Licha López, un experto en clásicos que hace delirar a Racing

Lisandro López tiene marcados 165 goles en 379 partidos en más de 13 ligas distintas, pero cuando le preguntan por un gol, no duda: «El de chilena, a Independiente». Licha lleva adentro ese fuego sagrado que tienen los deportistas que en los partidos importantes dan un plus. Fue el abanderado de un equipo que se llevó puesto al rival desde el primer segundo. Jugó un partidazo, aunque él ya había comenzado a jugarlo el miércoles pasado, mucho antes de que Diego Abal pitara el inicio, en una conferencia de prensa de 25 minutos en la que expuso con claridad las falencias de Racing en los últimos partidos. «Jugamos de malo a mediocre», definió la actuación ante Huracán. Anoche borró eso con su fútbol.

Después de la autocrítica de su capitán, refrendada en público y en privado por el entrenador, la Academia fue un equipo muy distinto. Cuando iban 15 minutos de partido, Independiente todavía no había logrado dar un pase delante de la mitad de cancha, en territorio local. En parte, claro, por las propias limitaciones que mostró el Rojo. Pero sobre todo por la intensidad y la presión alta que propusieron los delanteros López y Gustavo Bou, a la que se sumaba Diego González.

En la mitad celeste y blanca de Avellaneda, a comienzo de temporada, había dudas de cómo llevaría Licha el legado de líder que heredó de Diego Milito. La respuesta llegó en el primer clásico que le tocó jugar con la cinta de capitán apretada en el bíceps izquierdo. Fue líder afuera de la cancha, con esas palabras en el momento justo, pero sobre todo adentro, con una actuación para el recuerdo. Fue el estandarte de un equipo hambriento, que salió con ganas de comerse al rival desde el vestuario, con el cuchillo entre los dientes.

Los antecedentes lo avalan

No es la primera vez que el delantero de 33 años brilla en un clásico. Sus números ante Independiente hablan. Lo enfrentó seis veces: tres triunfos (el de ayer, 3-1 en el Clausura 2004 y 3-1 en el Clausura 2005), dos empates 1 a 1 (Apertura 2003 y 2016) y una derrota (Apertura 2004). Con los dos de ayer, son cinco los gritos que lleva ante el rival de toda la vida. Su importancia en los clásicos no es algo que se limite únicamente a Avellaneda. Con Porto, ante Benfica, en el 2008, definió 2 a 0 un clásico con un doblete. Y en Lyon convirtió cuatro veces ante el Olympique de Marsella.

Cuando Racing asfixiaba a Independiente contra el arco del uruguayo Martín Campaña pero no lograba traducir ese dominio en el resultado, el delantero inventó un gol: pescó la pelota en tres cuartos de cancha, balanceó su cuerpo y sin dar ningún indicio sacó un zapatazo que se metió en el primer palo. Fue el tanto que abrió el partido, el que sirvió para que esas dudas con las que llegó Gabriel Milito al Cilindro quedaran expuestas.

A diferencia de lo que le había pasado a la Academia en otros partidos luego de ponerse en ventaja, esta vez no bajó la guardia. No se retrasó. Y en eso también tuvo que ver Lisandro: el 9, junto con Bou, fueron los primeros defensores de un equipo que presionó siempre a los centrales del Rojo y no lo dejó salir con comodidad. Se jugaba un partido especial el capitán de Racing. Así lo vivió él, que no paró de gesticular, ni de jugar, ni de correr durante los poco más de 75 minutos que estuvo en el campo. Tanto corrió el goleador que tuvo que ser reemplazado por Lautaro Martínez, porque había terminado con su gemelo izquierdo acalambrado por el esfuerzo.

Los futbolistas suelen decir luego de cada victoria que «aprovecharon los momentos», en una frase que puede sonar a lugar común. Ayer Licha demostró qué es eso de los momentos. Primero, con ese zapatazo que le dio la ventaja a Racing. Después, con la presión intensa ante Jorge Ortíz, a los 3 minutos del segundo tiempo, en el área visitante. El delantero robó la pelota y asistió a Bou, que dibujó una gran resolución. Fue la manera de definir el partido, impidiendo cualquier recuperación roja tras un pésimo primer tiempo. Quince minutos después, fabricó un penal que el árbitro Abal compró y él mismo definió.

Con el dedo en la sien, en su clásico festejo, se tiró sobre el césped del Cilindro de cara a la tribuna. Sonreía y agradecía al cielo. Acababa de sentenciar el clásico de Avellaneda y la fiesta estaba por comenzar. A sus íntimos, Lisandro suele repetirles que tiene un karma con Racing. Que la vuelta olímpica en celeste y blanco siempre lo esquiva. Echado sobre el pasto, comprobó que ese karma también tiene su lado opuesto: en los clásicos, se agranda. Y eso puede valer como un título.

Fuente: La Nación

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