El país de los presidentes impensados

Un camino ordinario y repetido conduce a una decisión extraordinaria e inédita. Los argentinos convertirán mañana en presidente a uno de los dos candidatos que en el pasado más remoto, y también en el más reciente, nunca habrían tenido la más mínima oportunidad de llegar con chances al domingo final del largo proceso electoral.

En el cruce del hartazgo social por una situación crítica con el temor instalado como recurso político se retroalimentan las condiciones para este desenlace sin registro.

«Paradoja: Massa tiene como rival final al postulante que ayudó a construir con estructura y candidatos para frenar a Juntos por el Cambio»

Corridos de una cierta lógica por el espanto de un cuadro decadente, los votantes han completado con su decisión un escenario difícil de explicar y de entender por quienes miran al país a la distancia.

Los resultados negativos de un gobierno como el que representa Sergio Massa habrían impuesto una derrota segura y el desalojo del poder. Pero la realidad de un gobierno roto que empobreció a millones de argentinos no termina de encajar en ese sistema de relaciones que es cada elección, según el cual cada candidato tiene más o menos peso por lo que representa, pero también en comparación con sus competidores.

Los votantes pusieron al libertario Javier Milei frente al peronismo kirchnerista y rompieron el sistema de alternancia bipartidista al relegar a Juntos por el Cambio. En esa decisión, a partir de la división de la oposición, resurgió una oportunidad para Massa; siempre es posible para un oficialismo sobrevivir cuando se quiebra el bloque de electores que quiere desplazarlo.

«La opción binaria de mañana se resuelve entre el último responsable de la inflación y un postulante primerizo que se hizo fuerte a partir de su iracundia y de su denuncia generalizada contra todo lo que parezca un político»

Partido en dos grandes fracciones el adversario tanto en las elecciones primarias como en la primera vuelta, Massa encontró el camino expedito hacia el balotaje de mañana. Es más, el ministro de Economía sorprendió el 22 de octubre al sacar una ventaja sobre Milei de siete puntos, a pesar de ser el último responsable de la escalada inflacionaria que aceleró la pobreza.

Paradoja: Massa tiene como rival final al postulante que ayudó a construir con estructura y candidatos para frenar a Juntos por el Cambio.

El problema del candidato-ministro es ahora demostrar que puede revertir la decisión del tercio del electorado que, sin votar a Milei, apoyó en dos elecciones consecutivas a candidatos que impulsaron en forma clara un cambio de rumbo y el reemplazo del kirchnerismo.

El ministro usó todos los recursos, en el sentido absoluto de la palabra. Los del Estado, los de las promesas de subordinarse a sus actuales socios y, por sobre todo, la remanida táctica de meter miedo desacreditando a Milei a partir de tres factores: que es de extrema derecha, que no tiene ninguna experiencia de gestión y que tiene problemas de salud mental.

Massa usa el juego de relaciones y comparaciones con el otro, que siempre se impone en una decisión electoral, como una oportunidad para acortar las diferencias con las que empezó la carrera hacia este domingo.

«En Milei, las propuestas de anarquismo libertario siempre pesaron menos que su energía antipolítica»

El vapuleo verbal del candidato peronista a Milei en el debate del domingo pasado fue valorado por los analistas, aunque algunos estudios posteriores alertaron de que el maltrato acercó más a los votantes al libertario o, como mínimo, no le sumó apoyos a Massa.

La opción binaria de mañana se resuelve entre el último responsable de la inflación y un postulante primerizo que se hizo fuerte a partir de su iracundia y de su denuncia generalizada contra todo lo que parezca un político.

En Milei, las propuestas de anarquismo libertario siempre pesaron menos que su energía antipolítica, al extremo de exponer un flanco personal que le permite a Massa presentarlo como un rival desquiciado psicológicamente. Su estrategia de hacerse el loco funcionó con un electorado dispuesto a encontrar un arma para atacar a la política tradicional. Massa trabajó en instalar la idea de que Milei es, no se hace.

El libertario ofreció otra alternativa a Massa cuando atacó a los moderados de Juntos por el Cambio, en particular a los radicales. Necesita de ellos, pero los descalifica y agrava la tensión en esa franja centrista del electorado.

«Milei es débil por su falta de experiencia y Massa es débil por su larga historia»

No hay forma de conciliar el sentido común cuando la realidad se carga de excesos. Ahí donde se define por un margen relativamente chico la elección, entre los que resuelven el voto en los últimos días, Milei es débil por su falta de experiencia y Massa es débil por su larga historia.

El ministro propone la alquimia de resolver los problemas creados por él mismo. Milei enuncia teorías económicas que a veces parecen existir solo en libros leídos por ínfimas minorías de especialistas.

Massa promete un gobierno de unidad nacional, pero está claro que detrás del telón alberga al kirchnerismo, en especial en la provincia de Buenos Aires, donde Axel Kicillof aparece como el recambio generacional de lo mismo. Milei, por su lado, anuncia transformaciones profundas y disruptivas, aunque luego deba aclarar que no serán inmediatas ni dispuestas para hacer saltar a la sociedad por los aires.

Massa se presenta con un perfil prooccidental con muy buenas relaciones con los Estados Unidos, a pesar de que en la última semana solo anunciaron el apoyo a su candidatura los viejos amigos del kirchnerismo en el mundo. Milei subordina su política exterior al eje Estados Unidos-Israel, aunque el único anclaje internacional que se le conoce está en el ultraderechista Vox español y en el expresidente brasileño Jair Bolsonaro.

En ese juego de debilidades e incongruencias de uno y de otro, entre el miedo a que siga el kirchnerismo o el temor a que venga algo peor, se jugará mañana la suerte política del país. Como nunca, los votantes jugarán su propia suerte al encomendar la Argentina a dos presidentes impensados.

Sergio Suppo

Fuente: La Nación

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