El problema siempre fue político

Cada vez que el país pende del hilo de una corrida cambiaria o la inflación atropella los salarios durante varios meses o un nuevo indicador de aumento de la pobreza es la noticia principal, a los gobiernos argentinos se les ocurre resolver lo urgente. Y siempre es tarde.

Ringo Bonavena explicó alguna vez que la experiencia es un peine que se recibía cuando uno ya estaba calvo. La Argentina es un país en el que sus dirigentes corren en busca de soluciones cuando ya no tienen el poder necesario para llevarlas adelante.

Antes y después de cada una de sus grandes catástrofes económicas y sociales, el país ha generado problemas políticos insalvables. El primero de ellos, nunca prestar atención a las variables elementales de la economía, desconocer sus reglas básicas y desdeñar las experiencias ajenas que resolvieron males como los nuestros. Hace ya muchos años que la inflación es una enfermedad curable en casi todos los países; aquí todavía es un mal crónico.

El gobierno de Cristina KirchnerSergio Massa y Alberto Fernández agregó a esa histórica dificultad la anomalía de desplazar al poder del lugar que ocupa habitualmente en un estricto sistema presidencialista como el nuestro. Y, peor, no lo hizo una vez, sino dos.

Como muchos otros, este gobierno soslayó la importancia de la larga decadencia económica y productiva de la Argentina e ignoró hasta las más sonoras alarmas de ese proceso: inflación recurrente y pobreza estructural en aumento. Creyó que con retórica épica y culpas endosadas era posible arreglar lo que hace años requiere reformas profundas solo posibles con un poder político recién bendecido por los votos.

La lista que confirma que las crisis económicas llegan de la falta de política es larga y recordada. Apenas algunos ejemplos. Muerto Juan Domingo Perón, el 1° de julio de 1974, su sucesora (a todos los efectos) María Estela Martínez encontró un insostenible y creciente retraso tarifario, resultado del acuerdo de precios y salarios que había intentado el ministro José Ber Gelbard.

Con la inflación desatada y una consiguiente presión sindical, Isabel buscó y no encontró otro recurso que habilitar un fuerte reajuste en los servicios, que pasó a la historia como “el Rodrigazo”, por el apellido de su efímero ministro Celestino Rodrigo.

Cuando aquello ocurrió, la viuda de Perón ya no tenía apoyo político y estaba jaqueada por el partido militar, que se disponía a deponerla por la fuerza. El Rodrigazo es más recordado por el desastre económico que provocó que por la precariedad política que lo hizo posible. El pecado original lo había cometido Perón, que creyó que, con su enorme poder electoral, podía hacer que un acuerdo impuesto a empresarios y sindicalistas quebrara las leyes elementales de la economía. Perón aplicó una política equivocada que estalló un año después de su muerte.

Raúl Alfonsín fue acorralado por el fracaso del segundo programa antiinflacionario, el Plan Primavera, lanzado un año después de la derrota en las elecciones provinciales y parlamentarias de 1987, en las que además el peronismo se quedó con el estratégico gobierno de la provincia de Buenos Aires. Agotadas las fórmulas heterodoxas para bajar los precios y estabilizar la economía, el primer presidente de la nueva era democrática resignó parte de su mandato una vez que sus apelaciones políticas a los mercados resultaron inocuas. No hay freno a ningún cataclismo económico sin fortaleza política.

Fernando de la Rúa sufrió todavía un drama superior, menos de dos meses después de ser vencido en las elecciones de medio término de 2001. La bomba de la convertibilidad le estalló a su propio padre, Domingo Cavallo, mientras intentaba desactivarla. Los desmanes habilitados desde el conurbano fueron apenas el último empujón. El presidente de la Alianza y su ministro ya no tenían entonces el poder para activar las soluciones que necesitaban para salir del colapso financiero que terminó en crisis institucional. El candidato De la Rúa había sido felicitado por cumplir su promesa de mantener el 1 a 1; fue un error. Era en ese momento, cuando apenas llegaba, que tenía recursos para intentar salir de ahí mediante una canasta de monedas en lugar del dólar.

Mucho más acá, en las horas posteriores a la derrota en las elecciones primarias de 2019, Mauricio Macri vio cómo una corrida cambiaria, detonada por la desconfianza en lo que vendría, desnudaba su debilidad política para retener el poder. El dólar libre pasó entre aquel lunes y martes de 46,55 pesos a 57,30 pesos. El presidente de Cambiemos había confiado en lo que se llamó “gradualismo” y, por sobre todo, en que el mundo financiero internacional le siguiese prestando a la Argentina en tanto se obtuvieran resultados. No fue así, y su apelación al Fondo Monetario Internacional en busca de un crédito monumental anticipó una fuga de votos que lo sacaron del poder.

Una vez más, la recurrencia al Fondo por parte del ministro Massa parece el destino desesperado de un gobierno argentino. Siempre es mejor no mirar por el final la suerte de las administraciones, sino por el principio.

El tiempo confirmó la sospecha inicial de que era inviable un presidente como Fernández, sin poder propio con una socia mayoritaria pretendiendo imponer decisiones en reuniones privadas, mensajes en las redes sociales y discursos tardíos. Más difícil de comprender resultó todavía que, a mediados del año pasado, el tercer socio de la reunificación peronista saltara al Ministerio de Economía con la ilusión de arreglar un poco las cosas para poder ser candidato presidencial.

Massa tomó el mando pleno de varios ministerios reabsorbidos bajo su jefatura e iniciaba una serie de maniobras para encontrar dólares mientras prometía que sus jugadas harían bajar la inflación. El resultado es que la crisis se profundizó, no hay más dólares y que los precios no dejan de subir. Más veloz es la desconfianza de los mercados, que en las últimas dos semanas corrieron sin freno contra el peso.

Otra vez, el problema es político. El Presidente más pato rengo de la historia cumplió su promesa de gobernar sin un plan económico. Cristina persistió en proponer soluciones que nunca han funcionado sin entender que los problemas que tiene enfrente no son las dificultades que tampoco resolvió cuando fue presidenta. En esa época se llegó al extremo de inventar la inflación y ocultar los indicadores de pobreza.

La realidad de estos días salta por encima de los dirigentes. Massa confundió la jura como ministro con el lanzamiento de una campaña electoral. Así les va; así nos fue.

Sergio Suppo

Fuente: La Nación

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