De aquel juicio en 1985 a este en 2022

El cine, otra vez, proyecta y corporiza recuerdos escondidos en alguna nostalgia y en los libros de historia. Argentina, 1985 puso en valor aquellos años en los que se refundaba la democracia en el país y empezaba su ciclo más extendido de libertades públicas, luego de medio siglo de golpes militares.

La película de Santiago Mitre rescata de un premeditado olvido el juicio a los comandantes de la última dictadura y, como toda obra, queda expuesta a ser criticada por sus acentos y sus omisiones.

«Tanto la película de Mitre como el libro de Gerchunoff entroncan una conexión con el presente que invita a establecer un parangón»

Con la precisión y el detalle que permiten los libros, Pablo Gerchunoff dedica varias páginas de su biografía Raúl Alfonsín, el planisferio invertido a reconstruir el camino que recorrió el candidato radical hasta la presidencia con la hipótesis de no dejar impunes los crímenes cometidos por guerrilleros y militares durante la década de 1970.

Argentina 1985, la película dirigida por Santiago Mitre
Argentina 1985, la película dirigida por Santiago Mitre

Tanto es así que la película de Mitre como el libro de Gerchunoff encuentran en el presente un espacio para, a un tiempo, detonar las nostalgias de quienes fueron jóvenes a principios de los ochenta. Más importante, para entroncar una conexión con el presente que invita a establecer un parangón.

Esa semejanza está escondida detrás de la revelación que para muchos argentinos aún significa saber que los juzgamientos a los responsables de crímenes cometidos desde el Estado no empezaron por obra y gracia del matrimonio Kirchner.

«La reescritura del pasado para apropiarse del presente llegó al extremo de pretender cambiar el prólogo del Nunca más«

Esa acción de encubrimiento arrancó con el discurso que Néstor Kirchner pronunció en la ESMA el 24 de marzo de 2004, cuando ignoró el pasado inmediato anterior a su decisión de presentarse como el padre de los derechos humanos. Esa tarde llamó a Alfonsín para disculparse en privado por la tropelía que había cometido en público.

La reescritura del pasado para apropiarse del presente llegó al extremo de pretender cambiar el prólogo del Nunca más, el libro que recopiló los testimonios de víctimas de la represión, realizado por la Conadep.

El uso por omisión del pasado también incluyó la glorificación del terrorismo y de sus protagonistas en una peligrosa reivindicación de la violencia según sea utilizada en beneficio de las ideas o los intereses propios. Como respuesta, el relato kirchnerista abrió el interés de no pocos argentinos por tener una versión menos maniquea y más completa de la tragedia de medio siglo atrás.

La recurrencia durante sus cuatro mandatos del actual oficialismo de traer al presente aquellos horrores para adjudicárselos a los adversarios de estos tiempos también habilita otra semejanza que se refleja en la recuperación de los días en los que Alfonsín decidió impulsar el juicio a los comandantes de la dictadura aun cuando semejante decisión importara un grave riesgo para el mantenimiento de una democracia a la que nadie en ese momento le garantizaba ninguna perdurabilidad.

Si bien es cierto que la derrota en Malvinas había quitado el poder que les quedaba a los protagonistas de aquel régimen, es también verdad que ni los observadores más optimistas se atrevían a augurar que al tiempo que Alfonsín iniciaba su mandato se estaba muriendo el partido militar que había alterado el orden constitucional desde 1930.

De hecho, como derivación de las investigaciones que luego continuaron hacia los oficiales de menor rango, Alfonsín y Carlos Menem sufrirían tres alzamientos. El movimiento carapintada se fue apagando a medida que el sistema político y el rechazo social se consolidaban en un mismo punto: mantener la democracia y no regresar al pasado.

El juicio a los comandantes podía matar la democracia. Y así fue advertido Alfonsín, que trató de poner un límite a los juzgamientos en una línea de remediación que se extendería hasta la exageración con los indultos de Carlos Menem.

Pero la democracia no murió a poco de renacer en los ochenta. Con el tiempo, se fortaleció. Se corroboró, no sin alternativas apremiantes, aquella sentencia que reza que lo que no mata fortalece.

Treinta y siete años después, otro juicio, otra circunstancia presenta un aviso similar al que en forma tácita campeaba en aquellos años. Directamente, o con las diversas formas de una advertencia, el kirchnerismo viene señalando la inconveniencia de que Cristina Kirchner sea juzgada por los delitos de corrupción que se le imputan. No solo eso, considera todavía más intolerable que pueda ser condenada en el juicio de la obra pública de Santa Cruz. Ese proceso está a punto de terminar con un fallo que la vicepresidenta presagia que puede ser condenatorio.

La descalificación a los fiscales y jueces que la acusan y juzgan son expresiones que Cristina ha pretendido convertir en una teoría que niega la división de poderes y su independencia. Es una forma de decir que ella, la encarnación del poder político, no puede ser sometida a las normas que rigen para el resto de los ciudadanos.

La anécdota esconde una semejanza, con la imperfección que toda comparación supone. Los jefes militares suponían que no podían ser investigados porque tenían las armas para apuntar a sus acusadores. Cristina cree que no puede ser tocada porque resulta ser una de las políticas más votadas.

Entonces como ahora, se trata de un juzgamiento a un poderoso en tiempo real. Los acusados estaban en los cuarteles en los años ochenta. Cristina está en el poder.

La democracia fue puesta a prueba en su nacimiento. Y sigue siendo puesta a prueba ahora, entre tantas amenazas, proyectos para cambiar la Corte, carpetazos, reformas judiciales y consignas amenazantes. “Si la tocan a Cristina…”.

Sergio Suppo

Fuente: La Nación

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