La novela que Carlos Fuentes tardó 20 años en escribir

BARCELONA.- «Hay hombres a los que recuerdas aunque nunca los hayas visto», reza la primera frase del manuscrito. Y a quien no vio jamás Carlos Fuentes, más que en la prensa, fue a Carlos Pizarro Leongómez, popularmente conocido como el «Comandante Papito», por su atractivo y éxito con las mujeres. El máximo dirigente y fundador del movimiento guerrillero colombiano M-19, que, adelantado a su tiempo, trocó las armas por las urnas.

De hecho, cuando fue asesinado a balazos por un sicario el 26 de abril de 1990, en un vuelo de cabotaje Bogotá-Barranquilla, Carlos Pizarro era candidato a la presidencia de su país por la coalición de centroizquierda Alianza Democrática M-19. Tenía sólo 38 años. El sicario, menos aún, 21. Se llamaba Gerardo Gutiérrez. Ajusticiado en el acto, en pleno vuelo, por los guardaespaldas del ex guerrillero, en su zapato se encontró una nota en la que reclamaba el pago de 2000 dólares a su madre por el trabajo cumplido. A quién sigue siendo hoy un enigma, si al narcotráfico, a grupos paramilitares o a oscuros actores políticos en las sombras que sacaban partido de la violencia.

Más de dos décadas y media después, aquel abortado proceso de paz en Colombia todavía no se ha resuelto, aunque ya parece encontrarse en su recta final, con la posible firma en los próximos meses de un acuerdo con las guerrillas de las FARC. Y quien jamás olvidó a aquel hombre que nunca había visto fue Carlos Fuentes, porque dedicó sus últimos veinte años de vida a escribir y reescribir -ensayando todas las formas posibles, desde la crónica y la novela sin ficción hasta la biografía novelada- su historia. A tal punto que el premio Cervantes 1987 trabajaba la enésima versión del manuscrito cuando lo sorprendió la muerte, el 15 de mayo de 2012.

Se trata de Aquiles o El guerrillero y el asesino, la novela póstuma del mexicano, que llegará en agosto a las librerías argentinas publicada de manera conjunta por Alfaguara y Fondo de Cultura Económica, con edición a cargo del académico peruano Julio Ortega. Y las razones de dicha dilación exceden las dificultades formales con las que se topó el autor de La región más transparente (1958) para contar la vida de Carlos Pizarro.

Más bien tienen que ver con el postergado desenlace de la historia que la convulsa realidad colombiana reescribía cada día, al igual que el escritor, desde los titulares de los periódicos. «La actualidad me gana. Es lo malo de escribir una novela sobre una situación política real», decía autor, según recordó su viuda, la periodista Silvia Lemus, en el cuarto aniversario de su muerte. En todo caso, ese pulso mano a mano con la actualidad parecía superado con el proceso de paz iniciado por las FARC y el escritor se aprestaba a poner un punto un punto final a su postergada novela cuando lo puso la muerte en su lugar.

Esfuerzos ganados

Inconclusa o no, la novela póstuma, a cuyas pruebas de imprenta tuvo acceso LA NACION, revela una obra largamente meditada y en absoluto menor, a la altura de las mejores novelas del mexicano, pese a su brevedad (poco menos de 200 páginas). Si Fuentes jamás vio a Carlos Pizarro en la vida real, sí lo hace en la ficción. La historia comienza con el narrador ubicado en el mismo vuelo de Avianca en el que se cometió el asesinato. Un narrador que si bien no es el Fuentes de carne y hueso que entrevistó a la madre y los hermanos y colegas de armas del guerrillero, sí fue director de la Revista Mexicana de Literatura, amigo de Gabo, Álvaro Mutis o Botero y se le parece mucho.

La identificación de Pizarro con el héroe homérico es completa e incluso extensiva a sus compañeros de guerrilla (Ospina es Cástor; Batemán, Diomedes, y así), al extremo de proponerse explícitamente el narrador cantar la cólera del Aquiles colombiano. Lo cierto es que el recurso también le sirve a Fuentes para mantener cierta distancia que la empatía generada por el carismático líder guerrillero y la identificación con los ideales revolucionarios dinamitan continuamente. Al respecto resulta significativo el flagrante silencio con el que pasa por alto el narrador los episodios más controvertidos de la vida de Pizarro, como la cruenta toma del Palacio de Justicia en 1985, que se saldó con un centenar de muertes.

Como sea, el autor de Terra nostra (1975) sortea con pericia el panegírico o la ingenua épica revolucionaria, para trascender el marco colombiano y plantear un complejo retrato de la violencia latinoamericana. Un retrato que reflexiona sin demagogia tanto sobre la legitimidad de ciertas reivindicaciones armadas como sobre la irrupción del violento negocio de la droga, el desmantelamiento del tejido social y las posibilidades concretas de la vía democrática en buena parte del subcontinente.

Si bien Fuentes llegó a leer el capítulo introductorio de Aquiles o El guerrillero y el asesino en el Festival Internacional de Roma en 2004 e incluso se atrevió a leer otro fragmento del cuerpo de la obra en la FIL de Guadalajara de 2007, al morir, en 2012, la novela no estaba acabada ni mucho menos. Ni siquiera el último manuscrito integrador de las diferentes versiones anteriores iniciado en 2008. Sobre esa base mecanografiada sólo en sus 70 páginas iniciales, el crítico y académico Julio Ortega compuso la versión presentada ahora siguiendo las indicaciones manuscritas del propio Fuentes sobre dónde y cómo introducir fragmentos de anteriores versiones en la definitiva. Por supuesto, el académico debió tomar muchas decisiones en el proceso, de las que da cuenta y razones en un exhaustivo estudio preliminar.

Si estaría o no conforme con el resultado final el autor de La muerte de Artemio Cruz (1962), es una cuestión que hoy resulta ociosa e imposible de resolver. Pero de lo que no cabe duda es de que el esfuerzo de Ortega bien valió la pena.

Fuente: La Nación

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