Patricio Pron y los fragmentos de una familia

Una mujer, Olivia Byrne, joven actriz, está por perder el control de su automóvil en una ciudad de Inglaterra. Poco antes había roto en llanto ante un repentino recuerdo, un llanto que –como el de su padre, Edward Byrne– expresaba “un abandono sin conexión con el mundo exterior, como el de quien va morirse o perder el juicio; un llanto que no puede ser consolado por nada ni por nadie pero que tampoco aspira al consuelo”.

Con un arranque que se mantiene en suspenso magistralmente –el del auto en su inminente caída–, el escritor rosarino Patricio Pron lanza una granada que estalla a medida que su última novela, La naturaleza secreta de las cosas de este mundo (Anagrama), avanza sobre los personajes.

Pero nunca es un estallido violento, de esos que tiran abajo un muro. Si en su anterior novela Mañana tendremos otros nombres (2019), con la que ganó el Premio Alfaguara, había sido la de una pareja y su ruptura, aquí las cosas de este mundo, su naturaleza secreta, carecen de orden y de sentido excepto en la expresión de un dolor que “todos sentimos y llevamos dentro, con nosotros, algo que nos aleja de los demás, algo que distingue el presente de la intensidad con la que el pasado asalta”.https://722bf24b3e765860966b56e67e84abf2.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Implosión más que explosión. Necesitamos la ficción para convencernos de que las cosas pueden ser distintas de como son, apunta en la novela. Necesitamos la ficción para continuar creyendo que existe algún tipo de diferencia entre lo que hacemos y lo que –aparentemente “sólo”– imaginamos y “porque, en nuestro deseo de comprender la naturaleza secreta de las cosas de este mundo, sentimos una necesidad irreprimible de consuelo”.

Con esos pasajes de lucidez e interrogación, de ambigüedad y nostalgia, la novela se mete en el gran abanico emocional de una familia, en Inglaterra –tan cercana que pareciera una ciudad latinoamericana–, narrada en dos tiempos: el de Olivia, la hija, y el de Edward, el padre que desaparece un día sin aviso.

“Pero Edward no tiene ninguna ficción para Olivia, ningún deseo de engañarla”, escribe Pron. Olivia y Edward: un ejercicio de doblez, de entrar en sus mundos, de entender sus versiones despojados de prejuicios.

Retrato de la huida familiar, con una escritura de largo talante narrativo, que se agarra de las formas del ensayo cuando lo necesita, en la tradición borgeana y en líneas semejantes de un Alan Pauls o Rodrigo Fresán, el escritor rosarino residente en Madrid sumerge la novela en una envolvente incertidumbre: no podemos saber ni siquiera quiénes son las personas más próximas a nosotros, algo que es un espejo para la propia vida. ¿Cuál es nuestra identidad, de qué esta nutrida?

El padre, artista visual, desaparece pero no muere, simplemente se inventa una nueva vida que lo llevará por hoteles, casas rodantes y trabajos precarios. Allí conoce nuevas personas, hace pequeñas comunidades, siempre en el placer del anonimato. Un hombre sin papeles, un hombre sin pasado.Mirá también

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Con la desaparición surge el fantasma y cada pequeño acontecimiento se duplica. El hotel como una ficción de hogar. El arte. El malentendido no sólo como la relación principal entre un artista y el público sino la manera más habitual de comunicación entre las personas. El odio a sí mismo, que se disimula proyectado en los otros, o la escritura, que es parte de una compulsión sin motivo.Última novela de Patricio Pron, en Anagrama.Última novela de Patricio Pron, en Anagrama.

Una guerra ocurre en medio de la novela familiar: la destrucción acecha. El terror no puede ser combatido, y mucho menos eliminado: sencillamente es reemplazado por otro, más perturbador, cuando ha transcurrido la suficiente cantidad de tiempo. El daño que creamos, aunque sin intención, se expande tanto como la falta –y el apetito– de amor. Los personajes cuentan historias a otros pero también cuenta su propia historia para tratar de entenderla.

Uno de los momentos extraordinarios de la novela es cuando aparece la voz de una policía que investiga el caso de su padre. Una persona desaparece y es muy difícil encontrarla en una ciudad donde rara vez uno se tropieza con alguien dos veces a lo largo de tu vida, dice la investigadora. ¿Qué es lo verosímil de una existencia? A veces se procura comprender a alguien y sólo se descubren cosas que nadie quisiera saber. Las versiones, los datos, los informes, los relatos, intentan responder preguntas, pero por lo general arrojan más de las que responden.El autor de visita, en un paseo por el Mercado de Dorrego, a fines de 2023.El autor de visita, en un paseo por el Mercado de Dorrego, a fines de 2023.

Pron no condena a sus personajes, los acompaña en sus derivas y vacilaciones. Y el arte aparece naufragando en un mar de algoritmos acechado por alguna inteligencia artificial, el valor de una obra marcado por un mercado voraz, el artista deambulando en la repetición y no en la creación. “Demasiadas personas haciendo lo mismo, y por lo general con las mismas herramientas”, escribe Pron.

Es ésta una novela sobre el arte de la fuga, no como evasión sino como la posibilidad de experimentar una agradable clausura voluntaria, de habilitar una forma de la dispersión.https://722bf24b3e765860966b56e67e84abf2.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Una novela, también, sobre el carácter intrínseco del dolor: su misterio, su condición inefable. Y los padres como los verdaderos niños ferales: animales nocturnos a plena luz del día. Animales tan frágiles como el padre que rompe con su propio mandato, porque el relato familiar implica un afán de reconocimiento pero también puede convertirse en un oasis de hastío.

Y un final sin fin, en el que más que un eterno retorno es un permanente comienzo, en la que incluye un epílogo, a la manera de Juan José Becerra en Amor (Planeta), aunque sin su ánimo asociativo. Allí Pron se explicita como narrador -y como lector- en “la tercera cara de la moneda”: dice que las dos piezas de la novela son parte de una constelación más amplia de textos cuyos personajes desaparecen, se recluyen, dejan atrás a los suyos pero en ocasiones también regresan. Entonces habla de sus lecturas e influencias: de la explícita de Nathaniel Hawthorne (por su relato «Wakefield») a Los caballitos del diablo. de Tomás González, de cómo hizo para hablar de Mánchester sin nunca haber estado allí.

Y recupera una cita de Devin Kelly, del libro “Repetitive Stress”, en el que se apela a reconocer las formas en las que sufrimos individualmente, “yo estoy sufriendo, ¿estás sufriendo tú también”, y la dificultad de una compensación en la borrosa y tensa relación de la ficción y la realidad.


Sobre la firma

Juan Manuel Mannarino

Fuente: Clarín.com

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