Las tensiones latentes por la victoria en JXC

Fue tan persistente el “festejo” del Frente de Todos por la derrota que sufrió en las urnas el último 14 de noviembre que pasó inadvertido un hecho no menos curioso: la ausencia de una celebración más rotunda de la importante victoria lograda por Juntos por el Cambio en los principales distritos del país. Eso le resultó del todo funcional al oficialismo, que pudo desplegar su inefable campaña de “perdimos ganando” con mayor comodidad.

Son los efectos tóxicos de las PASO (que sirven exclusivamente para dirimir los liderazgos internos de un mismo espacio político), pero que sugieren inevitables lecturas equívocas de sus resultados, especialmente cuando llega la elección verdadera (solo entonces las distintas agrupaciones compiten entre sí) y logran pegar una buena remontada los que menos votos habían cosechado. Sucedió en la elección presidencial de 2019, cuando Mauricio Macri achicó distancias con Alberto Fernández, aunque no lo suficiente como para forzar una segunda vuelta. Y volvió a ocurrir ahora con el oficialismo, que dejó por el camino más de cinco millones de votos, en apenas dos años, aunque bajó la hemorragia de las PASO.

Apalancarse en las palabras sobre la fuerza evidente de los hechos tuvo su gran momento estelar en la semana que pasó cuando la vocera presidencial Gabriela Cerruti dijo que las reservas del Banco Central están “robustas”, justo tras anunciarse el cepo al turismo en cuotas. “Incorregibles”, ya lo decía Borges.

Jesús Rodríguez, vicepresidente de la Fundación Alem, dio a conocer un documento de innegable coloratura radical, en el que afirma que “JxC obtiene, con una recurrente representación de alrededor del 40% del registro electoral, su tercer triunfo y se convierte en un decisivo estabilizador del sistema político”, al no fragmentarse la oposición, con las consecuencias negativas que se observan, por ejemplo, en Chile y Perú. Y acuña un rótulo bien interesante que puede ser una de las claves de la derrota oficialista: “bicoalicionismo imperfecto”, que alude a que en el FDT no hay una real coalición con otras ideologías (como sucedió, por ejemplo, con el Frejuli, en 1973). En efecto, son solo hermanos y primitos de una misma familia (la peronista), en tanto que en JxC la alianza sí es genuina entre tres partidos bien contrastados (Pro, UCR y CC) que conviven con sus diferencias, algo que debería ser mejor apreciado, si no fuera porque la “cultura peronista”, con más de 75 años de vigencia de férrea verticalidad, pretende convertir su uniformidad (que tampoco es tal) en panacea.

Para Rodríguez, el oficialismo es solo una fracción que se erige como un todo y el que está afuera es el enemigo, la antipatria. JxC, con su diversidad interna y aun con sus muchas asignaturas pendientes, asume que ya un solo partido no alcanza para representar a una sociedad con intereses tan diversos y conflictivos. Por eso, se justifica una coalición, pero genuina, con pensamientos distintos, que obligan a una organización más horizontal y a una conducción menos centralizada, con fricciones inevitables.

María Eugenia Vidal no quiso ser candidata en la provincia de Buenos Aires (como aconsejaba el fundador del espacio, el expresidente Mauricio Macri) y su socio político, Horacio Rodríguez Larreta, la cobijó en su distrito.

“Vos tenés techo y María Eugenia garantiza el 60%”, le dijo en su momento el jefe del gobierno porteño a Patricia Bullrich al fundamentarle por qué quería a Vidal encabezando la lista de diputados de CABA. El 47% que finalmente arañó la exgobernadora cuando se abrieron las urnas tuvo gusto a poco medido contra aquella expectativa. Pero los resultados podrían haber sido todavía más mustios si Ricardo López Murphy (que retuvo votos del electorado más liberal) no hubiese estado bajo el paraguas de JxC, una incorporación que los “moderados” tardaron en asimilar. ¿Y si acaso en la provincia de Buenos Aires hubiese avanzado la idea, que después se desechó, de armar un gran frente opositor, incluido José Luis Espert, el triunfo de JxC no habría sido más contundente?

Los resultados, así como se dieron para JxC, aun siendo positivos, pero menores que los esperados en el área metropolitana y muy superiores a nivel nacional, ponen en cuestión liderazgos que se quieren imponer solo a fuerza de aparatos poderosos (por algo decía Perón que “todos somos peronistas”).

En la noche de la victoria opaca, y en las semanas que transcurrieron desde entonces, esa tensión sigue latente, pero deberá resolverse sin que la sangre llegue al río. El peor negocio, que alienta con todas sus fuerzas el oficialismo, es apostar al cisma de JxC.

Tarde o temprano, estrategias que hasta hace poco sonaban indiscutibles, y no dieron los resultados esperados, tendrán que ser revisadas.

Pablo Sirvén

Fuente: La Nación

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