La devaluación de la confianza

Luis Basterra, nuestro inefable ministro de Agricultura, selló con una frase definitoria su intervención en los anuncios económicos.

“Es el modelo que eligió la gente”, dijo a modo de cierre de su argumentación acerca de la mayor compensación que recibirán los pequeños agricultores que se encuentran fuera de la región núcleo, una medida que los grandes productores resisten.

La definición de Basterra contradice en un punto clave la exposición del ministro de Economía. Para Basterra, no hay mucho que discutir ni consensuar porque la decisión la tomó la gente al emitir su voto. Mucho más allá de si la medida en cuestión es justa o acertada, es una manera de ver y ejercer el poder.

Martín Guzmán, por el contrario, demandó una discusión bien articulada y civilizada en las cuestiones que son clave para el desarrollo. Eso, al menos, es lo que dijo. Reclamó la construcción de consensos para definir las políticas de Estado que permitan salir adelante. A su modo, pidió mesa de discusión, acuerdos y acompañamiento. O sea, política, mucha política. Justamente lo que está faltando.

“Estamos todos en el mismo barco y para poner a Argentina de pie se requiere que vayamos todos y todas en la misma dirección”. Dime de qué alardeas y te diré de qué careces.

No hace falta ser un entendido para comprender que no hay manera de resolver el atolladero económico en el que se encuentra nuestro país sin reconocer y enfrentar la “crisis de confianza” que afecta el proceso de toma de decisiones del Gobierno.

Lejos de estar fluyendo, la búsqueda de consensos en orden a definir políticas está absolutamente empantanada.

Idas y vueltas, marchas y contramarchas, contradicciones internas y un discurso enrarecido complican el día a día y desnudan una constatación: no está nada claro cuál es la consigna o proyecto que alineó a los votantes del Frente de Todos más allá de sacar a Macri del poder.

La proclamada intención de Alberto Fernández de administrar las tensiones internas, tanto ideológicas como de intereses personales que traccionan en el Frente, no solo no le está resultando posible sino que el permanente ruido interno se traduce en confusión, desconfianza y parálisis.

La criatura política pergeñada por Cristina Fernández de Kirchner al conformar la fórmula presidencial está genéticamente fallida.

La coalición que suma a propios y extraños en el Frente de Todos resultó exitosa para ganar la elección pero es absolutamente disfuncional para gobernar. Esta es la cruda realidad.

La manifiesta lealtad albertista a CFK lo obliga a forzar sus propias y ya olvidadas convicciones en orden a contentar los reclamos kirchneristas. Un desgastante trasiego que se traduce en una caída vertiginosa de la imagen presidencial. A la devaluación de la moneda se suma la devaluación de la palabra. ¿El huevo y la gallina?

Las medidas anunciadas este jueves están lejos de delinear un plan económico. El ministro de Economía estuvo cauto. Las definió como una “hoja de ruta”. Se trata, en su esencia, de medidas transitorias, de emergencia y que apuntan a resolver una apremiante urgencia: recuperar divisas, recomponer reservas.

El camino es el correcto pero “huelen a poco”, se escuchó decir a empresarios y productores consultados. Es lo que opina el círculo rojo. No dicen toda la verdad.

Son pocos los que se animan a poner en palabras crudas la principal inquietud que los afecta. Es difícil generar un clima de inversión y de negocios para movilizar la economía cuando se desconfía de la capacidad presidencial para marcar, sostener y profundizar un camino.

La pregunta de fondo es quién en verdad gobierna en la Argentina de la post cuarentena.

El Presidente suele vanagloriarse de la diversidad de ideas, perspectivas y pareceres que anida en la variopinta fuerza que lo llevó al poder. En esa supuesta riqueza ideológica, conceptual y discursiva hoy encuentra su principal dificultad, el cepo que lo tiene maniatado, la imposibilidad de presentar un proyecto, un plan, un rumbo sustentable que cierre con todos adentro.

La semana aportó sobradas pruebas de las diferencias de fondo que combustionan en el hirviente caldero de la coalición gobernante. Cada tema, cada cuestión, cada conflicto, habilita nuevas e insondables controversias.

Un caso paradigmático es el de la toma de tierras en Guernica, la ocupación que ya lleva dos meses amenaza consolidarse y sienta “jurisprudencia” en relación a cómo resolver una carencia mediante el uso de la fuerza.

La situación no solo abrió un muy fuerte debate acerca de cómo resolver el problema, que pone en tracción dos derechos constitucionales, el de la propiedad privada y el derecho a acceder a una vivienda digna sino que, además, sumó un show mediático horrible cuando Sergio Berni acusó a Fernando “Chino” Navarro de estar detrás de la toma. El ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires acusando a un funcionario del Poder Ejecutivo Nacional y líder piquetero de ser parte del problema y no de la solución.

Varias semanas después el tema sigue sin resolverse. En el medio pasó de todo, incluso un fuerte recorte de poder a la ministra de Vivienda María Eugenia Bielsa.

El desalojo ordenado por la Justicia para este jueves fue postergado por pedido de los funcionarios provinciales y a los enojados de un lado y del otro se sumaron los que esperan desde siempre acceder a algún crédito sin lograrlo y que hoy ven recibir beneficios a quienes transgrediendo la ley pusieron el cuerpo a la ocupación. Lo de siempre: una de pobres contra pobres.

En otro escenario, el asesinato de un efectivo de la Federal a manos un enfermo psiquiátrico descontrolado en tiempos de pandemia, lejos de generar un acto de constricción general, reabrió un feroz debate entre funcionarios del área acerca del uso de las pistolas Taser.

El tema que meses atrás, cuando todavía el virus no era tan ancho como ajeno, permitió a Berni revolear con descalificaciones a Sabina Frederic reapareció en tono de tragedia.

Lejos de cualquier consideración por el dolor ajeno y en pleno duelo la ministra, siempre malhadada a la hora de las declaraciones públicas, terminó responsabilizando a la Policía de la Ciudad (entiéndase de Horacio Rodríguez Larreta) por el fatal desenlace de tan amargo episodio. De paso, cañazo.

El caso Raimundi es otro ejemplo de un gobierno atravesado por un permanente estado de disociación.

Nuestro embajador en la OEA, Carlos Raimundi, generó un verdadero desaguisado al sostener una fuerte defensa del régimen de Nicolás Maduro. Ocurrió en su exposición ante el Consejo Permanente de la OEA al desconocer el informe del Alto Comisionado de los Derechos Humanos de Naciones Unidas sobre la violación de derechos humanos en Venezuela.

La ponencia no sólo obligó a una inmediata desautorización de nuestra Cancillería sino que, ya sobre el fin de semana, generó una queja formal de Estados Unidos, que se materializó en un encuentro del embajador en Buenos Aires Edward del Prado con el canciller Felipe Solá. Mucha energía disponible para mantener a raya a los propios librepensadores.

Con los espacios de poder loteados en lo más alto del poder, los funcionarios no solo se contradicen y descalifican públicamente sino que, en muchos casos, terminan sobreactuando en los medios un relato en el que no creen y se les nota. Nada que ayude a generar confianza.

Fue el mismísimo Jefe de Estado quien luego de condenar el escrache en el domicilio del juez Ricardo Lorenzetti, un episodio en sí mismo repudiable, y tras la cantinela de acusar a los medios de presionar a los Jueces del Supremo Tribunal, se sumó al estropicio cuando en una nota periodística fustigó a Carlos Rosenkratz con una pregunta: “¿Qué está buscando su Presidente?”.

El Jefe de Estado no vaciló en calificar de escándalo jurídico un eventual pronunciamiento en favor de los tres jueces que el kirchnerismo tiene en la picota. Un delicado apriete en vísperas de la reunión especial a la que convocó el vapuleado Presidente el alto tribunal.

Para comprender la gravedad del momento no solo hay que ponderar la devaluación de la moneda sino antes y muy especialmente la devaluación de la confianza.

“Es la economía, estúpido”, la emblemática frase acuñada por James Carville, el asesor del entonces candidato presidencial Bill Clinton, podría hoy usarse remixada. “It’s the politics, stupid”.

Fuente: Infobae.com

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