Mucho se ha escrito sobre la Argentina como el país anómico por antonomasia. El territorio donde sobran leyes que no se cumplen ni se hacen cumplir. Ni uniforme ni equitativamente. Nunca es demasiado. Acá hasta las leyes de la física suelen ser forzadas en grado de tentativa de violación. Aunque al final todo caiga sobre nuestras cabezas. Para hundirnos un poco más. “Es la gravedad, estúpidos”, nos gritan sin que escuchemos.
Para abundar y entender mejor se recomienda el reciente libro de los politólogos Steven Levistky, Victoria Murillo y Daniel Brinks. El trabajo lleva un título autoexplicativo: La ley y la trampa en América Latina. Por qué optar por el debilitamiento institucional puede ser una estrategia política. Aunque no habla de este país, la Argentina tiene todas las fichas para ser incluida en cada categoría que se establece para definir los tipos de debilidad: insignificancia , incumplimiento e inestabilidad de las instituciones. En el catálogo merecen incluirse buena parte de las normas establecidas para enfrentar el Covid-19. Como siempre, hay una excepción en el país anómico: las leyes de Murphy. Jamás dejan de cumplirse y de hacerse cumplir. Sobre todo aquella que establece que “todo lo que puede salir mal saldrá mal”.
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