El género del standup tiene una larga historia de eximios cultores argentinos. Desde la época en que el anglicismo no se conocía y se lo llamaba monólogo. Como Tato Bores y Enrique Pinti. Genios del humor convertidos en clásicos. Aún cuando sus textos hablaran de la actualidad furiosa de un país vertiginoso en el que todo dura nada. O a lo mejor porque todo se repite en la espiral descendente de un tirabuzón sin fin. En los últimos tiempos el standup ha llegado a dominar la escena local. No solo en el terreno del humor.
También el drama tiene destacados exponentes. Aún más allá de la escena teatral. La política lo demuestra. Algunos de sus más conspicuos dirigentes son incansables cultores del monólogo. Hasta la hipérbole. Como el curioso caso de la mayor monologuista política contemporánea que acaba de convocar al diálogo a través un largo soliloquio. Tal vez lo expliquen aquellos versos de Antonio Machado que dicen que «quien habla solo espera hablar a Dios un día». O porque ya cree haberlo hecho. El poema se llama «Retrato». Sin palabras.
 

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