Facturas baratitas, pero todos al spiedo

Afrontar la contingencia y mitigar fue la única estrategia precaria y disponible en estos días en que a la Argentina le saltó la térmica por el calor. Al no haber tarifas realistas tampoco hay inversiones estables en el sector eléctrico. Un relato al que se le quemaron los tapones.

Los que pasamos el medio siglo de vida y fuimos chicos en la década del 60 tenemos el mismo acto reflejo cada vez que descubrimos un ambiente iluminado de nuestra casa y no hay nadie: apagamos la luz. No importaba que tuviésemos una vida holgada o que la ecología todavía no hubiese hecho su ingreso triunfal como discurso políticamente correcto. De todas formas crecimos con una conciencia innata inculcada por nuestros mayores de no incurrir en derroches, algo que nos quedó fijado para siempre. Lo mismo en invierno: en la casa se andaba en pulóver porque había calefactores, pero no losa radiante a todo trapo. Y el rey del verano era el ruidoso y económico ventilador, porque los aires acondicionados todavía eran una rareza.

Esa austeridad en el uso de los servicios también pude comprobarla no hace mucho durante un caluroso verano en la sede central de la Unesco, en París. La refrigeración apenas se notaba. El Primer Mundo no dilapida sus recursos.

¿Desde cuándo calor extremo es sinónimo de cortes masivos en la Argentina?

En estos días de temperaturas insoportables dio vueltas por las redes sociales el boletín de Sucesos Argentinos de los 43,3 grados que se registraron el 29 de enero de 1957 en la ciudad de Buenos Aires. El vibrante locutor cuenta cómo acarrean hielo en cantidad para refrigerar sus equipos y se ve a sus operadores en cueros. La filmación no incluye referencia a ningún corte de luz. Sin embargo, los expertos recuerdan cuatro momentos críticos: la llamada “dieta eléctrica” (a mediados de los años 50), la crisis de 1973/74 (último gobierno de Perón, con cortes programados; incluso paraban los canales de TV); algo similar le pasó a Raúl Alfonsín en 1988/89 y –no fue magia– Cristina Kirchner tampoco pudo evitar apagones en 2014.

La otra cara de la moneda: durante el menemismo, tras la privatización de la electricidad, el servicio mejoró. Y en eso estaba el gobierno anterior (que aplicó potentes aumentos de tarifas que provocaron resistencias en el seno de Cambiemos) hasta que las facturas volvieron a congelarse, incluso antes de que Macri dejara el poder. Las inversiones en mejoras se detuvieron nuevamente.

La historia de la electricidad local de los últimos setenta años refleja un tira y afloja constante, según las épocas para intentar mejorar la prestación del servicio, que se alternan con períodos en que solo se aplican algunos parches o, lo que es peor, la política imperante hoy de mirar para otro lado y sobre esa indiferencia construir relatos inefables, como los que intentó esta semana la portavoz presidencial.

“El sistema eléctrico está recibiendo picos de demanda que tienen que ver con la reactivación industrial”, dijo Gabriela Cerruti ,y el récord de calor que derretía al AMBA quedó como argumento complementario. El rebote de la actividad económica –que el Nobel Joseph Stiglitz, protector del ministro Martín Guzmán, calificó de “milagro” desde una seguramente bien iluminada oficina del Primer Mundo– es sobre el parate casi total del primer año de la pandemia. Los niveles de producción actuales aún no llegan ni siquiera a los de 2017, cuando gobernaba Mauricio Macri, período considerado por los actuales oficialistas como “tierra arrasada”.

No fue la única ocurrencia de la vocera que, sin querer, antes le había hecho un favor indirecto al expresidente al recordar el gran apagón del invernal Día del Padre de 2019 por un problema en una torre de alta tensión. Quedó en evidencia que su memoria no registraba suspensión relevante del servicio eléctrico en los cuatro veranos que atravesó el gobierno de Cambiemos. No es casual: en ese período la cantidad y duración de los cortes se redujeron.

Macri, desde sus más frescas vacaciones patagónicas, tuiteó una pantalla negra que se viralizó. No hay nada que le deleite más que hacer enojar al oficialismo exponiendo sus fragilidades. Ahora el Gobierno sacó otro conejo de la galera: promete que los chinos nos aliviarán de nuestras cálidas tinieblas.

Como campaña de concientización para un consumo más racional, es difícil olvidar la de Edenor (que no reparte dividendos desde hace 19 años) de 2007 (“Que Víctor apague la luz”, publicidad protagonizada por Víctor Sueiro), o la insistencia, ya en el gobierno de Macri, de usar los acondicionadores de aire a 24 grados para gastar menos, algo de lo que se burlaban los kirchneristas.

El precio regalado de las tarifas (solo en la gran vidriera del AMBA mientras que son bastante más caras en el resto de la Argentina y ni se diga en los países limítrofes, pero no se corta o se corta poco) hizo que a nadie le importara el uso racional de la energía. En la campaña de Cristina Kirchner para ser senadora, en 2017, se llegó a reconocer que las tarifas pisadas eran como un “sueldito”.

Cuando ella gobernaba se incentivó el consumo de aires acondicionados, pero se despreocupó de que el resto del sistema se reforzara en consecuencia. Por esa y otras múltiples causas, hoy se pagan las consecuencias.

La peor ecuación: subsidios que no dejan de crecer y servicio que colapsa en cuanto el calor aprieta.

Pablo Sirvén

Fuente: La Nación

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