Alan Turing: el genio que venció a los alemanes, fundó la inteligencia artificial y murió misteriosamente

BUSCAR

alejandranovillo…

Suscriptor digital

LA NACION

Alan Turing, un intelecto sin par, una historia tristísima y una lección indispensable

Alan Turing, un intelecto sin par, una historia tristísima y una lección indispensable3LA NACION>TecnologíaAnálisis

Fue la mente brillante que le permitió a Inglaterra vencer en la Batalla del Atlántico y a los aliados ganar la Segunda Guerra Mundial en Europa; pero la nación que había contribuido a salvar lo condenó penalmente por su condición de homosexual, y, así, probablemente, lo condujo al suicidio

Exclusivo suscriptor27 de noviembre de 202200:10

Ir a notas de Ariel Torres

Ariel TorresLA NACIONESCUCHAR

En 2012 habría cumplido 100 años, pero falleció hace casi 70 de una forma misteriosa; para algunos fue un suicidio y para otros un envenenamiento accidental en su laboratorio casero. Pero le habría encantado ver el nacimiento de la revolución digital, y las primeras computadoras personales lo habrían encontrado con algo más de 65 años, inquieto e intelectualmente formidable. Pero no pudo ser, y no pudo ser por la más incalificable de las razones: el prejuicio.

Alan Turing, mente brillante entre las mentes brillantes, no solo nos dejó en su corta vida (murió 16 días antes de cumplir los 42 años) el test que lleva su nombre sino que, al hacerlo, sentó las bases de la inteligencia artificial. Antes de eso formuló el concepto de una máquina, hoy conocida como máquina de Turing, que es modelo para todas las computadoras actuales. Eso fue en 1936. Tenía 24 años.

El paper mencionado arriba, en inglés, es una muestra fascinante del razonamiento de Turing. Al enfrentarse con el complejísimo dilema de determinar si algo que responde desde otra habitación es o no una máquina, se pregunta si piensa una máquina, y luego no solo indaga sobre lo que queremos decir cuando usamos la palabra pensar, sino también cuando usamos el término máquina. Tengo la impresión de que Turing habría no solo amado vivir en esta época (una época que previó antes que la mayoría de sus pares), sino que habría hecho contribuciones extraordinarias. Pero eso es ucronía, historia de lo que no pasó.

Reitero las fechas. Su máquina automática (lo que hoy llamamos máquina de Turing) es de 1936. Cuarenta años antes de la fundación de Apple. El paper en el que describe y define lo que luego llamaríamos Test de Turing (en realidad se llama Computing Machinery and Intelligence) es de octubre de 1950. El transistor acababa de inventarse y Steve Jobs y Bill Gates nacerían cinco años más tarde; es decir, año después de la prematura muerte de Turing, en 1954.

Pero es ucronía en varios sentidos. Porque en el momento del fallecimiento de Turing casi nadie sabía nada de él; de su historia, de su logro fundamental (que no, no es el Test de Turing; ni siquiera la Máquina de Turing) y de su tormento. Tan inconcebible es la parte más humana de la vida de Turing, tan injusto y desquiciado fue el destino al que lo sometió la sociedad que había ayudado a salvar, que el gobierno inglés tuvo que terminar pidiéndole perdón. O algo así.

Códigos de guerra

Aparte de sus aportes en lo que hoy llamamos genéricamente ciencia de la computación; aparte de sus reflexiones como filósofo, que es uno de los capítulos menos visitados, pero más medulosos de su pensamiento; aparte de sus hallazgos como teórico de la biología, y, por supuesto, aparte de su obra colosal como criptógrafo, Alan Turing hizo algo más. Alan Turing ganó la Segunda Guerra Mundial.

Bletchley Park
Bletchley ParkSHUTTERSTOCK – Shutterstock

Por supuesto, suena exagerado. Lo es, en parte. La escala de esa confrontación planetaria impide anclar la derrota del Eje a un solo hombre. Es verdad que hubo muchos factores que contribuyeron al triunfo de los Aliados, desde el ingreso de Estados Unidos en la conflagración hasta el mamarracho estratégico que construyó en su delirio mesiánico uno de los personajes más nefastos de la historia, Adolf Hitler, y uno de los más ilustrativos sobre la catástrofe que puede traerle a una nación –y, llegado el caso, al mundo– la concentración de poder absoluto en una sola persona, colocada en un pedestal, idolatrada y respetada en sus delirios y sus planes criminales más allá de toda razón. Tan complejo es el rol de Hitler en la historia de la primer mitad del silgo XX, que Ian Kershaw le dedicó casi 1500 páginas que siguen siendo indispensables.

Bombe, un dispositivo diseñado por Turing que simulaba 36 máquinas Enigma y se usaba para descifrar los mensajes alemanes
Bombe, un dispositivo diseñado por Turing que simulaba 36 máquinas Enigma y se usaba para descifrar los mensajes alemanes

Turing había nacido en Londres, Inglaterra, y se graduó como matemático en Princeton en junio de 1938. Es decir, diez meses antes de que Alemania invadiera Polonia y estallara la Segunda Guerra Mundial en Europa. Turing, que ya había descubierto su vis matemática y hasta debatido con Wittgenstein, se fue a trabajar a Bletchley Park. En esta mansión victoriana de 1883 (que califican de muy fea; coincido), operaba el Government Code and Cypher School (o GC&CS, para acortar). La escuela de código y cifrado del gobierno en realidad era el centro en el que se descifraban los mensajes encriptados de los nazis. Muy ponto, Turing demostró tener el don para quebrar el código de las máquinas Enigma; se encargó personalmente de descifrar las Enigma que iban en los submarinos alemanes (los U-Boats), lo logró, y, por eso, se le atribuye el haber ganado la Batalla del Atlántico.

La máquina Enigma fue un dispositivo de rotores mecánicos empleado por las fuerzas armadas alemanas desde 1926 para cifrar y descifrar mensajes
La máquina Enigma fue un dispositivo de rotores mecánicos empleado por las fuerzas armadas alemanas desde 1926 para cifrar y descifrar mensajesReuters/BBC

Hubo un número de batallas clave en la Segunda Guerra Mundial (Midwayla de Inglaterrala de Stalingrado, el Día DPearl Harbour, y otras), pero la Batalla del Atlántico fue particularmente siniestra porque los ataques de los U-Boats venían de la profundidad, era imposible rastrearlos, y amenazaron en su momento con cortar por completo el suministro de bienes vitales a Inglaterra, lo que la habría forzado a rendirse ante Alemania. No tiene sentido especular sobre esto, pero la rendición de Inglaterra habría cambiado sustancialmente el curso de la guerra, y tal vez su desenlace.

El Coloso y la ciberguerra

Pero los alemanes redoblaron la apuesta y crearon una máquina de cifrado más avanzada, a la que los ingleses apodaron Tunny. La razón es interesante. Los analistas de Bletchley llamaban al tráfico cifrado alemán “peces” (Fish). A las máquinas que cifraban esos mensajes, las Lorenz SZ40, las apodaron “atún” (Tuna Fish o Tunny). En 1942, Turing desarrolló un método para descifrar el código de estos teleprinters; en Bletchley Park lo bautizaron Turingery. Este método les permitía a los aliados leer lo que Hitler hablaba con sus generales de forma sistemática y dentro de plazos razonables (en el orden de unas pocas horas), lo que les dio una ventaja decisiva sobre la guerra en Europa.

El mecanismo fue luego incorporado a la serie de computadoras para criptoanálisis Colossus, instaladas en la mansión victoriana. A su modo, Tommy Flowers, que desarrolló Colossus, y el genio de Bletchey, Alan Turing, habían establecido un centro que hoy sería un cuartel de ciberguerra. Las Colossus empezaron a funcionar en 1943 y fueron retiradas en 1960.

En opinión de algunos analistas, los esfuerzos de Turing acortaron la duración de la guerra entre 2 y 4 años. Así que uno esperaría que este joven que para el final del enfrentamiento tenía 33 años fuera reconocido como otro de los héroes que había contribuido a mantener a Inglaterra libre. Pero no. Fue exactamente al revés.

Reconstrucción de Colossus en el Museo Nacional de Computación en Bletchley
Reconstrucción de Colossus en el Museo Nacional de Computación en BletchleyGentileza TNMOC

Lo que pasaba en Bletchley, por razones obvias, se quedaba en Bletchley. Era el costo de trabajar con los secretos mejor guardados de la Corona. Cuando por fin terminó la Segunda Guerra Mundial casi nadie en Inglaterra (mucho menos en el resto del mundo) sabía quién era Alan Turing. Y Turing, el hombre que revelaba los secretos de las máquinas de cifrado nazis, guardaba él mismo un secreto. Era homosexual.

Los prejuicios matan

Cuando lo vemos desde hoy, la idea de que se condene la orientación sexual de una persona con la cárcel es no solo absurda e indignante, sino que en las democracias occidentales es asimismo ilegal. Pero en la Inglaterra de mitad del siglo XX la homosexualidad era un delito penal. Cuando el secreto de Turing fue descubierto, le ofrecieron dos opciones: la cárcel o la castración química (esto es, un tratamiento hormonal).

Un minuto aquí. Para respirar. Porque es fuerte. Sí, Inglaterra. En 1952. Es decir, 70 años atrás. No hace 7 siglos. Hace solo 70 años un individuo genial que había sentado las bases conceptuales de las computadoras modernas y de la inteligencia artificial, y que además había vencido a los alemanes en el frente cibernético se vio condenado por su orientación sexual. Increíble como pueda sonar, y pese a los avances que han hecho nuestras democracias al respecto, los prejuicios siguen presentes; en 2017 un programador de Google publicó un paper donde creía demostrar que las mujeres son biológicamente incapaces de programarDato para ese programador (que obviamente fue despedido por Google): la mayoría de los integrantes del dream team de Bletchley eran mujeres.

Iban a transcurrir 57 años antes de que el gobierno inglés pidiera perdón por el trato que había recibido Turing, al que calificó de “horroroso”. Sí claro que fue horroroso, y en parte también lo fue el hecho de que ese perdón no surgió espontáneamente, sino que fue el resultado de la petición que inició el programador John Graham-Cumming y que recibió más de 30.000 firmas. En el colmo del delirio, puesto que en el momento en el que Turing fue condenado la ley vigente calificaba sus actos como conducta obscena (gross indecency), la reina Isabel II firmó un perdón póstumo en 2013. O sea, para la ley, Turing no solo no era un héroe, sino que había sido un delincuente. Para convertir la secuencia en completamente vergonzosa, este perdón también fue el resultado de la acción de dos individuos, no una iniciativa espontánea del Estado inglés. Es más, el ministro de Justicia en es momento, el liberal Lord McNally, rechazó la petición original, porque “la ley estaba vigente cuando Turing fue condenado”. Sin palabras. Después de muchas vueltas, proyectos de ley y hasta una película (The Imitation Game), finalmente Turing recibió su perdón póstumo. La iniciativa había sido impulsada originalmente por el ingeniero informático William Jones y un miembro del Parlamento Británico, el también liberal John Leech, y recibió 37.000 firmas.

Perdón, pero no gracias

La historia de Turing puede verse como la de un pionero de la inteligencia artificial y de la ciencia de la computación. Puede verse como la epopeya de un criptógrafo en la primera guerra en la que un algoritmo podía causar más daño (o salvar más vidas) que un ejército. Pero también puede verse como la de una persona que es sacrificada por la misma nación que había contribuido a salvar. Y todo esto por un asunto que era personalísimo y en el que el Estado no debe tener ninguna intervención. Cuatro años antes de su muerte, las Naciones Unidas, en el Palacio de Chaillot, en Francia, firmaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Uno de sus artículos sostiene que tenemos derecho a vivir sin miedo.

Estatua de Turing en el campus de la Universidad de Surrey, Inglaterra
Estatua de Turing en el campus de la Universidad de Surrey, InglaterraSHUTTERSTOCK – Shutterstock

Desde siempre, Turing había vivido con miedo, y su muerte se le atribuye en general al suicidio, porque la condena por inmoralidad destruyó su vida y, entre otras cosas, lo desterró del mundo en el que amaba trabajar. Pero incluso cuando no fuera así, incluso cuando Turing hubiera fallecido por una intoxicación accidental en su laboratorio doméstico, lo cierto es que vivía con miedo. Y no le faltaba razón.

Pasaron más de 60 años antes de que Inglaterra admitiera que la deshonra habían sido tratar así a un héroe (o, para el caso, a cualquier persona, algo que hoy se conoce como Ley de Turing). Fue pionero en muchas cosas informáticas, pero en una, debido al clima de época en el que le tocó vivir, lo fue en un sentido por completo inesperado. La vida de Turing dejó claro, de una manera triste y tortuosa, que los prejuicios son irremediablemente dañinos. Y que son, como escribió el gran José Ingenieros, muy difíciles de erradicar. Porque a Alan, al final, lo perdonaron. Incluso le pidieron disculpas. Pero, oficialmente, el gobierno británico, nunca le dio las gracias.

Ariel Torres

Fuente: La Nación

Sea el primero en comentar en "Alan Turing: el genio que venció a los alemanes, fundó la inteligencia artificial y murió misteriosamente"

Deje un comentario

Su email no será publicado


*