Rompió el maleficio. Después de once temporadas en la Fórmula 1, Nico Rosberg se consagró campeón y derribó los comentarios maliciosos que lo envolvían, los que filtraban que era apenas un piloto con un apellido ilustre. El Gran Premio de Abu Dhabi, el último de 2016, resultó el epílogo de una batalla feroz que desató a lo largo del año con Lewis Hamilton, compañero en Mercedes y quien se resistió a entregar la corona. Una disputa añeja que empezó en el karting y se extendió al gran circo. Una compulsa de la que siempre salió lastimado, hasta que descubrió la fórmula para doblegar al británico, un rival que empuja al límite en la pista y psicológicamente. El segundo puesto le alcanzó para ser el nuevo monarca y ensombrecer así la victoria de Hamilton, quien manejó estrategias propias y desobedeció lo que le transmitía la escudería por la radio. Sebastian Vettel (Ferrari) completó el podio y la fotografía que Rosberg jamás borrará de su cabeza.
A los 31 años le llegó el premio, el que lo convierte en la segunda pareja de padre-hijo en celebrar un título de F.1, después de los Hill, campeones en 1962 y 1968 (Graham) y en 1996 (Damon). Keke -quien tenía prohibido estar en el circuito y vio el GP en Dubai- lo hizo con Williams, en 1982, contra todos los pronósticos y trepándose apenas en una oportunidad a lo más alto del podio; una temporada que tuvo 11 ganadores diferentes. Nico, en cambio, festejó nueve veces en el año en una temporada que aportó a solo otros tres vencedores: Hamilton (10), Max Verstappen y Daniel Ricciardo, ambos con Red Bull, una vez cada uno.
La metamorfosis de Rosberg llegó acompañada del nacimiento de su hija Alaïa, fruto de la relación con Vivian Sibol, diseñadora de interiores, con la que estuvo 13 años de novio. Los últimos Grandes Premios de 2015 enseñaron el cambio, la fuerza mental con la que resistió en el nuevo curso a Hamilton.
Con apenas seis años Rosberg se subió por primera vez a un monoplaza; a los 11 era campeón de la Liga Cote d’Azur de karts y de Francia; en 2002, la Fórmula BMW lo tuvo como vencedor en nueve carreras, éxitos que lo llevaron a ganar el título. Un empujón para probar, con 17, un Williams, escudería que terminó por abrirle la puerta en 2005, tras coronarse campeón de GP2, tras sumar la cifra histórica de 120 puntos. Los cuatro años en el team con el que se coronó su padre resultaron un purgatorio para sus aspiraciones: el salto llegó en 2010, con el llamado de Mercedes, donde compartió techo y aprendió de esa leyenda que es Michael Schumacher.
Cuando todo conducía a la superación, Mercedes le sentó a Hamilton a su lado y el británico -que vive en Mónaco en el mismo edificio que Nico- empequeñeció su andar. La guerra psicológica y la tensión fueron en aumento, y el inicio del GP de España desbocó a los pilotos, que terminaron despistados, en la cuarta curva del circuito de Montmeló. El circo observaba aquellas históricas batallas que protagonizaron Farina-Ascari; Hunt-Lauda; Villeneuve-Pironi; Mansell-Piquet; Prost-Senna… El paddock imaginó que el temperamento avasallante de Hamilton volvería a destrozar a Rosberg, que, sin embargo, renació con más fuerzas. Endureció su gesto, dejó de enseñar ese aire de piloto aniñado y dejó de ser considerado un corredor blando para ser frío y consistente. «He pasado por momentos muy difíciles. Llegué a Mercedes en 2010 y la espera ha sido muy larga. La presión fue enorme, y aún más en las últimas vueltas de la carrera. Lo pasé muy mal. Fue una locura, y creo que voy a necesitar algo de tiempo para recuperarme de tanta tensión», selló, entre lágrimas, el nuevo monarca de la Fórmula 1.
Fuente: La Nación
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