Milei y el teorema de Baglini

De producirse el acceso de Javier Milei a la presidencia de la Nación, estaríamos frente a un fenómeno verdaderamente atípico en la práctica de la democracia. Sería fruto de un triunfo logrado a través de la vía eleccionaria por una persona, más que por un partido o una coalición de fuerzas políticas.

Si Milei abandonara por algún motivo la carrera hacia el 22 de octubre, nadie de La Libertad Avanza (LLA) heredaría su caudal electoral. En las elecciones provinciales en las que participó algún candidato formalmente apoyado por Milei, los resultados distaron enormemente del apoyo que recogió el 13 de agosto como postulante presidencial. El análisis sociológico y demográfico del soporte de Milei en las PASO muestra claramente que la mayor parte de sus votantes fueron atraídos por su planteo antisistema más que por su propuesta doctrinaria. Su ataque a “la casta”, su efusión y su llamativo estilo encontraron una ciudadanía con una extendida condena a los políticos y el deseo de algo distinto. Esto movió el voto de amplios segmentos transversales de la sociedad, incluso de sectores humildes que tradicionalmente apoyaban al peronismo.

El programa de gobierno de Milei ha sido hasta hoy una exposición de postulados liberales que no fueron sometidos a una traducción en políticas públicas aplicables sobre una compleja realidad. Cualquier programa de gobierno que deba aplicarse desde el muy cercano 10 de diciembre requerirá mucho más que los postulados de la escuela austríaca, aunque estos sean correctos. Estamos frente al llamado “teorema de Baglini”, según el cual el discurso y las propuestas de los políticos se moderan y se hacen más realistas a medida que se acercan al ejercicio concreto del poder. De hecho, varios de los postulados iniciales surgidos del ideario de la perfección se debieron modificar por haberse comprobado la imposibilidad de tomar atajos irrealizables en el contexto de la situación de partida. Tal es el caso de la dolarización y de la supresión del Banco Central, anunciados oportunamente sin que hubiera habido antes un tratamiento y maduración del tema dentro del propio equipo de economistas convocado. Fue así como surgieron declaraciones contradictorias de Carlos Rodríguez y Roque Fernández. Hasta hoy, no hay claridad sobre esas dos cuestiones. Tampoco hay una elaboración debidamente tratada sobre política exterior. El candidato ha expresado que su eje será la relación con Estados Unidos e Israel. Nada hay que objetar a esta preferencia, pero no atiende la construcción de una política exterior integral frente a un mundo diverso ante al cual la Argentina interactúa comercial y políticamente. Ese principismo sin la previa y debida discusión interna da lugar a expresiones individuales, como lo fue la declaración de Diana Mondino, reconocida economista postulada para la cancillería, acerca de respetar el deseo de los habitantes de las Malvinas. Desde hace décadas la posición de nuestro país ha sido invariablemente respetar sus intereses, pero no sus deseos. La diferencia es sustancial en el campo diplomático.

Similar situación se observa en otras cuestiones que no parecen haber pasado por el tamiz de una discusión interdisciplinaria. Las ventajas económicas y sociales del funcionamiento de los mercados sin interferencias no debieran llevar a postular, por ejemplo, el comercio de órganos humanos. Una afirmación de este tipo no se hubiera producido en una organización política más madura. Esa falta de madurez se evidencia también en la carencia de un coaching apropiado que pueda inducir al candidato a no proferir insultos y agravios personales ante opiniones divergentes. No se sabe si esto le agrega o le quita atractivo electoral, pero lo cierto es que incorpora murallas frente a miembros de otras fuerzas políticas ideológicamente cercanas, cuyo apoyo futuro necesitará, si llega al gobierno, para sancionar las leyes que exigen las reformas propuestas. En este mismo orden, las descalificaciones proferidas por Milei al papa Francisco, más allá de las discrepancias que pueda razonablemente tener, muestran que en su entorno no hay elementos de contención necesarios para quien puede llegar a ser presidente de la Nación.

El teorema de Baglini pone urgencia a las tareas preparatorias de los candidatos que tienen probabilidad de ser elegidos. Es evidente que encontrarán una gravísima situación económica y social. No habrá tiempo de aprendizaje ni de gobernar siguiendo el método de ensayo y error. En caso de que no se haya trabajado en programas concretos por tratarse de una construcción política nueva y carente de experiencia de gobierno, como lo es LLA, es recomendable adoptar propuestas bien elaboradas por terceros que sean coherentes con el marco doctrinario del candidato. Es justamente el caso del programa de salud presentado por LLA. Debiera seguir este mismo proceder apoyándose en propuestas ya existentes de mayor integralidad y realismo elaboradas por organizaciones reconocidas en el espacio de las ideas afines a la economía de mercado y a la democracia liberal. Nuestro país no puede ni debe sufrir otro fracaso.

Fuente: La Nación

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