Un gobierno sin vacunas anticrisis

La semana empezaba a cerrarse y en la Casa Rosada había un clima de optimismo. La presentación del Consejo Económico y Social y el viaje presidencial a México, sumados a cierta sensación de recuperación del protagonismo y la agenda, curtían el ánimo de varios ministros. Hasta que estalló el escándalo de las vacunas y los pasillos se llenaron de oscuras teorías conspirativas.

Un sector del Gobierno está convencido de que el periodista Horacio Verbitsky detalló su paso por el Ministerio de Salud para anticiparse a la inminente difusión de la lista de beneficiarios del plan sanitario «los amigos de Ginés». Otros, más retorcidos, no pueden sacarse de la cabeza la idea de que se trató de un misil teledirigido desde el Instituto Patria para terminar con el ministro.

La secuencia que plantean sería: Cristina dice que hay «funcionarios que no funcionan»; Alberto los respalda y les agradece el esfuerzo; Cristina expone sus limitaciones y los fulmina. Suena muy rebuscado, pero en el Ministerio de Salud alientan este relato, sin explicar del todo por qué Verbitsky aceptaría autoinfligirse semejante daño.

El Presidente intuyó la tormenta cuando el jueves a la noche le informaron que circulaba una lista de diez personas que habían recibido un trato especial para vacunarse. El viernes a la mañana, antes de salir para la presentación del Consejo Económico y Social, le pidió explicaciones a Ginés González García y mantuvieron una charla ríspida. El ministro argumentó lo mismo que después escribiría en su carta de despedida: la culpable era su secretaria, y eso irritó más a Alberto Fernández. Apenas regresó del CCK se enteró de las declaraciones de Verbitsky y adoptó una decisión inédita: por primera vez pidió echar a un funcionario en caliente. La dura tarea recayó en Santiago Cafiero, quien debió hablar cuatro veces con él a lo largo del día para que se convenciera de que debía dejar el cargo. El jefe de Gabinete buscó ser amable, atrapado por el recuerdo de Ginés como ministro de Salud de su abuelo Antonio, pero González García tardó en resignarse. No parecía comprender el real alcance del escándalo. «La gravedad del tema ameritaba una medida inmediata y el Presidente quería dejar en claro que ningún funcionario puede estar por encima del plan de vacunación», explicaron en la Casa Rosada.

En su entorno Alberto dejó trascender su malestar no solo con Ginés, sino también con Eduardo Valdés (negó haberle pedido que se vacunara para viajar) y Jorge Taiana, pero resguardó a Felipe Solá, con quien venía de recomponer relaciones el mes pasado apenas unos metros antes de pedirle la renuncia. «Al final a Ginés lo traicionó su condición de viejo peronista, que comete una inmoralidad por beneficiar a sus amigos», reflexionó Fernández tras el episodio. El Presidente también buscó que puertas afuera trascienda otro mensaje: que no va a permitir irregularidades de este tipo en su gobierno. Le faltó decir, como en el gobierno de Cristina, pero se le entendió por señas. Cada vez que puede, Fernández trata de sugerir que es distinto a su vice, aunque muchas veces se asemeje bastante. Son apenas entrelíneas, susurros para entendidos.

El costo de los traspiés

La realidad es que Ginés desde hace mucho tiempo había caído en la consideración presidencial, más allá de que en público siempre lo respaldó y le dispensó muestras de afecto. Prácticamente al mes de pandemia, Alberto Fernández ya había admitido en una conversación íntima que el ministro «no daba en la tecla» y calificaba en duros términos su falta de reacción. Entonces lo mantuvo por su vínculo personal y para evitar golpes inciertos de timón en medio del temporal. Hace pocas semanas, distendido en Olivos, el Presidente volvió sobre el tema en una reflexión con su equipo: «Qué querés que le pida a Ginés, con todo lo que se esforzó el gordo. Al final, el mundo es un caos y acá a nadie le faltó una cama». Había en sus palabras más comprensión que satisfacción. En cambio cuando hablaba de Carla Vizzotti, Fernández la llenaba de elogios y la definía como «la funcionaria más preparada y que más sabe de la pandemia». Pero el plan de Fernández era darle a Ginés una salida honrosa, cuando el plan de vacunación estuviera encarrillado y él pudiera retirarse con una sonrisa franca. Es decir, quería evitar la imagen de ayer.

Tampoco contribuía la interna en el Ministerio de Salud, donde se vivía un clima insostenible. A Ginés le molestaba la consideración de la que gozaba su segunda y le recortaba cualquier posibilidad de protagonismo. El día que Vizzotti quedó atrapada en su desafortunada declaración de que evaluaban aplicar solo una dosis de la Sputnik V por persona el ministro le impidió retractarse hasta el día siguiente. Al menos esa versión se difundió desde el propio entorno de Alberto Fernández como expresión de descontento. Y la semana pasada hubo un profundo malestar de nuevo cuando LA NACION publicó los mails entre el Ministerio de Salud y Pfizer. En despachos cercanos al Presidente están convencidos de que la filtración la generó Ginés para detonar una vía alternativa de negociación secreta que se había iniciado. «Fue porque él no tenía participación en las tratativas y porque siempre prefirió privilegiar su acuerdo con AstraZeneca y Sigman», apuntan en la Casa Rosada. Algo similar había pasado cuando Vizzotti, ante la evidencia de que el proyecto conjunto con Oxford venía demorado, impulsó la misión a Rusia y logró el apoyo de Cristina Kirchner. Desde entonces, el ministro vio con recelo el lazo con Moscú, que terminó siendo la tabla de salvación para el Gobierno.

El blend entre incompetencia, negocios cruzados y restricciones globales para acceder a la vacuna tenía desde hace tiempo el inconfundible aroma del desastre.

Un problema mayor

Pero ahora el problema ya no solo recae sobre González García, porque el escándalo se transformó en una bomba racimo cuyas esquirlas llegan hasta las proximidades del despacho de Alberto Fernández. El viernes hubo nerviosas conversaciones en los pasillos del poder que buscaban determinar qué otros funcionarios y representantes del oficialismo se habían vacunado, cuyos nombres aún no habían trascendido. Peor aún, desde ese mismo entorno se ofrecieron vacunas vip para personalidades destacadas o figuras cercanas al Gobierno. Eso confirmaría la profecía de Beatriz Sarlo de que había partidas reservadas para una administración arbitraria y silenciosa. También Vizzotti deberá demostrar destreza para explicar que ella ignoraba esa ingeniería sanitaria y que no tenía información sobre los extraños servicios que prestaba el Hospital Posadas al Ministerio de Salud. Es parte de la trama que ahora deberá investigar el fiscal Guillermo Marijuan. No le resultará tan sencillo al Gobierno encapsular la crisis con la salida de Ginés.

Lo mismo pasa en las provincias, donde todos los días se conocen casos de privilegiados que, gracias a sus nexos con el poder, lograron saltear el orden de los prioritarios. Un exfuncionario oficialista que conoce de cerca el tema salud precisa: «Acá el problema real es la falta de vacunas, que no llegan, y la situación empieza a ser grave. Siempre el ministerio se reserva partidas para casos especiales, por ejemplo, cuando hay campaña de gripe. Pero no cuando hay escasez de producción y riesgo de vida para determinados grupos sociales». El Gobierno tardará mucho tiempo en dimensionar el daño social que provocó la mayor crisis que sufrió hasta ahora.

En plena indefinición

El escándalo de las vacunas para pocos y pocas explotó en un momento particularmente sensible para el Gobierno. El inicio del año encontró a la coalición oficialista en la definición de una estrategia para ganar las elecciones, simplificada en la trilogía recuperación económica, plan de vacunación y unidad interna. Supuestamente en la mesa de los martes que ahora se reúne los jueves Alberto Fernández, Cafiero, Máximo Kirchner, Sergio Massa y Wado de Pedro consensuaron un diseño de agendas paralelas, según el cual cada sector le hablaría a su electorado de modo de recuperar la base de sustentación. Primó un ánimo de moderación en el discurso y en los gestos, con el auspicio inconfesable que les aportaba el temporal silencio de Cristina.

Especialmente Massa transmitió su preocupación por la pérdida de adhesión en los votantes blandos del Frente de Todos, integrantes de una clase media desencantada por la falta de empatía del Gobierno. En privado a Alberto Fernández le habló de clausurar la agenda con la que habían cerrado 2020, entre pedidos de indulto a Boudou y una inflación amenazante.

El propio Presidente deslizó en privado en Olivos que había estado hablando con «los muchachos de La Cámpora» sobre lo inconducente de seguir embistiendo contra la Corte Suprema. «Yo les dije que no es buena la lógica de la épica, la épica de la Justicia, la épica de las clases. Hay que ser prácticos y resolver los problemas», comentó entonces. Con este espíritu en las últimas semanas el Gobierno convocó a gremios y empresarios, presentó el Consejo Económico y Social e instaló la rebaja del impuesto a las ganancias (hubo quejas menores por el protagonismo de Massa en este tema, pero ya había recibido la aprobación de Cristina, con quien volvió a dialogar un poco). Incluso en el CCK, casi sin participación de la oposición, Alberto Fernández reflotó su viejo hit «Esta vez apostemos al diálogo», una especie de «We are the World» pero sin coro. Un déjà vu de las épocas de candidato. Cada vez que interpreta este rol, los gobernadores e intendentes que lo acompañan creen ver una luz, que indefectiblemente después se diluye en una inmediata contradicción. «Cuando Alberto te dice vamos para adelante, esperá un rato que después te va a decir que vamos para atrás», dice uno de esos dirigentes que lo aprecia.

Por eso en el Frente de Todos muchas veces es difícil determinar si las líneas corren paralelas o si se superponen. El kirchnerismo silvestre mantuvo viva la llama del perdón judicial a Boudou y Milagro Sala, y la rama orgánica de La Cámpora inspiró el pedido de la Anses, encabezado por Fernanda Raverta, para que los jueces aceleren sus trámites jubilatorios. «Sí, fue una idea de la orga que fue discutida en la mesa política», explican en el entorno de la agrupación, donde admiten que la medida es parte de «la búsqueda de una Justicia más equitativa y equilibrada». Los tribunales son un objetivo irreductible para este sector, más allá de que algunos integrantes del oficialismo sostienen que no es una batalla seductora y de que hay que pensar más en el bolsillo de la gente.

Pero hay un agravante. En el núcleo más político y cerebral del Gobierno perciben en las últimas semanas una demanda muy intensa de Cristina Kirchner por su situación judicial, mucho más que hasta ahora. Creen estos funcionarios que responde a la inevitable evolución prevista para sus causas judiciales este año y el próximo, sumado a la impasividad del Presidente en los hechos. «Vemos que este tema va a volver a tensar la relación entre ellos porque ella reclama mucho más de lo que Alberto hace», ilustran en la Casa Rosada. Después el Presidente busca dar señales al frente interno con sus cuestionamientos a la Justicia, pero en el Instituto Patria solo las consideran malas actuaciones. Igual que la sorpresiva irrupción de Marcela Losardo con sus tuits llenos de críticas a los magistrados. «Lo hizo un fin de semana largo cuando nadie le prestaba atención», minimizan en el camporismo.

Algo similar ocurre en el plano económico y por eso Martín Guzmán aprendió el arte del equilibrismo del presidente. Negocia un acuerdo con el FMI sin presentarle todavía un plan plurianual, mientras por detrás su propio equipo habla abiertamente de evitar una brusca reducción del déficit que complique el horizonte electoral. Kristalina Georgieva ya le había llamado la atención a Fernández por los cambios en la reforma jubilatoria. A eso se sumó el recorte de la suba de tarifas, la baja de Ganancias y un política más agresiva para el control de precios. «El mismo funcionario que hace unas semanas nos responsabilizó por la inflación y nos amenazó con sanciones después me llamó para que me sume a la reunión en la Casa de Gobierno», confesó un importante empresario acostumbrado a los vaivenes. Los técnicos del Fondo solo dicen que la meta de un acuerdo en mayo «es muy ambiciosa», mientras Guzmán los distrae con piruetas. En Olivos ya hay quienes admiten abiertamente que será difícil llegar a un acuerdo este año.

 

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