La dignidad y la sumisión

Una palabra precisa. Un instante único. La medida de la dignidad en una respuesta. Breve. Y filosa, como todo límite. Sin importar títulos.  “No me falte el respeto, doctor”, reaccionó firme, pero sereno, el fiscal Diego Luciani, ayer. Como si se dirigiera a cualquier letrado de la matrícula. Pero subrayando, con el vocativo “doctor”, la condición de actor de privilegio del destinatario.

No era un simple testigo quien había pretendido descalificarlo (o amedrentarlo) para que abandonara su incisividad en busca de verdades. Intentando desbaratar gambetas retóricas. Subrayando contradicciones. Enfrente estaba el mismísimo Presidente de la Nación. También, como le gusta autodefinirse, el “profesor de Derecho de la UBA”. Uno haciendo su trabajo. Otro, cumpliendo un recado obligado. Editando su propio pasado. Declarando en una causa contra la vicepresidenta, que lo hizo Presidente. Para que no fuera  prescindente. En las cosas que a ella le importan. Una incomodidad que lo llevó al abuso de dudar de la inteligencia de su interrogador. Otro exceso de alguien que debe dar ejemplos. De respeto. A los demás. Y a su palabra. Un striptease moral.  Una confirmación. En las antípodas de la dignidad habita la sumisión.

Claudio Jacquelin

Fuente: La Nación

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