Tanto en el tablero político como en el terreno económico, el volantazo decisivo y salvador, con su carácter osado y repentino por definición, queda elevado a la enésima potencia de categoría política en la experiencia libertaria de gobierno. La segunda mitad del mandato de Javier Milei encuentra en el volantazo una mecánica para la toma de decisiones. Mucho más que en otros momentos críticos y claves de la Argentina, la política modelo Milei de los últimos meses se viene jugando día por día, hora por hora, incluso. Quedó claro con el “habemus ministro del Interior” que tuiteó Javier Milei a modo de anuncio presidencial el domingo: le bastó un posteo con un nombre inesperado para romper todas las expectativas posteriores a la renuncia de Guillermo Francos.
Ya antes, hace 40 días, la decisión repentina y desconcertante como modalidad de gestión había encontrado su arquetipo cuando Scott Bessent lanzó, preciso y a la hora señalada, el salvavidas necesario para rescatar a la economía mileísta, a punto de quedarse sin oxígeno cambiario en plena campaña electoral.
Un modo mileísta de gestión presidencial que se consolida. Milei, el outsider, compensa la inexperiencia en el tuteo político y en la gestión de la cosa pública con prepotencia de visión y voluntad férrea para desandar tabúes del hacer político y mover fichas impensadas cuando nadie lo espera y la coyuntura urge. Milei se resiste a parecerse al hombre de Estado previsible; busca, en cambio, que el poder se parezca a él. Aun cuando se pone la skin de hombre de Estado, produce hechos políticos que desmienten esa sobriedad y parsimonia. Desde fines de septiembre le viene saliendo bien. El problema es que también le puede salir mal.
De Francos a Santilli
Aquel anuncio de Bessent, fruto de la relación Milei-Trump, cambió la historia de las elecciones de medio término, del Gobierno, y hay muchas chances de que haya alterado definitivamente el rumbo de la Argentina. Sin ese paso osado, el Gobierno habría entrado en una crisis dificilísima y en un domingo electoral de más incertidumbre todavía.
Y este domingo, con la decisión de ungir a Diego Santilli y comunicarla de modo corto y directo en un solo tuit, Milei hizo varias cosas. Justo cuando la pax poselectoral empezaba a flaquear, alineó la narrativa detrás de un anuncio clave. El affaire Francos generó una incertidumbre innecesaria que empezaba a limpiar demasiado tempranamente la percepción de renovación, orden y autoridad recuperada luego del triunfo. Cuando parecía que volvía la incertidumbre de la mano de su desmanejo político, en este caso, en la reestructuración del gabinete, Milei cambió el clima con un manotazo: el domingo, lo nombró a Santilli.
Hay que volver a esta semana que pasó: siete días críticos para el gobierno de Milei, con tres pruebas de fuego centrales. La primera, la prueba de fuego electoral, de la que el Gobierno salió ganador en una escala impensada: en ese caso, fue la ciudadanía la que jugó la carta inesperada de darle, incluso, el triunfo bonaerense.
Las otras dos pruebas de fuego que afronta Milei están vivitas y coleando, y no se allanan de un día para el otro: le tomarán la segunda mitad de su mandato. Una es el desafío de la política, con las internas en el Gobierno, por un lado, y, por el otro, el vínculo con los opositores, gobernadores y el Congreso. La otra, la relación con la macro y los mercados y la propia interna que se libra entre los actores de la economía: dejar que el dólar flote libremente o mantenerlo a raya dadas las tendencias bimonetarias de la Argentina.
Que el triunfo electoral contundente no opaque las dificultades autoinfligidas. Durante 2025, el equipo económico enfrentó errores que derivaron en una corrida cambiaria. Economistas racionales y argentinos que conocen los mercados tanto como Luis Caputo, y que ven con optimismo la visión económica del Gobierno, son contundentes: el riesgo kuka no lo explica todo; hubo errores propios. “Capricho ideologizado”, dicen sobre la concepción en torno a la tasa de referencia y el rol del Banco Central. “Toto siendo Toto”, en relación con la decisión de no acumular reservas, derivada de una autoconfianza excesiva según algunos críticos amigables de Milei.
El apoyo inédito e histórico del par Trump-Bessent, que fue necesario para sostener al Gobierno, es una medida de la escala de las dificultades atravesadas. Las rondas de los mercados lo corrieron de atrás al Gobierno durante casi dos meses. Y en política, el Gobierno fue derrotado en dieciocho rondas legislativas consecutivas durante todo 2025.
La política y la estrategia
El consenso es la mayor prueba de fuego política. Es una exigencia extrínseca, tanto de Donald Trump y el FMI, como inherente a los objetivos políticos: de los acuerdos con los gobernadores a los votos necesarios en el Congreso. La madurez política de la gestión libertaria no puede escapar al salto cualitativo hacia la negociación política y el consenso estratégico para pasar el presupuesto 2026 y las reformas clave y cumplir con la segunda parte del mandato con el que llegó: ya cumplió con el reordenamiento fiscal y el ajuste, que el voto convalidó a pesar de todos; ahora le toca cumplir con el crecimiento, nada menos.
Cruzar la orilla que lleva al consenso es una tarea complejísima para el Gobierno. En principio, para Milei, hay un equilibrio muy delicado entre consensuar y traicionarse. El temperamento político de Milei se juega con mayor naturalidad por otros carriles: la confrontación. Sin embargo, ya desde 2023 encontró una lógica productiva para construir alianzas cuando las circunstancias lo exigen: primero con Massa para las PASO, luego con Macri y Bullrich para el balotaje. Eso que fue dejando de lado en 2025 vuelve ahora a escena: la política como juego de estrategia, una pelea con el cuchillo entre los dientes por recursos escasos, todo en pos de cumplir con el objetivo final que es desplazar al adversario y su visión del mundo al borde del tablero, o dejarlo directamente fuera de juego.
Como outsider de la política, Milei llegó con nada, cero de los recursos típicos de un candidato presidencial: estructura partidaria consolidada, territorio y un legado ideológico.
Llegó solo con la disposición de querer ganar y de desplegar las tácticas necesarias para cumplir con el objetivo. Sin historia en la política, sin lealtades partidarias y sin el corset de una tradición ideológica pesada, Milei posee una flexibilidad propia del que tiene todo para ganar y nada para perder. La plasticidad y flexibilidad de la coreografía política de Milei de esta semana que pasó contrastan con el empecinamiento confrontativo de todo 2025.
Lecciones del affaire Francos
Por eso, el affaire Francos y el modo de su resolución son sintomáticos de la nueva etapa que se abre para el Gobierno. Con frialdad y pragmatismo, Milei dejó en el camino a un hombre clave de su llegada al poder. En la suerte corrida por Francos juegan varios factores. Por un lado, quien sirve para llegar al poder no necesariamente tiene un rol en la consolidación de una gestión. Francos fue el sherpa de Milei mientras Milei era el outsider a punto de alcanzar una cumbre desconocida. Hizo un trabajo de amistad política con gobernadores, legisladores, incluso con la sociedad y mucho con el periodismo que rescató siempre su talante político. Pero la falta de gobernabilidad política de 2025 lo expuso a la crítica. El consenso implica diálogo y objetivos alcanzados: si el consenso se reduce a buenos modales políticos sin efectividades conducentes, por ejemplo, votos en el Congreso, el balance da negativo.
Con Santilli, Milei jugó con astucia. Santilli es, todavía, hombre de Pro; llega con poder propio, los votos bonaerenses; con una gimnasia política de los que se la juegan en pos del poder, del peronismo, luego al macrismo y al mileísmo; y un tono político razonable, que escasea en La Libertad Avanza. Con esa designación, Milei respondió a las críticas generales que temieron un desvío del camino del consenso, y a una crítica puntual, la de Macri, que lamentó la partida de “la capacidad y el equilibrio de Francos”.
Macri está frente a un problema de difícil solución: una contradicción entre su falta de proyecto de poder, delegado en el proyecto mileísta, y un proyecto de país que coincide con el mapa mileísta en lo económico que, aunque suma otros hitos de calidad institucional y tono político, está dispuesto a delegar mientras se cumple la urgencia de la macro. Mientras delega el poder, Macri se vacía de capacidad para ponerle condiciones al Gobierno. La hora de la necesidad electoral ya pasó: con el triunfo rotundo de Milei, Macri vuelve a ver el carruaje de la posibilidad de influencia en la gestión convertido en calabaza.
Para Milei y su círculo de confianza, el problema es otro: que la lógica del volantazo no logre realinear el rumbo y que los problemas que surgen en el ejercicio de un poder político complejo, en circunstancias que siguen siendo delicadas, no puedan ser compensados con la audacia y el pragmatismo de último momento.
Por Luciana Vázquez
Fuente: La Nación

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