Congelados en Cuba

Como ocurre con su memoria, las áreas de conocimiento de Alberto Fernández muestran una extrema selectividad. El Presidente suele tener inmediata opinión formada y rotunda sobre los “errores o excesos” de los gobiernos derechistas de Chile y Colombia cuando reprimen protestas. En cambio, si los gobiernos “populares” de Venezuela, Cuba o Nicaragua reaccionan cuando los reclamos ganan las calles, se toma su tiempo para matizar, para dudar o para justificar.

Fernández parece quedar congelado ante las malas noticias provenientes de estos lugares. Igual les pasa a numerosos sitios de Cuba a los que hace cuatro meses, cuando despuntaba el malestar social, el régimen tipificó como “áreas de interés” y puso bajo control del Ministerio del Interior. A esa cartera hay que pedirle permiso para hacer casi todo allí. Hasta caminar. Las llaman “zonas congeladas”, aunque sea un oxímoron térmico. Excentricidades que los autoritarismos producen. Cuando intentan que nada cambie. Y, sobre todo, que nada exponga privilegios de los gobernantes. Pero, ya se sabe, el congelamiento es una forma frágil de momificación. La candente realidad es capaz de derretirlo todo en cualquier momento. Y la selectividad puede terminar oliendo demasiado mal.

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