Como pocas veces, la ciudadanía se enfrenta a las elecciones con una saturación de acontecimientos económicos y políticos. Lo resumen las interminables corridas cambiarias y la corrida del principal candidato oficialista, mientras el gobierno de EE.UU. interviene abiertamente en la situación financiera y el proceso electoral, sin que nada logre encontrar su cauce.
En semejante contexto de inestabilidad, los cierres de campaña por venir pasan a ser un mero acto protocolar sin expectativas de impactar en las decisiones de los electores, que ya están sometidos a una sobrecarga de estímulos informativos por imperio de las nuevas tecnologías y muestran altas cuotas de desinterés, hartazgo y desafección, que conviven con predominantes emociones negativas.
El escenario se ofrece de esa manera extremadamente desafiante para un oficialismo que apenas ha logrado instalarse formalmente en todo el territorio nacional, con la presentación de candidatos propios en todas las provincias, como ninguna otra fuerza política puede exhibirlo. Pero eso está lejos de implicar que ha hecho pie.
Si bien en las últimas semanas, según la última encuesta de Poliarquía, la imagen del Gobierno habría logrado estabilizarse y hasta tener una leve recuperación, después de varios meses de caída, su situación difiere, para mal, del optimista panorama que el Gobierno trazaba para esta época después de su triunfo en la elección porteña del 18 de mayo pasado.
El sueño de que esos comicios serían la bisagra histórica que terminaría de volcar hacia el liderazgo de Javier Milei todo el electorado que se ubicaba desde el centro hasta la extrema derecha, sin necesidad de acuerdos o, mejor dicho, arrasando con superestructuras partidarias amigables, se fue diluyendo hasta convertirse en un peligroso espejismo que terminó confundiendo (aún más) a la conducción libertaria. La libertad todavía no arrasó.
Ese resultado, interpretado sin una adecuada identificación de sus votantes, y la condena de Cristina Kirchner, que dejó firme la Corte Suprema apenas 20 días más tarde, cimentaron una sensación de invencibilidad que derivó en una larga sucesión de errores en materia política y, también, económica, así como en múltiples heridas autoinfligidas.
El mayor impacto de ese cambio de escenario se dio especialmente en los sectores populares que le habían dado su voto y fueron cruciales para que Milei llegara a la presidencia en 2023 y que ya venía revisando su comportamiento por la incidencia del ajuste económico en sus bolsillos y sus empleos.
Un trabajo de mapeo del voto de las elecciones porteñas realizado por el sociólogo y consultor Luis Costa mostraba con precisión y agudeza esa mutación en las adhesiones hacia el mileísmo respecto del soporte recibido en los comicios presidenciales.
El ausentismo en los barrios de menor poder adquisitivo de la ciudad resultó clave para explicar que allí perdiera parte de los votos reunidos dos años antes. Un escenario similar se repitió en el Gran Buenos Aires cuatro meses después en las elecciones para legisladores y para concejales bonaerenses.
Las razones no eran tanto políticas sino más bien de naturaleza económica. Sin embargo, Milei y los suyos creyeron lo contrario. Y, desde entonces, obraron como si las causas de los problemas fueran solo ajenas.
“Lo que hemos observado en los trabajos de campo a partir de abril es una caída vertical de la imagen del Gobierno en los segmentos que van de la clase media baja a la baja, que representa casi un 40% de la sociedad, después de un declive sostenido pero leve”, señala Pablo Semán.
Este sociólogo y antropólogo se ubica en un acotado grupo de expertos en comportamientos sociales que advirtieron anticipadamente el arraigo que Milei y su discurso antiestado y anticasta estaban teniendo en sectores que históricamente habían sido refractarios a esas ideas y donde predominaba la adhesión al peronismo. Corsi e ricorsi, diría el filósofo de la historia Giambattista Vico.
La profundidad y la densidad de ese cambio de simpatías es la gran incógnita que, en buena medida, debería develarse el próximo domingo. La duda central es qué harán quienes sienten que Milei no ha satisfecho (al menos, todavía) sus expectativas, no solo económicas sino también en el plano simbólico. En esta dimensión los escándalos de supuesta corrupción mandan.
La incógnita radica en si alimentarán el ausentismo, que llegó a un nivel récord de casi el 40% por ciento del padrón en el promedio de las nueve elecciones provinciales ya realizadas, o si esta vez expresarán su insatisfacción, malestar o desilusión votando a otros espacios. Ya sean los que rechazaron en 2023 u otros, a pesar de que de esa manera su voto pueda beneficiar a un espacio como el kirchnerismo, que había sido el último en defraudarlos en su cuarto y más fallido gobierno, encabezado por el disfuncional binomio Alberto Fernández-Cristina Kirchner.
Sin que nadie pueda dar certezas, Semán aporta una observación que de confirmarse podría ser relevante: “Lo que se ha ido consolidando es un sentimiento de rechazo al oficialismo. Podríamos decir que así como existe un antikirchnerismo ya existe un notable antimileísimo”.
Según el sociólogo “esa es la gran novedad, junto con la caída en picada de la adhesión al Gobierno, que venimos viendo en los grupos focales en el terreno de los últimos meses. Hace un año los críticos de Milei eran minoría y cuando expresaban sus críticas eran cuestionados por una mayoría que apoyaba al Gobierno, por lo que preferían callar. Ahora, la situación es diametralmente opuesta. Los mileístas son minoría y callan o son callados por los antimileístas que son más”.
La campaña, caracterizada por la negatividad, con marcada ausencia de propuestas y abundancia de acusaciones cruzadas, escándalos, crisis económico-financiera y disputas a cielo abierto dentro del Gobierno, encuentra así una nueva antinomia, que tal vez pueda queda vieja rápido: antimileístas versus antikirchneristas.
Los lemas “la Libertad Avanza o Argentina retrocede” y “kirchnerismo nunca más”, del oficialismo, a los que el kirchnerismo le contrapone un llamado a “frenar a Milei”, parecen haber tenido baja pregnancia en la ciudadanía, según varios estudios de opinión pública y el seguimiento de las conversaciones en redes sociales de varias consultoras. Predomina el ruido y el malestar, en medio de un marcado desinterés, malestar y desafección hacia la política. ¿Un nuevo ciclo de desencanto después de la ilusión, como los que se han sucedido en la Argentina desde 1880 y que con precisión han observado Pablo Gerchunoff y Lucas Llach? Parece temprano, aún, para determinarlo.
No obstante, los problemas del presente y la baja en las expectativas de mejoras en el futuro mediato devolvieron el predomino de los sentimientos negativos en el ánimo social de los argentinos, que durante el primer año de la gestión de Milei habían sido desplazados por emociones positivas como la ilusión, la esperanza o la alegría.
Por eso, el llamado a no votar a terceras opciones para no favorecer, de manera indirecta, al kirchnerismo, que fue el gran (y casi único) servicio que prestó Mauricio Macri a la campaña oficialista podría tener una capacidad performática muy relativa. Y no porque el perokirchnerismo haya sido absuelto de sus muchos pecados, como responsable de buena parte de los males que la ciudadanía rechazó en 2023.
Los niveles de rechazo a sus principales figuras, empezando por Cristina Kirchner y Axel Kicillof siguen siendo muy elevados, aunque la mayoría de las encuestan muestran un leve, pero sostenido, debilitamiento de las opiniones negativas.
“Es como si los responsables de los problemas hoy fueran otros, y como si bajara el temor a que el kirchnerismo pueda recuperar el poder porque no lo ven demasiado probable”, señaló uno de los consultores más reputados, que mantiene sus números en reserva, pero deja trascender que en la provincia de Buenos Aires la diferencia a favor de Fuerza Patria por sobre La Libertad Avanza será muy significativa, aunque menor que la registrada en las elecciones bonaerenses.
Con ese sustrato se ingresa en la última semana de la campaña electoral, luego de los últimos días hiperagitados en los que la intervención del gobierno de Donald Trump provocó tanto parciales alivios como temblores nuevos, sin terminar de despejar ninguna incertidumbre.
El último desafío del mercado a la determinación del secretario del Tesoro, Scott Bessent, de vender dólares para bajar su cotización deja nuevas incógnitas para las ruedas bursátiles que precederán y enmarcarán la decisión final de los electores.
A eso habrá que sumarle la descontrolada disputa interna en la cima del Gobierno que la semana última terminó de hacerse púbica con cruces directos e indirectos que tuvieron por protagonistas dominantes a Guillermo Francos (a micrófono abierto) y Santiago Caputo (off the record), pero de la que también forman parte Karina Milei y los primos Menem, que forman su séquito, así como el canciller Gerardo Werthein.
Para los más informados e influyentes, sin embargo, lo más complicado de ese grave conflicto no son tanto los cruces de acusaciones, que incluyen hasta referencias a casos de corrupción. Lo que más preocupa a sectores del establishment es que, según interpretan y por la información que reciben, las disputas han salido a la luz ante la falta de intervención o disposición a la escucha del Presidente.
En ese terreno todos miran a la noche y los días posteriores a la elección del próximo domingo. La convicción es que más allá del resultado, Milei deberá hacer cambios internos y establecer acuerdos con sectores políticos que alguna vez fueron amigables y a los que ha puesto en la vereda opuesta.
“El problema es que Javier está detrás del blindex que le instaló Karina”, le habría dicho a sus íntimos uno de esos colaboradores que espera respuestas del Presidente a sus demandas de cambios internos, que incluyen el desplazamiento de los más íntimos colaboradores de la hermanísima, y un acuerdo con Mauricio Macri, con gobernadores y jefes de bloques más o menos cercanos, al menos en sus idearios económicos, y lejano al kirchnerismo.
En el mejor de los casos, la nueva composición del Congreso solo le permitirá sostener una estrategia defensiva para mantener vetos y evitar rechazos a los decretos presidenciales, pero no tendrá automáticamente allanado el camino para las reformas de fondo que necesita.
“En el mejor de los casos les alcanzará para colgarse del travesaño y tratar de evitar la goleada, pero no para hacer los goles que necesita”, señaló un destacado economista muy futbolero. El escenario será mucho más exigente y aún más demandante de acuerdos si el resultado de las elecciones es más desfavorable.
“Se necesitan manos que se levanten para apoyar en el Senado y en Diputados”, es el lema que dice animar a Caputo, el joven, y habría expresado para justificar su apoyo público a la demanda de Macri de que el gobierno se abra al diálogo y a nuevos acuerdos.
Ahí están puestas todas las miradas. Más aún si el viejo antikirchnerismo no llegara a ser tan fuerte como el novel antimileísmo.
Fuente: La Nación
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