Cronología de la innovación. De los bancos y el petróleo al mundo digital, del software a la biología

Con miles de selfies con admiradores, charlas multitudinarias y un recorrido vertiginoso y mediático, Vitalik Buterin, uno de los creadores de Ethereum, la segunda criptomoneda más valiosa del mundo, recorrió semanas atrás Buenos Aires como una estrella de rock. Pero cuando le preguntaron a la criptocelebridad qué cambios lo entusiasman más para el futuro, Vitalik no aludió a los proyectos con blockchain o de descentralización: “Creo que en los próximos 70 años vamos a ver tanta evolución en biotecnología como en los últimos 70 vimos en la computación. Me pregunto cómo será el equivalente en este campo a una evolución entre la Eniac (la primera computadora) y el último iPhone”, sostuvo.

No es el único inversor o emprendedor que piensa esto. Marc Andreessen, tecnólogo de la Costa Oeste de los Estados Unidos, en 2011 formuló un famoso vaticinio: “El software se está comiendo el mundo”. Por ese entonces, las empresas más valiosas del mundo eran bancos, petroleras o firmas de infraestructura: diez años después fueron reemplazadas por compañías del mundo digital. El fondo de Andreessen ahora proclama que “la biología se come al mundo”, y que 2020-2030 será la gran década de este sector.

En su visita a la Argentina, Vitalik Buterin dijo que en los próximos 70 años vamos a ver tanta evolución en biotecnología como en los últimos 70 vimos en la computación
En su visita a la Argentina, Vitalik Buterin dijo que en los próximos 70 años vamos a ver tanta evolución en biotecnología como en los últimos 70 vimos en la computaciónShutterstock – Shutterstock

Durante la pandemia, las historias de innovación más impactantes tuvieron que ver con la salud: las vacunas creadas en tiempo récord o la tecnología disruptiva del ARN mensajero, detrás de las vacunas de Pfizer y Moderna. Pero las denominadas “ciencias de la vida” involucran un territorio mucho más amplio que el de la salud, y abarcan alimentos, energía, infraestructura e iniciativas para moderar o revertir el cambio climático, entre otros. En ese sentido, son lo que en la literatura de innovación se conocen como “tecnologías de propósito general” que impactan en todos los sectores de la economía (la electricidad o el motor de combustión interna en el pasado, la inteligencia artificial (IA), Internet, la descentralización o la computación cuántica en el presente y futuro).

De hecho, uno de los hitos más importantes del último año de la inteligencia artificial tuvo que ver con las “ciencias de la vida”un proyecto de DeepMind, empresa del grupo Google, logró derrotar con IA a los mejores biólogos del mundo en un concurso de predicción de estructura de proteínas.

La buena noticia para la Argentina es que se trata de un sector menos dependiente de capital (que la IA o quantum) y más dependiente de buenos investigadores, donde el país tiene una tradición estelar (récord de premios Nobel en la región), presente y futuro. El caso de Raquel Chan es representativo de este vasto océano de talento. Según datos oficiales, hay unas 220 empresas de biotecnología en el país, pero probablemente el número se quede corto porque hay start ups pequeñas fuera del radar.

Raquel Chan
Raquel ChanManuel Cascallar

El otro gran motivo para prestarle atención a esta agenda es que se trata de disrupciones que pueden impactar de lleno en la matriz productiva de la Argentina, muy volcada a recursos naturales, especialmente de agroindustria. ¿Cuánto tiempo falta para que “cualquier cosa pueda crecer en cualquier lado” (soja en el Sahara o en el Artico, por ejemplo)? “Analizamos varios proyectos para cultivar en el Sahara y los números son sorprendentemente buenos”, dice a LA NACION Alexis Caporale, del World Fund, el fondo de inversión en clima más grande del mundo. A nivel científico, el horizonte puede estar a menos de tres años: luego, que sea rentable y escale puede llevar varios años o décadas. Pero para una economía que hoy depende de forma dramática del valor de la soja a 500 dólares, es una historia que vale la pena seguir de cerca.

Sebastián Campanario

Fuente: La Nación

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