Alberto Fernández y la tiranía de los moderados

Nada condiciona más los procesos políticos en una democracia que el propio resultado electoral. La distribución de apoyos fija los parámetros, determina las condiciones bajo las cuales los actores deberán desarrollar la disputa política hasta un nuevo turno electoral.

El “vamos por todo” con el que Cristina Kirchner arengó a su tropa en un acto por los 200 años del primer izamiento de la bandera en Rosario, en febrero de 2012, respondía esencialmente al imponente resultado electoral que acababa de obtener en octubre de 2011, cuando logró el 54,1% de los votos y sacó una diferencia de más de 35 puntos porcentuales al segundo. Del mismo modo, la cautela (para algunos ni siquiera llego a ser cautela) con la que Mauricio Macri decidió encarar la corrección de los desequilibrios heredados en diciembre de 2015 radicaba en la necesidad de avanzar gradualmente en un ajuste de las cuentas públicas, producto de un resultado extremadamente ajustado en el ballotage de 2015, que lo condicionaba políticamente y le impedía asumir los altos costos políticos de un gran ajuste.

El actual proceso político no es la excepción, y por ello está condicionado por el hecho de que Alberto Fernández logró juntar casi el 50% de los votos, y la principal coalición opositora obtuvo solo 7,9 puntos porcentuales menos que los que sacó el Frente de Todos.

Que el resultado haya sido estrecho (menos de 10 puntos de diferencia) deposita dos incentivos en el actual escenario: 1) ambos espacios deben lograr conservar la unidad lograda para retener esa competitividad alcanzada, y 2) para conservar esa competitividad, hay que cuidar más a los votantes menos convencidos (blandos) que a los más convencidos (duros). Este segundo incentivo es una invitación a la moderación de los actores, y pone de relieve la necesidad de evitar posiciones extremas que pudieran repeler el apoyo de esos bordes moderados de votantes en ambas coaliciones.

Esa distinción entre los votantes blandos y duros de cada espacio ayuda a entender mejor la naturaleza de ese 48,2% de los votos que obtuvo el Presidente. Y permite comprender mejor el rol de Fernández, cuyo principal éxito fue el de lograr sumar a votantes blandos, enojados con Mauricio Macri, pero que posiblemente no estén alineados al pensamiento central del kirchnerismo, y conserven cierto sentimiento refractario hacia la figura de Cristina Kirchner.

Ahora, ese modo en que se logró el resultado electoral quizá también condicione al oficialismo de un modo muy particular. Sobre todo porque ese apoyo logrado en la última milla de apoyos (por utilizar un término de la logística) no solo terminó siendo clave para el triunfo, sino que es la razón de ser de Alberto Fernández. El apoyo de votantes no kirchneristas enojados con Macri es el que pone en relieve el valor de Fernández frente a la figura más poderosa de su coalición, Cristina Kirchner. En parte, el Presidente se debe a esos votantes moderados del Frente de Todos, que quizá sean una minoría dentro del espacio, pero fueron los que le permitieron al kirchnerismo volver al poder.

Este condicionamiento (la necesidad de cuidar a los blandos) le impone al oficialismo un desafío por resolver: ¿qué sucede cuando no todos los votantes piensan igual? ¿Se debe gobernar según piensa la mayoría, es decir los votantes más convencidos, o se debe respetar las exigencias de los votantes blandos? Aquí no hay claramente una respuesta óptima, menos aún si ambos grupos de votantes no piensan igual sobre los ejes centrales del programa de Gobierno. Pero si consideramos de dónde se viene y las limitaciones que ha tenido el kirchnerismo para volver a juntar una mayoría después del 2011, quizá se vuelva más clara la necesidad del Frente de Todos de respetar el compromiso asumido con esa minoría de votantes blandos, que terminaron sumándose al proyecto oficialista cuando se les ofreció algo nuevo (el Frente de Todos) y no lo viejo (el Frente para la Victoria), cuando se les prometió que iba a gobernar Alberto Fernández y no Cristina Kirchner.

Si ello es así, surge otras preguntas. ¿Está el resto de los votantes duros del Frente de Todos dispuesto a someterse a la voluntad de los votantes moderados? ¿Está dispuesta CFK a someter sus ideas y su programa en el altar de la moderación? O, lo que es lo mismo, ¿es viable el Frente de Todos?

Podemos sostener que por el condicionamiento que ejerce el resultado electoral sobre el proceso político, Alberto Fernández está condenado a ejecutar una permanente diferenciación con Cristina Kirchner, a mostrarse moderado para conservar a los votantes blandos de su espacio, y asegurarse competitividad de cara a una elección de medio término que será crítica para el devenir de esta Coalición. En el compromiso de esos votantes está la principal fuente de su legitimidad de origen, y hacia ellos pareciera estar orientada la gestión para lograr su legitimidad de ejercicio.

Lo que resta saber es si Cristina Kirchner estará dispuesta a someterse a la tiranía de esa minoría de votantes que le permitió volver al poder, y adicionalmente, si estarán sus más fervientes seguidores también a claudicar algunas de sus banderas en el altar de esa tiranía, la de los votantes moderados del Frente de Todos.

Si esto último no sucede, y la oposición del kirchnerismo frustra las ideas que tiene Fernández para gobernar, entonces podremos afirmar que la fórmula que se utilizó para ganar la elección “Con Cristina no alcanza, sin ella no se puede (ganar)”, devino en la siguiente fórmula en el ejercicio del poder: “Sin Cristina no alcanza, con Cristina no se puede (gobernar)”. Y ello será la invitación a preguntarse si este proyecto del Frente de Todos es viable.

El autor es politólogo y director de Synopsis Consultores

Fuente: Infobae.com       Lucas Romero

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