La tabla con la que Milei surfea el ajuste

La cajera casi no puede levantar la cabeza. Una larga fila de personas pasa ante ella para comprar un sandwich de bondiola o de vacío con una gaseosa. Como nunca, hubiese deseado poder salir de su lugar de trabajo cuando percibió la electricidad que sacudió el predio de Expoagro, en San Nicolás, el martes al mediodía durante la visita del presidente Javier Milei.

No pudo evitar escuchar y ver a dos empresarias amigas mostrarse, entusiasmadas, las fotos tomadas a la distancia a Milei. “¿Lo pudieron ver?”, les preguntó a sus clientas. Y ellas, igualmente impactadas, le hicieron ver las imágenes recién tomadas.

«Milei pudo ver y sentir en Expoagro porqué los sondeos lo mantienen arriba; está ahora en el centro del ring y tiene la iniciativa política, una necesidad de todo presidente.»

Como un Luis Miguel con el pelo premeditadamente revuelto, el Presidente vivió de cerca la pasión que despierta en niveles y públicos diversos. Lo quieren ver, pero no lo pueden tocar.

El caos de su recorrido por parte de la muestra fue contenido por un cordón de custodios de baja estatura para permitir capturar su imagen con los teléfonos celulares. La reunión que encabezó en la gran feria agro-tecnológica había sido diseñada previamente por sus asesores y su contenido fue reproducido por el equipo de comunicación después de que se comprobara que ningún comentario o pregunta inoportuna interrumpiera el mensaje presidencial.

Milei pudo ver y sentir en Expoagro lo que los sondeos de opinión afirman: mantiene el nivel de adhesión que registró en la segunda vuelta. Está ahora en el centro del ring y su discurso del 1° de marzo lo retrató como propietario principal de la iniciativa política, una necesidad de todo presidente.

«‘Tenía que venir un chiflado como Milei para que se hicieran los cambios’, repite un gobernador cuando en privado lo apuran con cuestionamientos al Presidente.»

El cálculo político para llevar adelante el rotundo freno al gasto público viene resistiendo la etapa de prueba más rigurosa. Ese cálculo para activar la primera etapa del gobierno libertario fue explicado reiteradamente en los últimos dos meses cada vez que los funcionarios nacionales eran advertidos de que los argentinos no bancarían una licuación tan brusca de sus ingresos.

Esa explicación está más vigente que nunca y los representantes oficialistas la resumen así:

1. Existe una conciencia plena de la necesidad de un cambio drástico de rumbo; es lo que hizo posible la llegada de un presidente que, como candidato, expresó ese fuerte deseo social.

2. Ese deseo incluye a todos los niveles sociales y es especialmente visceral entre los más jóvenes. La confianza en un cambio es más consistente entre los más pobres, que sufren los malos gobiernos y lo pagan con hambre desde hace años.

3. Milei se considera habilitado a ejecutar esos cambios en nombre de su ideología y con beneficio de su falta de pertenencia al sistema político. No se siente atado a compromisos.

4. El Gobierno avanzó y seguirá avanzando sobre la licuación de ingresos y la motosierra al gasto público dando por descontado que la situación de los pobres no cambiará en lo inmediato y que por lo tanto solo es posible mantener la asistencia.

5. El apoyo al cambio es tan fuerte que el golpe al bolsillo de la clase media encuentra un nuevo fenómeno: está dispuesta a liquidar sus pequeños ahorros para llegar a fin de mes en nombre de la expectativa de una reducción de la inflación.

6. Una caída de los índices de precios consistente desde junio consolidaría los niveles de popularidad de la gestión libertaria y le permitiría avanzar hacia las reformas estructurales en distintos planos.

Esta media docena de datos y argumentos fueron y siguen siendo repetidos por ministros del oficialismo como un antídoto a las presiones de la realidad y del propio sistema de poder político y económico.

«Milei pide los votos en el Congreso y a cambio ofrece ajuste y menos fondos, y ninguna sociedad política. Prefiere ir en persona hacia la clientela electoral de los dirigentes tradicionales, sin ninguna intermediación»

Mientras, arrecia con dureza un tiempo complejo y duro. Milei pretende surfear estos meses montado en la expectativa que despierta una verdadera transformación y en la idea extendida de que solo un dirigente con su origen y excéntricas características personales puede llevarla adelante para cortar la pertinaz decadencia.

“Tenía que venir un chiflado como Milei para que se hicieran los cambios”, repite un gobernador cuando en privado lo apuran con cuestionamientos al Presidente.

Aun cuando el libertario termine por formar parte y encabezar el sistema político que empezó combatiendo, las viejas recetas para el regateo político y los recursos para aplicarlas han entrado en crisis.

La primera corporación que salió a enfrentar a Milei es el club de gobernadores, que empezaron por resistirse a asumir como propio un ajuste que pretenden ajeno, el que ejecuta la Nación. Ese viejo sistema de relaciones entre el poder central y las provincias siempre contó con un principio básico: fondos discrecionales a cambio de apoyo político.

Milei plantea lo mismo. Necesita leyes, pero no está dispuesto a darle a las provincias ni la mitad de lo que recibían durante los gobiernos anteriores. No es un mero regateo. Milei no quiere que los gobernadores le rindan devoción, los prefiere lejos. De hecho, en Expoagro pidió que ninguno de ellos estuviera en la muestra ni se asomara cuando él iniciara su visita. Un par de ellos debieron irse antes, molestos y ofendidos.

Milei pide los votos en el Congreso y a cambio ofrece ajuste y menos fondos, y ninguna sociedad política. Prefiere ir en persona hacia la clientela electoral de los dirigentes tradicionales, sin ninguna intermediación.

Un clásico. El Presidente apuesta todo a bajar la inflación y empezar a mostrar resultados de mejora económica. Quiere que el resto del Estado –provincias y municipios– hagan el ajuste, pero no compartirá con nadie su deseo de un final feliz. No hay puntos intermedios en ese juego audaz y acelerado: gloria o fracaso.

Sergio Suppo

Fuente: La Nación

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