Daniel Scioli: ¿el dramático ocaso de una impostura?

Relatos trágicos: Como en las tragedias griegas, las pasiones de los hombres y las fuerzas del destino suelen tejer urdimbres que determinan dramas inexorables. A veces esos finales advienen con un sabor de paradoja e ironía. Cual boomerang, aquello mismo que condujo a la gloria de pronto se vuelve en contra y desencadena la desgracia.

Farándula y política: Deportista destacado y conspicuo miembro del jet set esteño, Daniel Scioli apareció en la escena política de la mano de Carlos Menem. Pero su historia ya había sido signada por un accidente que lo marcaría.

Resiliencia y herocidad: La resiliencia es la capacidad de sobreponerse a las adversidades. Por eso, sus historias se expresan bajo el molde del relato heroico. En 2016, Scioli tuiteaba: «Hace 27 años cambió mi vida para siempre. Pero aprendí que detrás de toda adversidad hay una #oportunidad».

Con fe, con esperanza, con trabajo: La ausencia de ideología y proyecto no resultó un impedimento para que Daniel Scioli fuera electo gobernador. Aunque no era Arturo Frondizi, le alcanzaba con recitar su propia fórmula mágica e irresistible: «Con fe, con esperanza, con trabajo». A su favor, ese magro ideario encerraba un importante capital emocional: era consecuente con la trayectoria épica de un campeón. Y le permitía transmutar el infortunio personal en un hito necesario para la autorrealización futura.

El amigo querible, el yerno ideal: Me preguntaron muchas veces: «Pero, ¿cuál es la clave del misterio Scioli?». Mi respuesta era invariablemente simple: «La gente lo quiere». La queribilidad del ex gobernador era comprobada en focus groups. Allí Daniel era percibido como «un típico argentino querible parecido a nosotros» o «el yerno que toda madre quisiera tener».

El eterno presidenciable: Aquellos atributos fueron suficientes para convertir a Daniel Scioli en un eterno presidenciable y sucesor de la dinastía K.

El amigo de la farándula: Así como el kirchnerismo puro se relacionó con artistas comprometidos, Scioli eligió otros más emparentados con la farándula. Pimpinela, Montaner y Julio Iglesias representaron sus figuras emblemáticas. Como en sus inicios, Scioli y farándula siguieron conectados.

El heredero no reconocido: Pero aunque el electorado le sonreía, en el plano interno esa fama se transformó en problema. La lógica era simple: los poderosos sólo piensan en su eternidad, nunca en sus sucesores. Ciertamente, Néstor y Cristina necesitaban de Scioli tanto como lo detestaban.

El estoicismo de un hombre de amianto a quien no le entran las balas: Originariamente, ‘resiliencia’ refiere a la resistencia de los materiales. Mientras Cristina no escatimaba ocasión para humillar públicamente a Scioli, el gobernador sentenciaba la plena armonía entre ellos. De aquellas rencillas tan evidentes como negadas surgió la idea de que Scioli «era de amianto» o que «estaba blindado», porque siempre se mostraba impertérrito. Cualquier vicisitud negativa que normalmente hubiera perjudicado a un político normal a Scioli no lo afectaba. Es que «no le entran las balas», se decía. Y lo más singular: no sólo resistía la iracundia Cristina, sino que esta parecía fortalecerlo. Ya lo decía Nietzsche: «Lo que no mata fortalece».

El rey Midas de la política: Si el traje de amianto lo preservaba del mal político, su bonhomía, su espíritu conciliador y sus votos lo convertían en una suerte de rey Midas de la política. Si aquel tenía la facultad de convertir todo en oro, a Scioli le asistía el don de convertir todo en votos.

Lealtad o sumisión: Pero tanto estoicismo tuvo su límite. Muchos se preguntaban: «¿Es Scioli la encarnación de Gandhi o un cobarde que no se anima a enfrentar a Cristina?». «¿Romperá con Cristina?». «¿Piensa hacerlo pero está esperando el momento más favorable?». Mientras que el sentimiento anti K prohijaba marchas contra «Cristina eterna», esas especulaciones se trocaron en resignación y enojo: «¡Al final, no va a romper nunca!». Hecho corroborado en 2013, cuando finalmente Scioli y Cristina se pusieron al frente de la campaña de Martín Insaurralde. «Felpudo» fue entonces el epíteto más benigno que le profirieron.

El personaje y la máscara: Un saber de la psicología destaca que los humanos suelen recurrir a una máscara para afianzar una personalidad. No es casual que personalidad provenga de persona, que aludía a la máscara que usaban los actores para representar su papel. Así, cada personalidad resulta una amalgama indisoluble entre ser y representar. Por eso la dimensión de la simulación, aunque tenga mala prensa, resulta casi inevitable. Sin embargo, hay una cuestión de límites: no es lo mismo asumir un papel que hacer de la vida un simulacro. Además, uno de los grandes riesgos de forjar un personaje es terminar confundiéndose con la propia máscara.

El candidato que no debía ser y el presidente que no fue: Después de la reelección de 2011, la dimensión de simulacro entre Cristina y Scioli llegó a límites paroxísticos. Resultaba un secreto a voces que ambos tenían proyectos incompatibles: Scioli quería ser presidente y Cristina aspiraba a ser eterna. Por eso, cuando CFK se convenció de que debía ceder el turno, lo hizo más como habilitación condicionada que como bendición deseada. Entonces Scioli actuó lo que su personaje prescribía: montó la escena de campaña con optimismo, simuló una armonía inexistente con «los compañeros» Zannini y Aníbal,  y apareció sin Cristina, ¡pero con Karina! Un matrimonio feliz y armonioso, que se aprestaba a ingresar a la Rosada.

Jaqueado por las zancadillas de La Cámpora y el ninguneo de Cristina, Daniel supo surfear entre la fidelidad al kirchnersimo y su real vocación de diferenciarse, amparándose en la ambigua figura del candidato del cambio dentro de la continuidad. Es decir, volvió a hacer lo que mejor sabía: simular ser otro. Pero fue insuficiente. Entonces, en una tardía pretensión de asertividad, Daniel prometió ser más Scioli que nunca. Pero era tarde.

La realidad mata al relato: Un deportista épico sabe que existe revancha. Por eso se aprestaba ahora a recuperar a Daniel. Tenía ganas y argumentos. Al fin y al cabo, en aquel fallido debate, él había anticipado el ajuste que Mauricio Macri negaba y que finalmente terminó haciendo. Sin embargo, algo salió mal. Y de la peor manera.

Sexo, mentiras, TV y WhatsApp: «El principio del fin» fue una historia mediática en tres actos, con final abierto: 1) infidelidad, 2) asunción mediática y feliz de la paternidad, 3) desmentidas y acusaciones lapidarias (infidelidad, mentiras, instigación al aborto, violencia de género, insensibilidad, oportunismo mediático, etcétera).

Tentación megalómana y relato fallido: Para el imaginario popular, los poderosos elucubran estrategias brillantes fríamente calculadas y coacheadas por asesores. El éxito momentáneo alimenta esa creencia. Pero cuando sobreviene el fracaso, suele descubrirse que sólo había actos caprichosos producto de fantasías megalómanas o avaladas por asesores chapuceros. El pecado original del narcisismo megalómano es no tener en cuenta que los otros existen y, por ende, desconocer y subestimar sus pensamientos y sus sentimientos.

«Ir al programa de Rial, anunciar una feliz paternidad y listo: ¡será un golazo!». Pero algo no anduvo: ¡no contaron con Gisele! Ese no es error de estrategia, sino de principiantes. O si se quiere: actos fallidos de megalómanos (coachs incluidos).

La realidad supera a la ficción: Suele decirse que la realidad supera a la ficción. Pergeñar acciones que se vuelven en contra es el colmo del estratega. Una de las ironías del destino ocurre cuando los personajes terminan encerrados en las mismas telarañas que construyeron. En sus momentos de gloria, Daniel Scioli era el candidato querible que a muchas madres les gustaría tener como yerno. Era la antítesis de CFK: si Cristina era la mala, Daniel era el bueno. Por eso la gente le perdonaba lo que a otros no. Por eso, cuando Cristina más atacaba a Scioli, la gente más lo quería.

La ley de fertilización asistida gratuita fue una medida del Gobierno de Scioli compatible con la imagen que profesaba, al igual que su declaración: «Soy, en lo personal, antiaborto». A veces, las historias se resignifican por sus finales. El escándalo Scioli, más que un barullo mediático, es la desmentida brutal de un largo relato de imposturas.

El sino de la farándula en el destino de Daniel Scioli: Algunas historias personales terminan teñidas de paradoja. Quizás la vida política de Daniel Scioli no escapa a ese sino: nació con la farándula, se alimentó de ella y terminó siendo devorado por esta.

El rey desnudo y la parábola del poder: La historia del rey desnudo es una de las tantas alegorías sobre la naturaleza del poder y la fascinación que ejerce. En última instancia todo poder descansa sobre un acto de atribución colectiva. Pero cuando los velos caen y los poderosos entran en desgracia, no puede dejar de verse lo que era evidente: el rey está desnudo. Entonces los Midas del voto se convierten en los nuevos piantavotos (circula el rumor de que hasta las esposas de los candidatos se niegan a que sus maridos visiten «La Ñata»).

El futuro político de Daniel Scioli: ¿Game over o próximo capítulo? Circula el rumor de una inminente puesta en escena, pero esta vez con final feliz. Los escépticos crédulos se regodean sentenciando que eso podría ocurrir porque «billetera compra relato». Abonados a teorías conspirativas, creen en la vigencia del axioma goebbeliano: «Miente, miente que algo quedará», e imaginan con resignación una puesta en escena feliz capaz de coronar con similar final la cascada de desatinos. Otros escépticos, quizás más realistas, entienden que el asunto no tiene retorno y, por ende, suponen que tarde o temprano Daniel Scioli deberá llamarse a un largo silencio. Por su parte, los cultores cínicos de la máxima grondonista «todo pasa» avizoran que en pocos días la gente se habrá ya olvidado y entonces «aquí no ha pasado nada». Más allá de las conjeturas, quizás solamente el tiempo y la realidad dirimirán cuál será el destino político de Daniel Scioli. El candidato que no debía ser. El presidente que no fue. O, voltereta del destino, el yerno que ahora ninguna madre quisiera tener.

Fuente: Infobae.com    Federico Gonzales

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