Milei, ante el desafío de pasar del punk al pop

Schopenhauer, que era acaso el filósofo preferido de Borges, creía que la personalidad del hombre determinaba por anticipado la medida de su posible fortuna. La personalidad de Javier Milei fue la razón fundamental por la que capturó la atención y el voto de una mayoría social hace casi dos años. Había en el aire frustración y bronca y un consecuente mandato punk, y aquel frondoso rockero libertario –roto y furibundo– sintonizaba naturalmente con esa música agresiva.

Para darle la razón a Schopenhauer: cualquiera con una cierta experiencia de vida podía percibir que ese mismo temperamento, más allá incluso de las circunstancias operativas, podía transformarse con el tiempo en un gran problema. También se divisaban desde el principio sus escasos conocimientos prácticos en el manejo real de la macroeconomía y su inconsistencia en materia política, que por entonces era muy celebrada. Veinte meses después, en medio de una fuerte crisis cambiaria y un estancamiento de la producción y el consumo; luego de haberles declarado la guerra hasta a sus propios socios y aliados, haber perdido la gobernabilidad parlamentaria por ineptitud táctica y por soberbia, haber recibido una paliza electoral en el principal distrito de la Argentina y con un equipo que acusa sospechas de corrupción, su esperpéntico show del Movistar Arena dio la vuelta al país y al mundo, puso la piel de gallina a los sensatos y volvió a colocar sobre el tapete sus indigencias y su inquietante psicología. Y no solo por lo que se cifra en ese “concierto” hilarante, sino porque será necesario –luego de las elecciones de medio término– que ese mismo cantante desaforado modifique sus conductas y cambie de género musical con urgencia si desea sobrevivir. Las cosas se han movido en el subsuelo de la patria y, según revelan distintos sondeos, ya el mandato popular no es punk sino pop: lo que antes hacía gracia hoy provoca espanto o irritación; encarnar la venganza contra la “casta” tiene ya poco efecto; la filosa motosierra ahora mete miedo (habrá que enfundarla y sacar agujas para tejer redes de contención política, productiva y social) y la calle está muy dura: “No doy más, comprar duele”, susurra la gente en los estudios cualitativos de Guillermo Oliveto. Es por todo eso que Milei se verá obligado más temprano que tarde a elegir entre ser estadista y transformarse en un león herbívoro, o seguir su carrera mundial de colérico influencer de La Nueva Derecha, a riesgo de quedarse sin el pan y sin la torta. Porque su soñada gira mágica y misteriosa, sus performances rugientes con los que imagina vivir una vez se retire de la Casa Rosada, dependen menos de sus camperas y repertorios que de la prueba verificable y sostenible de su éxito. Y su éxito está siendo seriamente cuestionado: Milei es, por el momento, un ídolo derechista con pies de barro a la vista de todo el planeta; tan debilitado por sus errores de acción, omisión y mal cálculo que necesita un descomunal socorro del mismísimo Tesoro de los Estados Unidos, asunto que no puede considerarse un “logro local” sino todo lo contrario: es una ambulancia y una medicina extrema para un paciente en situación de alto riesgo.


Milei se verá obligado más temprano que tarde a elegir entre ser estadista y transformarse en un león herbívoro, o seguir su carrera mundial de colérico <i>influencer</i> de La Nueva Derecha, a riesgo de quedarse sin el pan y sin la torta


La magnitud de esta metamorfosis política que se avecina, y que le exigirá al libertario doblegarse a sí mismo, está presente incluso en el diagnóstico que traza su intelectual de cabecera: la derrota electoral bonaerense fue producto de una fallida nacionalización y desató un dominó letal que hizo más daño a la economía, pero está en marcha un proceso de autocrítica –sugirió el director de la Fundación Faro-. Hubo yerros en estrategia política y armado electoral, y también en ponerse a competir con los gobernadores más amigables; a lo que se suman torpezas como enredarse vanamente en el tema discapacidad, donde hay vivillos, pero también verdadero sufrimiento humano. “Las ideas libertarias pueden muy bien contemplar un Estado activo en torno a la ética de la emergencia”, completó Agustín Laje, ofreciendo una teoría y proponiendo ser realistas, no dar todas las batallas juntas, aliarse en esta fase histórica con “sectores que no son idénticos”, ofrecerles lugares a los aliados y conquistar al tercio social de los llamados sectores blandos, aquellos que basculan entre una y otra trincheras de la polarización, y por eso definen las elecciones.


El Gobierno se juega todo en esas aguas procelosas y en estos últimos días calientes


El politólogo Pablo Knopoff asevera, respecto de este último punto, que Isonomía tiene detectado un océano de votantes al que denomina el “siperismo”. “Antes la Argentina parecía enteramente dicotómica: había dos lugares, el sí y el no, y el Gobierno gestionaba con eficacia ese dilema –explica–. En los últimos tiempos comenzaron a aparecer los que compraron el rumbo (menos inflación, equilibrio fiscal, más inversión y orden), y que sin embargo, plantean matices cada vez más importantes. Muchos de ellos se abstuvieron en los últimos comicios. Aunque aparece como un fenómeno policlasista, digamos que principalmente se trata de gente de la clase media más perjudicada: al final me ajustaron solamente a mí”. Habían votado a Milei y ahora dicen “sí, pero”. Esta multitud de “siperistas” quizá relativizarían los casos $LibraSpagnuolo y Espert, y hasta tragarían los recortes a jubilados y universidades públicas, si la economía no les quemara los pies. Pero las llamas les llegan hasta la cintura, y entonces ven cada uno de esos temas con mirada hiperrealista e indignada, y no perdonan. Este segmento, pivote crucial, está en sus casas, observando críticamente la evolución de los acontecimientos: no olvidó los estragos kirchneristas y quizá a último momento haga de tripas corazón y salga a votar contra Fuerza Patria. O vuelva a quedarse y se abstenga, o reparta fichas testimoniales a favor de los otros partidos en la gran mesa de la dispersión. Dependerá, en buena parte, de si el oficialismo es capaz de ir apagándoles los “peros” a los “siperistas”. Un aliciente podría ser: votemos a los “violetas” porque si no lo hacemos esto vuela por el aire y podemos sufrir más. Pensamiento íntimo que compite con otro más derrotista: ya no tengo nada que perder. El Gobierno se juega todo en esas aguas procelosas y en estos últimos días calientes. Pase lo que pase el domingo 26 de octubre, la fortuna ulterior de Javier Milei dependerá de que sea capaz de aplacar a esa fiera bruscamente vetusta y que sepa cantarnos algunas canciones tiernas.

Por Jorge Fernández Díaz

Fuente: La Nación

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