Desde cuándo los gobiernos se ocupan de nuestro bienestar

La escasez es un subproducto directo de la decisión divina de echar a Adán y a Eva del Paraíso por haber desobedecido. Así que eso de que “no hay de todo, para todos, gratis”, es tan viejo como el mundo. Pedirles a los economistas que solucionen el problema de la escasez equivale a pedirle a los médicos que solucionen el problema de la muerte. Pero esto no quiere decir que nada pueda hacerse. Hace muchos siglos que los gobiernos se ocupan de algunos problemas económicos, pero solo desde hace un siglo lo intentan de manera integral. ¿Por qué ocurrió esto último?

Para que me ilustrara sobre la cuestión conversé con el estadounidense Rondo Emmett Cameron (1925-2001), un verdadero personaje: escogió su propio nombre, porque le gustaba como sonaba, y odiaba las corbatas, por lo cual vestía camisas con bordados y utilizaba un conjunto de pectorales o collares, que según él eran muy superiores al tradicional nudo. Descendiente de escoceses, su amor por Escocia era profundo. Cada año la visitaba y asistía a las reuniones del Clan Cameron vistiendo el tartán y jugando golf.

–Su obra muestra las ventajas de la interacción entre la historia y la teoría.

–Así es. Apliqué los principios económicos a la elucidación de los hechos históricos concretos y viceversa, apliqué el conocimiento histórico para la mejora y el entendimiento de los principios económicos. Porque, para mí, la historia es un campo de experimentación de las ciencias sociales, y su rol consiste en extraer las conclusiones fácticas sobre las cuales se pueden basar las recomendaciones normativas.

–Según Gabriel Tortella, su libro de texto Una concisa historia económica mundial, desde el período paleolítico hasta el presente, publicado en 1989, es la clase de obra que solo un líder dentro de la profesión podría haber escrito.

–Muy generoso de su parte. Mis discípulos y colegas han desarrollado mis ideas, y de ellas se puede decir lo mismo que John Harold Clapham dijo de la Revolución Industrial: es un limón que, aunque ya fue exprimido tres veces, tiene todavía mucho jugo adentro.

–Hablemos de la acción estatal referida al bienestar de los seres humanos a lo largo de la historia.

–Pensemos en el control de los precios, incluido en el Código de Hammurabi, o en las antiquísimas “leyes de pobres” dictadas en Gran Bretaña. Estas últimas, entonces como ahora, desataron fuertes debates entre quienes consideraban que algo había que hacer en favor de las personas de menores recursos, y quienes pensaban que fomentaban la vagancia. En el plano laboral, pensemos en las restricciones impuestas al trabajo de menores y mujeres.

–Todo muy anterior a la crisis de la década de 1930. ¿Cuál fue la novedad planteada por esta última?

–Los padres fundadores del análisis económico no pensaban en términos cíclicos, sino en términos de tendencias y de la aparición, cada tanto, de crisis. No eran revolucionarios ni conservadores, sino reformistas. La verificación y la preocupación por la evolución cíclica de la economía es un fenómeno que arrancó en la segunda mitad del siglo XIX. La preocupación pública fue particularmente clara en el plano de la desocupación.

–¿Qué se les ocurrió a los funcionarios de los países más desarrollados en épocas de crisis y desocupación?

–Nunca hay que mirar el pasado con ojos del presente. Créase o no, en dichos países se pretendía reducir la desocupación invitando a los desempleados… a migrar. En el caso inglés, como complemento a las inversiones realizadas en el exterior. La Argentina no solo importó ferrocarriles, sino también ingenieros, gerentes y contadores ingleses.

–¿Cuál fue la novedad que planteó la Gran Crisis de la década de 1930?

–Que, además de prolongada y profunda, fue “mundial”, con la posible excepción de la Unión Soviética. Cuando los gobiernos advirtieron que no podían solucionar el problema de sus desocupados exportándolos nació el “pleno empleo”, como un objetivo adicional a la política económica de los países.

–Un verdadero cambio de paradigma.

–Así es que encontró al análisis económico técnicamente mal preparado, porque desde la revolución marginalista de la década de 1870 se había volcado al análisis de la asignación de los recursos, en un contexto de equilibrio general. Nada que ver con lo que estaba ocurriendo.

–¿Está usted diciendo que durante aquella trágica década los economistas estaban completamente desarmados?

–No tanto. Muchos hicieron pronunciamientos, tanto individuales como colectivos en favor de la obra pública, para compensar la caída en la inversión privada. La teoría general de John Maynard Keynes es la más conocida de las propuestas, pero ciertamente no la única.

–Subproducto de la crisis de la década de 1930 nació la teoría macroeconómica de corto plazo.

–Efectivamente. Que, tal como era de esperar, pasó por varias etapas. La inicial, algo burda; la época de los refinamientos, hasta fines de la década de 1960; el desafío de incorporar primero las expectativas inflacionarias y luego reformular todo sobre la base de la hipótesis de las expectativas racionales, y, últimamente, la necesidad de incorporar al análisis la importancia de los stocks financieros y el funcionamiento específico del sistema financiero. Porque es evidente que en ningún país del mundo la cantidad de dinero aumenta porque el Banco Central emite dinero tirándolo desde un helicóptero.

–¿Cuál fue la consecuencia de todo esto?

–Que pasamos de un extremo al otro. En casi todos los países –el suyo, De Pablo, es un buen ejemplo– se le fueron encargando a los gobiernos de turno más y más tareas. Ningún burócrata o funcionario político va a decir que no; sino que va a pedir oficinas, personal, etcétera. Resultado: ustedes tienen un Estado gigantesco que presta malos servicios. La prueba es que las primeras medidas de ajuste fiscal, dictadas por el gobierno presidido por Javier Gerardo Milei no afectaron los servicios públicos y, probablemente, hayan aumentado la moral de los funcionarios de carrera, que vieron cómo son expulsados los ñoquis. Tarea que seguramente va a continuar.

–¿Qué significa, aquí y ahora, que el Estado se ocupe del bienestar de los ciudadanos?

–Que libere las energías del sector privado en aquellos sectores o regiones donde puede operar la competencia, para poder concentrar sus energías humanas y materiales en aquellos puntos en los cuales la competencia no es factible. La generación de energía se puede desarrollar sobre bases competitivas; la distribución, no. Es fácil cambiar de pizzería cuando uno no es atendido como esperaba; no es fácil cambiar de empresa que presta servicios de medicina prepaga en las mismas condiciones. No estoy planteando una cuestión doctrinaria, sino una aplicación directa de principios generales a casos concretos.

–Don Rondo, muchas gracias.

Juan Carlos de Pablo

Fuente: La Nación

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