Cuando Scott Bessent tomó de los pelos a Javier Milei y Luis Caputo para sacarlos del agua antes de que se ahogaran, la Argentina caminaba hacia una crisis política y económica de dimensiones importantes. ¿O alguien supone, acaso, que el país aguantaría mucho más tiempo con un mercado cambiario que le requería al Banco Central 1100 millones de dólares cada tres días para mantener el precio de la moneda norteamericana dentro de la banda estipulada por el gobierno libertario? Imposible. No hay reservas de dólares que aguanten una crisis de confianza como la que la administración mileísta vivió la semana anterior.
Aunque el secretario del Tesoro norteamericano (tal vez la persona más poderosa de la economía mundial) fue quien hizo el anuncio y seguramente instrumentará el préstamo del gobierno norteamericano, la decisión política correspondió a Donald Trump. Pero Bessent, un economista experto en monedas e inversiones (también es licenciado en Ciencias Políticas), sabía más que Trump que el gobierno de Milei bailaba en el filo mismo del abismo. Austero y claro en sus declaraciones, el funcionario de Washington logró en horas apenas que el precio del dólar bajara sustancialmente en Buenos Aires, que el valor de los bonos subiera y que el riego país se desplomara desde más de 1500 puntos básicos a 964 puntos, según la calificación de este martes. 964 puntos son muchos puntos, pero era peor la escalada del viernes último, cuando el techo del riesgo país de la Argentina era impredecible.Con el sello de Cristina: Máximo Kirchner presentó un proyecto que declara nulo el salvataje de EE.UU. si no pasa por el Congreso
Todavía falta saber de cuánto será el préstamo del gobierno norteamericano y qué condiciones le impondrá a Milei, pero las palabras de Bessent y del propio Trump fueron suficientes para atemperar, al menos, el horizonte de crisis que aguardaba al país. Las posteriores declaraciones del presidente de los Estados Unidos sobre su apoyo a una reelección eventual de Milei en 2027 pertenecen a su condición de hombre que oscila entre hipérboles y catastrofismos. Nadie está en condiciones ahora de saber cómo será el destino político del mandatario argentino más allá de su actual mandato, que concluirá el 10 de diciembre de 2027. “Bessent le regaló un antibiótico más que una aspirina al Gobierno, pero este volverá a infectarse si persiste en ensuciar su herida. La herida es política, no económica”, asegura el economista Fausto Spotorno.
Vale la pena rescatar algunas lecciones que dejó una semana cargada de semejante crisis. La primera de ellas es que el conflicto no fue tanto de características económicas como políticas y de gestión de la administración de Milei. No hay, en rigor, problemas macroeconómicos que justifiquen una crisis de confianza de ese tamaño. Pero Milei se equivocó más de lo explicable en materia política y enredó la gestión de su gobierno en una palpable parálisis o en un interminable minué de funcionarios que salían y entraban del gobierno.
Destrató a los aliados: “Milei debería llamarlo a Gustavo Valdés y ofrecerle un ministerio en el gobierno nacional”, proponía este martes otro economista en alusión al gobernador de Corrientes, al que los mileístas ningunearon en las negociaciones para ir juntos en las elecciones provinciales ya realizadas. Valdés ganó esos comicios y los candidatos de Milei alcanzaron apenas el cuarto lugar. “Y debería pedirle perdón a Osvaldo Giordano”, el economista experto en temas previsionales que fue el primer jefe de la Anses y que el Presidente echó porque la esposa de Giordano votó en el Congreso, como diputada nacional, contra los gustos de Milei. El propio Mauricio Macri, que fue el primer político que corrió en ayuda de Milei cuando este tuvo que enfrentar a Sergio Massa en la segunda vuelta electoral de 2023, reconoció este martes que hace un año que no habla con el Presidente.
En los meses de luna de miel con la sociedad, que ya concluyeron, los hermanos Milei dejaron trascender que se proponían terminar con Macri y con su liderazgo de centroderecha. “Desde el centro a la extrema derecha, todo debe ser de Milei”, se entusiasmaban en las oficinas del entonces triángulo de hierro; esa estrategia no dividió a Karina Milei del súper asesor Santiago Caputo. La división entre ellos es por otras razones. Luego de la intensa crisis financiera de la semana que pasó, se escucharon propuestas del oficialismo para que Milei se reuniera con Macri y con Patricia Bullrich. “¿Para qué?”, repetirá de nuevo seguramente Macri, aunque tampoco le negará el apoyo cuando el propio expresidente se asustó al entrever un Gobierno que retozaba en la cornisa del vacío.
El otro Caputo, el ministro de Economía, debería aprender que las palabras de quien lidera la conducción económica tienen una especial influencia en el decurso de la economía y en el trato de los mercados. ¿Para qué aquel lamentable “compra, campeón” cuando se reía públicamente el 1º de julio de los que decían que el dólar estaba barato? Respuesta del mercado: en julio la demanda privada de dólares fue de 5400 millones de dólares. La semana pasada, el ministro alardeó con que iba a vender “hasta el último dólar en el techo de la banda”. En los tres día siguientes, el Banco Central debió sacrificar 1100 millones de dólares para conformar a los que creyeron en la promesa de Caputo. Triunfalismo frívolo e innecesario.
Caputo pasó a integrar la lista de ministros de Economía que pronunciaron frases célebres por su imprudencia. Quizás sea Domingo Cavallo el único ministro de Economía que se cuidó de hacer declaraciones impolíticas y fue el único, hasta ahora, en lograr la estabilidad económica durante varios años. Tanto Milei como Luis Caputo deberían aceptar que es mejor tener un presupuesto nacional, aunque deban negociar su contenido con la oposición, que no tenerlo. Existen partidos de la oposición dialoguista (Pro, el radicalismo, partidos provinciales y algunos peronistas no kirchneristas) que reivindican un Estado con sus cuentas equilibradas. Es probable que no cuente con el kirchnerismo para esa faena, pero ya se demostró que el Gobierno puede sacar leyes sin los seguidores de la lideresa encerrada en su casa. También se demostró que el mileísmo puede perder la mayoría en las dos cámaras del Congreso, sobre todo cuando la oposición, buena o mala, tiene el pretexto de que no existe un presupuesto.
Todos los gobiernos serios del mundo tienen un presupuesto, pero aquí ni el Gobierno ni su oposición demostraron demasiado interés en aprobar un presupuesto durante los últimos dos años.
Conviene hacerse también una pregunta: si es posible dejar sin efecto totalmente las retenciones a las exportaciones de los productores agropecuarios, ¿por qué no lo hicieron antes y no solo en vísperas electorales? Cualquier decisión que derogue las retenciones es buena, pero hacerlo por poco más de un mes, hasta que pasen las elecciones nacionales del 26 de octubre, deja a los productores sin un horizonte cierto para planificar sus economías. Desde ya, esa derogación temporal de las retenciones tiene que ver más con la necesidad perentoria de contar con dólares que con la convicción de colocar ese impuesto en el pasado. No deja de ser paradójico, con todo, que se pague por exportar en un país que necesita desesperadamente aumentar el volumen de sus exportaciones.
Lo que ocurrió en el tembladeral de los días recientes dejó también lecciones para la oposición al Gobierno, ya sea para la dura e intransigente o para la dialoguista. El peronismo debería aprender que los muertos gozan de buena salud hasta que están realmente muertos. Por ejemplo, los seguidores de Cristina Kirchner se embrollaron en un espiral de frases golpistas. En esa clara conspiración se anotaron figuras irrelevantes, como la senadora tucumana Sandra Mendoza, que auguró que Milei no llegaría en el cargo ni a las elecciones del 26 de octubre, hasta Felipe Solá, que sabe de qué habla cuando habla de estabilidad institucional, quien divagó alegremente sobre qué sucedería si Milei debiera renunciar (o ser destituido −quién lo sabe−) antes o después del próximo 10 de diciembre.
Sucede que después de las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre, que perdió Milei y no ganó nadie, el peronismo cree que ya triunfó en las elecciones del 26 de octubre próximo. Error. Después de los comicios victoriosos para Juntos por el Cambio de 2021, sus dirigentes −o algunos de ellos− creían que sólo debían resolver su interna, elegir al candidato presidencial y que este sería el próximo presidente de la Nación. Nada resultó así.
Los precandidatos de entonces están lejos de la presidencia. Patricia Bullrich es funcionaria de Milei y Horacio Rodríguez Larreta fluctúa entre hacer política desde la nada y la actividad privada. Ninguna elección está ganada de antemano. La convicción de Cristina Kirchner de que solo la política la sacará de la cárcel no puede comprometer el comportamiento institucional de un partido de 80 años. El objetivo lógico de la política es el poder, pero no cualquier medio justifica el fin.
El respeto interno es la asignatura pendiente de la oposición no peronista. Es una lástima que el partido político más antiguo del país, que es la Unión Cívica Radical (tiene 134 años), haya desaparecido por la gestión personalista y egoísta del exgobernador de Jujuy Gerardo Morales, quien fue presidente de ese partido y le dejó el cargo a Martín Lousteau, que nunca habló en nombre del radicalismo.
A su vez, las divisiones internas de Pro solo han debilitado a un partido que tuvo el mérito de nacer como una organización casi vecinal de la Capital hasta llegar en pocos años a la presidencia de la Nación. El deporte del salto con garrocha se convirtió en la afición predilecta de muchos dirigente del partido que fundó Mauricio Macri. Después de que Macri le prometiera a Milei el apoyo de su partido para el balotaje y para encarar las primeras medidas del nuevo gobierno, muchos de sus dirigentes se sintieron autorizados para saltar la medianera y zambullirse en el terreno de La Libertad Avanza. Fue un ejercicio de transfuguismo político sin paliativos.Mauricio Macri reapareció para intentar alinear a Pro y se refirió al momento del Gobierno
La oposición, en ninguna de sus versiones, levantó tampoco la mirada para observar que era muy difícil que Trump dejara caer a Milei o, dicho con palabras más amables, permitiera que la experiencia libertaria argentina fracasara. Si se mira América Latina, solo la Argentina de Milei es, entre los grandes países latinoamericanos, el que está cerca del polémico presidente de los Estados Unidos. Brasil, México, Colombia o Chile, que influyen en el subcontinente por su envergadura económica o por su autoridad moral, están conducidos por gobiernos de centroizquierda o directamente de izquierda.
Bessent observó esa realidad, con su conocimiento de la política más que de la economía, para proponerle a Trump una fórmula que salvara a la Argentina del naufragio. La fórmula de Bessent está sirviendo; lo que sigue de ahora en más dependerá de cómo Milei resuelva sus formas, su política y su gestión.
Fuente: La Nación
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