Antes y ahora, el problema de fondo es el gasto público

ay una tentación de muchos de comparar aquella brutal crisis de 2001 y 2002 con la que por estos días ha llevado los niveles de inflación a 104,5% anual y que ya ha sumido a más de un 40% de los argentinos en la pobreza. Pero, más allá de que muchos actores son los mismos, especialmente millones de argentinos que ya vivieron esos trágicos meses y que transitan como pueden estos días, las diferencias entre ambas son abismales.

Claro que para hablar de esas recetas de 2002 y 2003, que determinaron, primero, el rebote de la economía y, después, el crecimiento del primer gobierno kirchnerista, se requiere un paso previo: detenerse en 2001 y en las causas que desencadenaron un diciembre histórico.

Durante 2001, el gobierno de Fernando De la Rúa tuvo dos oportunidades de reenfocar el rumbo económico que no pudo capitalizar. La primera fue cuando nombró ministro de Economía a Ricardo López Murphy; la otra, cuando fue sucedido por Domingo Cavallo. Entonces había alguna posibilidad de romper uno de los paradigmas que se había instalado en todos los círculos de poder, fueran políticos, económicos o sindicales. En todas esas mesas había una idea que se imponía: el gobierno de De la Rúa no podría mejorar las variables y todo iba a transitar la desmejora.

Pero ninguno de los dos funcionarios pudo revertir aquellas expectativas. El primero, con 15 días de gestión, fue desplazado prácticamente sin asumir cuando presentó un plan de ajuste necesario y urgente que tendía a equilibrar las cuentas públicas. Con solo mostrar los apuntes de aquel paquete, el oficialismo le retiró el poder y lo desplazó. El otro, Cavallo, tiene una historia conocida cuyo final empezó con el corralito y terminó con los trágicos días de diciembre.

«Los apuros empiezan cuando se corta el chorro del crédito»

Acá hay un paralelo que sí se puede trazar. Entre 1999 y 2001, la Alianza gobernante se partió y el Frente Grande dejó en soledad a sus socios radicales en el poder, después de la renuncia de Carlos “Chacho” Álvarez a su cargo de vicepresidente. El paradigma de que nada se podría resolver se tornó casi una certeza.

A poco más de 20 años, el actual oficialismo caminó por un sendero relativamente parecido. Fernández jamás se hubiera impuesto en una elección sin el apoyo explícito de la líder del espacio, Cristina Kirchner. Ella y su fuerza electoral hicieron que un dirigente de reparto del peronismo se convirtiera en el presidente menos pensado. Pero con el tiempo, especialmente después de las elecciones de medio término, aquellos padrinos se fueron alejando del presidente. Pillos y calculadores, lo criticaban en público y en privado pero los socios mayoritarios de la coalición jamás largaron las millonarias cajas que manejan con mucho celo.

En el último año de esta gestión, en todas las mesas políticas, económicas y sindicales –y también, claro, en la mayoría de las familiares– aparece aquel mismo paradigma: prácticamente nadie considera que se podrán manejar las variables económicas y el país transitará el camino de un deterioro constante. Ahora bien, entonces, faltaban tres años para culminar el mandato, mientras que Fernández apenas tiene que dejar correr los meses finales de su estadía en la Casa Rosada.

En esos meses finales de la Alianza, Jorge Remes Lenicov, que poco tiempo después sería el ministro del gobierno de transición de Eduardo Duhalde, era diputado nacional por el Partido Justicialista y asesoraba en temas económicos al dirigente bonaerense. Nada hacía presumir que pocos meses después estaría a cargo del Palacio de Hacienda en uno de los momentos más álgidos de la historia argentina.

El tiempo ha sedimentado algunas ideas económicas de ese diciembre de 2001. Una de las cosas que se cree es que la explosión económica se dio por una ruptura de la convertibilidad del peso con el dólar; sin embargo, aquella fue una crisis de gasto. Durante el menemismo la chequera del gasto público se expandió. Sucedía entonces que entre los ahorros de los argentinos y el crédito que el mundo le daba al país, sumado a la recaudación por las privatizadas, se podía gastar casi sin miramientos. Y de hecho, se hizo.

Todo funcionó hasta que el mercado no prestó más dinero. Entonces, el ajuste era la única salida. López Murphy fue quien lo detectó y propuso terminar con el déficit. Pero ni el gobierno ni la sociedad estaban dispuestas a semejante sacrificio. Aquí también hay similitudes con los últimos años: en 2018, cuando el mercado dijo basta durante el gobierno de Mauricio Macri, no quedó otra que el ajuste del gasto público. A diferencia de entonces, el líder del PRO sí sostuvo a los ministros que fueron por ese camino. Pero claro, perdió las elecciones. Hoy, ese problema se acrecentó y la receta oficial es la emisión.

Regresemos a 2001. Sin financiamiento para exceso de gasto público, y con los bancos con una cartera inundada de créditos en dólares, la economía terminó por estallar. Entonces, como se dijo, el mercado hizo el ajuste. El dólar se fue de un peso a cuatro, y con esos valores asumió Remes Lenicov.

La base de los 115 días de gestión de Remes tuvieron un vector: qué hacer con deudores particulares y con las empresas que tenían que pagar sus obligaciones en dólares. Mientras se armaba la estrategia, las finanzas públicas se beneficiaban con la licuación del gasto público que significó la enorme devaluación que sumió en la pobreza a millones de argentinos.

Paralelamente, el precio de varios de los productos que la Argentina exportaba inició un ciclo de precios único en la historia. “De acuerdo al Fondo Monetario Internacional, entre 2002 y 2006 un índice general de commodities que excluye al petróleo se incrementó un 60% en términos reales”, escribieron Bernardo Kosacoff y Sebastian Campanario en un trabajo para Cepal.

Así, llegaron “los días felices”, para algunos. Con el gasto público licuado y los excepcionales precios de las commodities, fue fácil cobrar más impuestos a los que se beneficiaban con esta renta inesperada. Regresaron las retenciones y mejoraron las cuentas públicas. Además, había quedado una enorme infraestructura ociosa, producto de la inversión extranjera de los 90, que permitía transitar el rebote de la economía.

Quedaba la deuda privada y ahí sí hubo una receta original. A quienes debían plata a los bancos se les permitió cancelar sus dólares a un valor de 1,40 pesos cuando el billete estaba a casi el triple. A los que tenían ahorros en dólares, se les entregó 1,40 por cada billete. Los que tuvieron paciencia y espalda e hicieron juicios contra aquel corralón de Remes Lenicov, lograron una tasa de actualización de sus pesos que les permitió comprar tantos dólares como tenían entonces.

Fue, quizá, la receta más injusta que el peronismo jamás imaginó. Cada dólar que un deudor canceló, en caso de que la moneda haya estado entonces a alrededor de $3,50, estuvo compuesto por un peso que aportó el deudor y 40 centavos que emitió el Estado. El resto lo puso el ahorrista. Hace poco más de 20 años que sucedió aquella crisis y el remedio que se utilizó dejó sonrientes a millones y a otros tantos, tristes, desamparados, desencantados. Algunos, para siempre.

Diego Cabot

Fuente: La Nación

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