La campaña no levanta temperatura

Volvió el frío, que nunca dejó de sentirse en la campaña electoral. El veranito con el comenzó agostó duró poco en el termómetro y menos en el clima político, fuera de la dirigencia y la militancia. Los muchos chispazos no alcanzan para sacar al electorado de la hibernación, cuando faltan solo nueve días para votar. Lo admiten en todos los comandos de campaña.

“El 50% de los consultados dice no recordar ningún spot y del 50% que afirma que registra alguno, la mayoría no puede precisar ninguno que le haya quedado grabado”, admite un consultor y estratega político que trabaja para distintos candidatos (oficialistas y opositores) en el nivel nacional y bonaerense.

La contundencia de la constatación es equivalente al nivel de preocupación que genera en todos los comandos partidarios la frialdad que la campaña sigue despertando en la ciudadanía.¿CON QUÉ CANDIDATO TE IDENTIFICÁS?

Por eso, la estabilidad que muestran los números de la mayoría de las encuestas reafirman la duda sobre su carácter predictivo y lo que podrá pasar el próximo domingo 13. La tendencia registrada de las últimas elecciones en las que el voto se definía casi sobre la hora no solo podría reforzarse en estos comicios, sino que la asistencia podría decidirse en el último instante.

El consumo voraz y, al mismo tiempo, escéptico de sondeos que hacen candidatos y dirigentes convive con cálculos y especulaciones respecto de niveles de participación y voto en blanco, analizados a la luz de los datos que arrojan esas encuestas y los resultados de las elecciones provinciales realizadas hasta ahora. El hecho de que en las PASO el voto en blanco se computa para distribuir los porcentajes suma inquietud: los números pueden modificarse fuertemente a la baja para cada fuerza.

Casi la única coincidencia que se ha registrado en los últimos diez días entre los principales espacios políticos en disputa es el llamado a ir a votar, tan potente como la demanda a que lo hagan por sus candidatos. Ninguna casualidad ni acuerdo autodefensivo de la “casta política”. Desde Agustín Rossí, el compañero de fórmula de Sergio Massa en la interna oficialista, hasta Javer Milei.

Más enfrascados en su disputa interna, que es la única realmente competitiva de estas primarias, los postulantes de Juntos por el Cambio también reclaman participación, pero el ruido de su enfrentamiento es más estridente. La singularidad es que el elevado volumen de la discusión opera como otro elemento que aleja en lugar de acercar al electorado. Lo admiten a ambos lados de la grieta cambiemita, que volvió a ensancharse esta semana.

A la virulencia con la que varios referentes de Patricia Bullrich reaccionaron contra el apoyo que María Eugenia Vidal expresó por Horacio Rodríguez Larreta le siguió, aunque 24 horas más tarde, una rotunda bajada de tono y un intento de minimizar el hecho por parte de la propia precandidata, que no suele hacer un culto de la moderación. El bulrrichismo no solo procuró desmentir que el hecho le hubiera dolido, sino que intentó instalar que no hubo impacto sino un golpe de efecto.

A dejar de espantar votantes

Nada casual ni espontáneo fue ese cambio de dirección en el mensaje, que implicó una desautorización de Bullrich a su jefe de campaña, Juan Pablo Arenaza. Este había calificado de “empleada del mes” a la exgobernadora, en un mensaje de doble propósito: poner en duda la motivación del respaldo y reforzar la acusación preferida del bullrichismo contra Larreta: que usa y abusa de los recursos económicos y del control del aparato estatal porteño.

La bajada de tono de Bullrich resultó, por un lado, una admisión de que la disputa tiene efectos negativos en el electorado, al que ya de por sí ella convoca a entrar en combate en pos del cambio. Algunos consultores de opinión cercanos a Larreta advierten (y se ilusionan) con que eso podría significar pedirle demasiado a una sociedad fatigada.

Por otro lado, la precandidata buscó bajarle el valor al apoyo de Vidal, que había sucedido a los expresados por los radicales Facundo Manes y Rodrigo de Loredo, con los que el larretismo procuró reforzar la imagen de un respaldo más amplio y variado de dirigentes de JxC que su rival. La escueta frase “son dos votos”, con la que respondió ayer Bullrich respecto de los anuncios de Vidal y Manes fue demasiado elocuente. Cerrar el tema y no aumentar los costos.

Mientras tanto, todo el comando de campaña de Bullrich exuda optimismo y esgrime encuestas en la que ella duplica en intención de voto a su rival y expone teorías sobre la solidez y consistencia de esos apoyos. “Encuestas y datos históricos reafirman la prevalencia de Patricia, pero si me preguntás quién gana no me animo a apostar mi plata”, advierte un colaborador de Mauricio Macri, que apoya a la precandidata. Como el expresidente, quien no lo dice taxativamente, pero lo oculta cada vez menos. No necesita ser explícito.

Lo cierto es que todos se cubren. Ninguno pronostica que la diferencia en la interna de JxC finalmente supere los cuatro o cinco puntos porcentuales. Es una de las pocas cosas en las que parecen coincidir los dos bandos. Aunque en el sector de Larreta achican un poco más la distancia. Tiene lógica. La mayoría de los sondeos, salvo los propios, da arriba a Bullrich.

A pesar de lo que les cuesta evitarlo, la mayoría de los dirigentes cambiemitas teme seguir dañando la marca partidaria. Por eso Macri, que venía haciendo esfuerzos denodados por bajar el tono de la pelea interna (aunque avala y le entusiasma el discurso confrontativo de Bullrich) salió rápido a corregir la crítica que le dedicó a Vidal.

Apenas vio los títulos en los portales sobre lo que él había dicho en San Nicolás y que sus allegados difundieron en tiempo real, Macri se apresuró a matizar el aval que le había dado al exvidalista y ahora bullrichista Cristian Ritodno, quien se había manifestado “decepcionado” por el alineamiento de la exgobernadora con Larreta. No fuera que algún elector hastiado de las peleas entre políticos, pero todavía semidispuesto a ir a votar a JxC, lo hubiera escuchado. Los votos se suman de a uno.

Por eso, tanto bullrichistas como larretistas siguen alentando la presencia de sus referentes en el acto de cierre de campaña de Jorge Macri y prometen tener un bunker único para el día de la elección. Pero todo es demasiado fragil.

Humor social

“La demanda y la esperanza de tranquilidad y previsibilidad parece ir imponiéndose. Pero la duda es qué candidato encarna eso. Es una tendencia cada vez más consolidada en los focus group, que abre muchas dudas y reafirma la imprevisibilidad de esta elección”, afirma un afamado consultor de opinión pública que ausculta el ánimo social.

En el mismo sentido parece ir la última encuesta de la consultora Escenarios, dirigida por los politólogos Federico Zapata y Pablo Touzon. Uno de los datos más notables de la muestra indica un aumento de la esperanza entre la ciudadanía, a pesar de la crisis política. “Respecto de la última elección de medio término (2021), el sentimiento de “esperanza” escala 11 puntos porcentuales. En un país presidencialista, la elección ejecutiva sigue siendo el momento electoral donde la sociedad deposita mayor expectativa sobre el futuro”, concluyen los autores. Sin embargo, solo la mitad de los consultados “cree que Argentina se recuperará de la crisis”. Demasiadas monedas en el aire.

Oficialistas preocupados

Las últimas noticias económico-financieras, con los dólares paralelos volando sin freno y el arribo a los domicilios del AMBA de boletas de servicios públicos con aumentos explosivos, refuerzan las previsiones negativas de quienes dudan sobre la recuperación de la crisis y golpean al campo oficialista. De allí la preocupación creciente por la participación en Unión por la Patria.

Contra la teoría de que a mayor abstención más beneficio para quienes controlan los aparatos partidarios y estatales operan evidencias recientes, el espacio más perjudicado por la ausencia de votantes en 2021 y en la mayoría de las elecciones provinciales de este año fue el oficialismo peronista. Se demostró hace una semana en Chubut, donde la participación volvió a caer y el peronismo unido perdió 40 puntos respecto de 2019, que se fueron entre el ganador cambiemita, el candidato libertario, el voto en blanco y los ausentes.

En el comando de Sergio Massa preocupa la abstención y el porcentaje que pueda sumar JxC , tanto como los votos que se lleve Juan Grabois. Lo expresó con claridad Malena Galmarini, al pedir el voto para su marido y ministro-precandidato, casi instando a la baja de la postulación del dirigente social. No solo fue en defensa de su esposo, sino también propia. Parece no alcanzarle con que a su rival por la intendencia de Tigre, Julio Zamora, le hayan aplicado todo el peso del poder político, impidiéndolo llevar junto a su boleta local la de Massa, dejándolo solo con la de Grabois y presionando a dirigentes de su entorno. Otra expresión de vocación proempresa (familiar), pero no promercado. La regulación de la competencia es una pasión conyugal.

En este contexto, el masssismo reformateó el lema de campaña de Barack Obama y Macri. La suya no es la campaña del “sí se puede”, sino la de “Él puede”. Así cabe traducir el lema que bajó el gurú de campaña Antoni Gutiérrez-Rubí a los voceros elegidos para llevar el mensaje a distintos públicos, muchos con intereses contrapuestos. Confía en la segmentación de las audiencias.SERGIO MASSA HIZO CAMPAÑA EN CÓRDOBA TOMANDO DISTANCIA DE LA DISCRIMINACIÓN EN OBRAS Y RECURSOS DEL KIRCHNERISMO

No parece importar que la consigna deba competir con la performance de Massa en su año de gestión al frente del Ministerio de Economía. Confían en el mágico recurso de que todo podría haber sido peor si él no hubiera asumido, y que la sociedad no se pregunte qué podría haber hecho distinto para que no pasara lo que está sucediendo. Como la suba de los precios y el alza del dólar.

La profesión de fe a la que obliga el oficialismo y la disputa opositora parecen explicar la incapacidad para atemperar el frío de la campaña que siente buena parte del electorado. La abstención, el voto en blanco y la decisión de último momento son así las tres grandes incógnitas del momento. Y solo faltan nueve días para ir a votar.

Claudio Jacquelin

Fuente: La Nación

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