenos Aires. Los encuestadores le aseguran que ganará en los cinco principales distritos del país (Buenos Aires, Capital, Córdoba, Santa Fe y Mendoza), como ningún otro presidente lo hizo desde Raúl Alfonsín en 1985.
También le garantizan que la vieja dirigencia peronista será decapitada el próximo domingo: los Rodríguez Saá en San Luis, el pampeano Carlos Verna, el cordobés José Manuel de la Sota o los Kirchner en Santa Cruz, entre otros. Si fuera así, el peronismo que surgirá el domingo será otro peronismo, más comprensivo de las profundas mutaciones sociales que sucedieron en los últimos dos años, desde el ballottage de noviembre de 2015.
Sin embargo, la gran batalla se dará, como siempre, en la provincia de Buenos Aires. La ansiedad, y cierta dosis de inseguridad, es notable tanto en Cristina Kirchner como en el macrismo. Casi todos los encuestadores vaticinan un triunfo de Cambiemos sobre Cristina por un margen de entre 3,5 y 4 puntos en el principal distrito del país. No importa. Cerca de María Eugenia Vidal reclaman moderación. Los números no están tan alejados. Las cosas pueden cambiar, para bien o para mal, en muy pocos días. O en pocas horas. ¿Se asustarán los votantes macristas por la ola de amenazas de bomba en las escuelas bonaerenses?
Es la pregunta que se hace, y no se responde, el oficialismo. Vidal podría hacer denuncias más fuertes sobre esas intimidaciones en las próximas horas. ¿El hallazgo de un cadáver en la Patagonia profunda modificará la opción de los votantes bonaerenses? Imposible predecirlo. No hay, como sí lo hubo antes de las PASO, un clima electoral efervescente. Todo parece concluido. El Gobierno ha ganado. La oposición ha perdido. Si ésa fuera la sensación colectiva, sería una mala señal para el Gobierno. La concurrencia masiva beneficiará al macrismo; la indiferencia de los electores premiará al cristinismo. La incertidumbre se nota también en el cristinismo. Cristina salió a pedirles a sus adherentes que consigan dos votos más por cada uno. Reconoce, entonces, que con lo que tiene no le alcanza. Y, encima, ya advirtió que habrá fraude. Es casi una confesión de impotencia. La denuncia de fraude es siempre el último recurso de los que han perdido o de los que saben que van a perder.
Fuente: La Nación Joaquín Morales Solá
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