Sanatavirus

Ante la crisis de la pandemia parecería que lo que este mundo necesita, más que un plan científico con contenidos médicos, es un buen titular para las primeras planas de los diarios o el horario central de la TV. Un enunciado, en suma, que retumbe sonoro, grandilocuente, efectista y pomposo. Deberá ser lo suficientemente abstracto y ambiguo como para que pueda caber en él cualquier obviedad de esas a las que nadie podría negarse ni oponerse. Es que, en una situación como esta, cuando las cosas se expresan con significantes de mucho prestigio dan ganas de abrazarse a cualquier charlatanería que huela a esperanza y te ilusione con un pasaje de regreso a aquella vieja tierra prometida aunque no esté claro qué es lo que hoy encontrarías en ella.

Si ya tenemos el título y estalló la colitis aguda de palabrería fofa, lo único que nos hace falta es un diccionario. ¡Ahora sí! …ya no hay límites para nuestra creatividad

Se trata simplemente de ir acumulando expresiones abstrusas, inconcretas, evasivas, en un lenguaje lo bastante oscuro para que parezca serio. Sugiero pues memorizar un sintético muestrario de esos nombres porque algunas de esas palabras merecen ser sacralizadas como la “tabula unius capax” del náufrago que flota a la deriva entre el oleaje embravecido. Ahí va una muestra: flexibilización escalonada, segmentación geográfica, testeos asintomáticos, prevención focalizada, fragmentación ocupacional, infección administrada, transmisión comunitaria, blablablableta, sarasasasa, sasá. La verdad es que una vez hallada felizmente la etiqueta ya no se necesita el plan propiamente dicho. Basta con mover el banco de suplentes y sacar a la cancha lo mejor de las divisiones inferiores.

Salen los relevos: controles aleatorios, picos de contagio, perímetros, duración tentativa, circulación restringida, proteínas en espiga, horizonte probable, apertura gradual, curva estadística (puede ser ascendente o descendente, aplanada o escarpada, empinada o despeñada) y un largo etcétera. Eso, en fin, que, no tan antiguamente, el genial comediante Fidel Pintos había inmortalizado con el nombre de “sanata”.

Claro que algunos, tal vez a su pesar, en un lapsus de sinceridad dejan ver la patética pobreza de lo que en realidad se fue arrumbando detrás del cortinado. “A estas alturas, estoy esperando que cualquier cosa funcione. Si funciona, maravilloso, sería genial. Simplemente no sabemos” (Akiko Iwasaki, profesora de Inmunobiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale e investigadora del Instituto Médico Howard Hughes). ”Las empresas de biotecnología están emitiendo un montón de comunicados de prensa, los están escribiendo para sus accionistas, no para fines de salud pública” (Peter Hotez, decano de la Escuela Nacional de Medicina de la Universidad Baylor). “Tiene que tener en claro la población que esas decisiones primero vayan para un lado y luego vayan hacia otro, de acuerdo a cómo veamos la evolución” (Fernán Quirós, ministro de Salud de la Ciudad de Buenos Aires).

Me viene a la memoria la última línea de El nombre de la rosa, “stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus”, que es un manera de decir que, pasados los vientos y los fríos, de la rosa sólo nos queda el nombre. Umberto Eco parafraseaba así el verso de Bernardo de Cluny, monje benedictino francés del siglo XII, que escribió que de la Antigua Roma, aunque eterna, en realidad, sólo nos queda el nombre porque nada más los nombres subsisten de todas las glorias que desaparecen. ¿Para qué más? ¿Para qué estropear con requerimientos prosaicos la tersura impecable y teórica de la poesía? Si tuviéramos que resumirlo, yo diría que, hasta ahora, el plan de los gobiernos para enfrentar esta catástrofe se limita a lo siguiente: “Bueno… Ya veremos… Después vamos viendo… Vamos a ver qué pasa… ¡A lo mejor…! ¿Quién te dice…? Tal vez tengamos suerte y Dios proveerá…”.

La sensación que queda es que, a los que pisan las alfombras del poder, lo único que los desvela es gambetear la peste como se pueda para preservar lo que va quedando de su maltrecha imagen pública (no mucho, esa es la verdad) y no sacrificar un átomo de capital político con vistas a cualquier futura elección. Un test a lo bruto, prueba y error que le dicen, un método empírico, por llamarlo de alguna manera.

En algún lugar alguien estará haciendo algo útil. Suponemos.

Ojalá así sea.

El autor fue fiscal ante la Cámara Federal

Fuente: Infobae.com     Germán Moldes

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