Había una vez un país que no es Argentina…

Cuando mi nieta, de cuatro años, me cuenta una historia, empieza diciendo: “Había una vez un Tavo”, y me aclara que no soy yo, y una Cuchi, que también me aclara que no es mi mujer (así ella le dice a su abuela), y de ese modo va introduciendo a distintos personajes de su historia con nombres de sus padres, primos y amiguitas, que por supuesto, en su historia son otros.

Emulando a mi nieta, contaré mi cuento diciendo que había una vez un país que no es Argentina en donde asume un gobierno que tiene dos objetivos principales, por un lado, lograr la impunidad de algunos de sus miembros, porque están muy próximos a ser condenados por delitos de corrupción y por el otro, someter a la mayor cantidad de medios de producción que puedan, utilizando para ello, diferentes políticas, como la impositiva, cambiaria, regulatoria, etcétera.

Ese gobierno, obligado por las circunstancias, al momento de su asunción, debió tomar medidas contrarias al populismo que profesa. Entre ellas, dispuso un impuesto sobre el dólar, al que denominó solidario, buscando con esa identificación debilitar a quienes lo pudiesen discutir, toda vez que quedarían ubicados como personas no solidarias. Además, suspendió la actualización de las jubilaciones y pensiones por el índice de costo de vida, que había dispuesto el gobierno anterior, y estableció un estricto control cambiario, entre otras medidas de ajuste.

Ese gobierno se siente incómodo porque no tiene dólares y tampoco puede imprimir moneda local, herramientas indispensables para poder llevar adelante su política populista.

Pero, sorpresivamente, a los tres meses de haber asumido, la OMS declara una pandemia. Entonces, ese gobierno decide, cuando solo había 128 contagiados, confinar a toda la población y suspender el libre ejercicio de derechos esenciales garantizados por la Constitución Nacional, esto último, sin declarar el indispensable estado de sitio.

Para lograr que la población acate tal confinamiento masivo y la suspensión de derechos, decide infundir el pánico por medio de profusa propaganda oficial, ayudada por los medios de comunicación que necesitan la pauta oficial de publicidad para sobrevivir.

A lo dicho, ese gobierno agrega algún eslogan sensiblero, como el de que ha optado por la vida en lugar de la economía, como si se tratase de valores antagónicos.

A partir de ese cambio de circunstancias, el Gobierno emite moneda local sin respaldo y en proporciones siderales para cubrir el enorme déficit fiscal que ha generado la cuarentena, y también para empezar con su plan de sometimiento, dando asistencia a las empresas y a los individuos acuciados por la crisis, quienes como contrapartida quedan cada vez más sometidos a la voluntad del gobierno.

También adopta medidas de estilo populista e intervencionista, como la de suspender los despidos, los concursos preventivos, las quiebras, los desalojos, congelar tarifas, dictar una absurda ley de teletrabajo, etcétera.

Compara tramposamente los números de contagios y muertos de su país con el de otras naciones, sin preocuparse por las inexactitudes utilizadas, ni en que, en todas esas oportunidades, lo países, regiones o ciudades mencionados lo desmienten con información incontrastable.

En medio de ese confinamiento decide la intervención de algún grupo empresario en problemas, donde el objetivo de máxima es expropiarlo, y el de mínima, distraer a la población para no tener que explicarle por qué es el único país que habiendo dispuesto el innecesario, o por lo menos prematuro confinamiento, se encamina a batir el récord mundial de encierro de su población, y sin haber logrado bajar los contagios.

Cuando resulta imposible ocultar las evidencias del desastre económico que ha generado, el Gobierno cambia su mensaje y ubica como culpable de la situación a la pandemia, pese a que resulta innegable, que, por lo menos, la culpa también es de la cuarentena que ha dispuesto.

Ante el descontento social, que va en aumento, el Gobierno decide permitir algunas actividades, como la de salir a hacer ejercicios físicos en espacios públicos, pero en simultaneo, los medios de comunicación y redes sociales oficiales fustigan a quienes denominan “runners”, estigmatizándolos como egoístas, no solidarios y, esencialmente, culpables del aumento de los contagios, sabiendo que la población, con el pánico que le han generado, ni siquiera tendrá en cuenta que es muy improbable que una enfermedad se propague al aire libre, y, mucho menos, que quienes salgan a correr estén enfermos.

El aumento de los contagios generado por los “runners” le permite al Gobierno volver al estricto confinamiento, echándoles la culpa a otros, y luego avanza un poco más y dicta un decreto por medio del cual, no solo extiende una vez más la cuarentena, sino que, adicionalmente, declara pasible de ser delincuente a todo aquel que no respete una distancia de dos metros, o que no use barbijo o que no estornude o tosa sobre el pliegue de su codo o que no se lave las manos asiduamente o a aquel que reciba en su domicilio a cualquier persona.

Pero como los contagios y muertes siguen en aumento, el Gobierno procede a acusar a la población de incumplidora, y también ataca a algún distrito gobernado por la oposición, diciendo, por ejemplo, que en esa jurisdicción los hospitales públicos no atienden a las personas mayores.

Dentro de ese contexto y con la población encerrada, el Gobierno anuncia, entre gallos y medianoche, su intención de llevar adelante una profunda reforma del Poder Judicial, la cual incluye a la Corte Suprema.

En síntesis, y más allá de la estricta cuarentena, los contagios y las muertes continúan en aumento, la economía del país atraviesa una profunda recesión, la pobreza alcanza niveles muy preocupantes, la inseguridad se incrementa y empresas con muchos años de trayectoria cerrarán definitivamente sus puertas. Sin duda, ese país ingresa en una muy profunda crisis en todos los sentidos.

Pero por suerte, y como dije al principio, se trata de un cuento, de una ucronía, es decir, de una “historia reconstruida lógicamente de tal modo que habría podido ser y no ha sido”.

El autor es abogado y doctor en Derecho

Fuente: Infobae.com       Gustavo C Liendo

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