“Fullero”, el hijo no deseado del kirchnerismo

Sergio Massa llegó al peronismo, se fue y volvió siempre por la misma razón: hacer realidad esa idea fija de ser presidente. Cuando lo intentó desde afuera salió tercero; ahora, que por fin correrá como primer piloto del equipo oficial, arrancará la carrera en la dirección contraria hacia la que escapa su partido. Unos van a refugiarse en lugares seguros; él y sus ambiciones se largan en contra del pesimismo que cruza al peronismo, desde los gobernadores hasta el kirchnerismo de los cristinistas.

«Con el exintendente de Tigre se cerró el círculo de los presidenciables que disputarán el poder bajo la creencia de que todos ellos son promercado»

La candidatura presidencial fue saludada con más entusiasmo fuera que dentro de su partido. El aumento, luego corregido por los mercados en los que cotizan acciones de empresas argentinas (que sin embargo han perdido al menos la mitad de su valor), fue seguido por muestras expresivas de alivio de empresarios locales y hasta de festejos en el núcleo de ejecutivos que siempre esperaron mucho de sus relaciones con Sergio Massa.

Con el exintendente de Tigre se cerró el círculo de los presidenciables que disputarán el poder bajo la creencia de que todos ellos son promercado. Una definición un poco difusa que oculta más de lo que insinúa en un país en el que nunca termina de saberse a qué sectores de la economía y en nombre de qué empresarios el Estado habilitará los beneficios de una versión recortada del capitalismo. Sigue siendo una ilusión próxima a la utopía que el Estado habilite un juego de posibilidades sin prebendas para los circunstanciales amigos del poder.

«Con la misma intención con la que Mauricio Macri lo apodó “Ventajita”, la vicepresidenta describió a Massa como “fullero”»

Recién llegado al barrio en el que se pelean Patricia BullrichHoracio Rodríguez Larreta y Javier Milei, Massa viene de ser despedido por Cristina Kirchner con una explícita muestra de desapego. “Mi candidato era Wado”, le dijo a su tribuna en un acto convocado para presentar el avión usado para los vuelos de la muerte, pero convertido en una exhibición de desprecio al candidato que había aceptado apenas tres días antes. Esa escena fue, por si no bastara, otra absurda mezcla del uso partidario que hace el kirchnerismo de una tragedia argentina con chicanas internas.

Con la misma intención con la que Mauricio Macri lo apodó “Ventajita”, la vicepresidenta describió a Massa como “fullero”, una palabra de otras épocas que obligó a algunos a consultar el diccionario para encontrar que se denomina así a quien tiene habilidad para hacer trampas y engañar.

Massa es el candidato de un peronismo en fuga que anticipa su división en caso de que no logre la dificilísima misión que obtuvo por sus ganas de ser presidente. El ministro emergió entre los que no querían ser porque temen perder y los que no podían ser por falta de rating. Tiene muchas cosas en contra. Para empezar, el fallido gobierno que integra, que aumentó en cinco millones el número de pobres y multiplicó por tres la inflación, sin contar el descontrolado aumento de la delincuencia y el narcotráfico. Es complicado ser representante de un fracaso y, todavía más difícil, postularse siendo el responsable de la última etapa de ese descalabro. Massa tendrá un año como ministro de Economía cuando se someta a las elecciones primarias del 13 de agosto. Había llegado para parar la desconfianza, luego de la efímera Silvina Batakis y del rompimiento definitivo de Cristina con Martín Guzmán, que la primereó con un sonoro portazo. Llegó al ministerio con la convicción de que era su única posibilidad de lograr la candidatura presidencial luego de recuperar la economía. Acertó en lo primero, pero se equivocó mal con lo segundo.

Massa es el hijo no deseado del fracaso de Cristina, en particular, y del experimento del peronismo reunificado, en general. El peronismo destruyó la más elemental lógica de selección cuando se hizo inverosímil lo natural: que el presidente en funciones aspire a su reelección. Mayor señal de un abismo político no hay.

Si se registra que la reunificación incluye la anomalía de que el liderazgo está en manos de quien no ocupa la presidencia, la otra alternativa lógica era que Cristina uniera jefatura con candidatura. Pero ella inventó que está proscripta para ocultar que eludirá las urnas ante la posibilidad de ser derrotada.

Hay otro dato obvio que el kirchnerismo pretende eludir: ya son 20 años; todo huele a nostalgia y recuerdos.

Como toda líder populista que se precie, Cristina acaba de comprobar que su descendencia política está atada al destino de su sombra. Máximo Kirchner, su heredero, maneja con crecientes dificultades una estructura que era juvenil cuando todos sus dirigentes vivían peor. Axel Kicillof debió plantarse para que no lo empujaran a ser candidato a presidente y terminó como pieza clave de la retirada hacia el bastión a defender, el gobierno bonaerense. Al reivindicar a Wado De Pedro, hubo el lunes en Aeroparque un implícito reproche a la supuesta desobediencia de Axel. El ministro del Interior fue promocionado durante meses, acercado a empresarios y encuentros rurales, entrevistado amablemente en distintos canales, y nada. El efímero rival de Wado, Daniel Scioli, aportó una cuota pintoresca que nadie tomó en serio.

Detrás de todas esas declinaciones apareció Massa. Tiene como carta de presentación un acuerdo con el FMI, justo lo que escandaliza a los revolucionarios de Puerto Madero.

El ministro tiene, sin embargo, una oportunidad cierta y concreta. La competencia que enfrenta puede volverlo más importante y darle chances. La competencia entre Rodríguez Larreta y Bullrich entra en su etapa final, sin que pueda saberse si usarán sus recursos para destruirse mutuamente o para legitimarse como opción de poder. No solo el oficialismo está dividido; Juntos por el Cambio abre otra vez la hipótesis de una fractura en la principal fuerza opositora. Massa tiene mucha fe en que Bullrich, Larreta y Milei lo ayuden a ser presidente.

Sergio Suppo

Fuente: La Nación

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