Cientos de soldados israelíes se desplegaron hoy en ciudades de todo el país y la policía cerró barrios palestinos de Jerusalén, en medio de una ola de ataques palestinos con cuchillos que hoy dejó otros dos agresores muertos y que las fuerzas israelíes no han podido detener pese a una extendida represión.
El despliegue militar y los retenes en barrios de Jerusalén del este fueron algunas de las medidas aprobadas anoche por el gabinete de seguridad israelí para lidiar con los ataques, que se inscriben en una ola de violencia iniciada el mes pasado y vinculada al sitio de Jerusalén más sagrado para musulmanes y judíos.
La escalada de agresiones, que este mes recrudeció, alcanzó ayer un pico con la muerte de tres israelíes en dos ataques con armas blancas en Jerusalén en los que dos de los agresores murieron baleados por fuerzas de seguridad. Un tercer palestino murió tiroteado por soldados en la ciudad de Belén, en Cisjordania.
Los palestinos afirman que la crisis es el resultado de casi medio siglo de ocupación israelí, y el presidente Mahmud Abbas aseguró hoy que su pueblo continuará con su resistencia y acusó a Israel de intensificar sus acciones violentas y de ejecutar extrajudicialmente a palestinos «indefensos» en las calles.
El gobierno israelí insistió hoy en que la violencia obedece a la incitación al odio contra judíos en las redes sociales por parte de grupos palestinos como Hamas o el gobierno de Abbas, afirmando que la crisis tiene poco de política y está más vinculada al antisemitismo y al deseo de desatar una guerra religiosa.
La mayor parte de los ataques ha sido cometida por jóvenes palestinos no afiliados a ningún grupo armado que al parecer actúan de manera espontánea.
Luego de una reunión de 10 horas presidida por el primer ministro Benjamin Netanyahu, el gabinete israelí aprobó movilizar a seis compañías de soldados hacia distintas ciudades del país para asistir a la policía, que por su parte informó que 300 de esos militares ya tomaron sus nuevas posiciones a su lado.
Además, también en línea con lo decidido por el gobierno, policías israelíes levantaron hoy retenes en accesos a barrios de Jerusalén este, la parte de mayoría árabe de la ciudad, que Israel ocupó en 1967, luego de llamados de nacionalistas a cerrar zonas donde vivían algunos de los autores de los recientes ataques.
El gabinete de seguridad israelí aprobó también la demolición de casas de atacantes palestinos sin derecho a que sean reconstruidas, la revocación de su permiso de residencia y la confiscación de sus bienes, informó la agencia de noticias EFE.
Pese a que Israel se anexó Jerusalén este en 1980, los palestinos que viven allí no son ciudadanos sino que tienen un permiso de residencia que les permite circular dentro del territorio nacional y votar solamente en las elecciones municipales de esa ciudad.
Los ministros israelíes decidieron, asimismo, aumentar las fuerzas operativas de la policía y contratar a 300 guardias de seguridad para el transporte público en Jerusalén.
En nuevos hechos de violencia, un palestino apuñaló hoy en el estómago a una mujer israelí cuando intentaba subir a un colectivo en la estación central de Jerusalén, antes de ser tiroteado y muerto por fuerzas de seguridad, informó la policía israelí.
Horas antes, fuerzas israelíes mataron a tiros a otro palestino en la Puerta de Damasco, uno de los principales accesos a la amurallada Ciudad Vieja de Jerusalén, en el sector este de la ciudad. El agresor murió tras intentar apuñalar a un agente, afirmó la policía israelí.
Desde el 1 de octubre pasado, siete israelíes murieron en distintos agresiones con cuchillos o armas de fuego, mientras que 32 palestinos fallecieron baleados por fuerzas israelíes, 14 de ellos identificados por Israel como autores de ataques y el resto mientras participaba de protestas o tiraba piedras a soldados.
Más de 1.600 palestinos resultaron heridos en el mismo lapso, según autoridades palestinas.
En muchos de los casos, testigos palestinos dijeron que los fallecidos no representaban ninguna amenaza y fueron muertos sin necesidad, en episodios equivalentes a ejecuciones extrajudiciales en plena calle.
El Departamento de Estado norteamericano, que ayer condenó los ataques palestinos contra israelíes, dijo hoy haber visto informes de «uso excesivo de la fuerza» por parte de Israel.
En un discurso televisado, Abbas acusó hoy a Israel de intensificar sus agresiones y de ejecutar a «palestinos indefensos» en las calles.
«No nos rendiremos ante las políticas de ocupación de Israel ni ante las de sus colonos, que aterrorizan nuestros lugares sagrados, a nuestras mujeres, nuestra tierra y ejecutan a nuestros jóvenes. Continuaremos con la resistencia pacífica y con nuestro derecho a defendernos», agregó.
Otros funcionarios palestinos también cargaron hoy contra Israel.
«Israel es un ocupante de Jerusalén. Debería poner fin a la ocupación. Esto es clave para la paz y la estabilidad», dijo Saeb Erekat, secretario general de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
«Decisiones como las adoptadas por el gabinete israelí echan nafta al fuego. Medidas de castigo colectivo y asesinatos y arrestos y demoliciones de casas y confiscación de tierras sólo conducirán a una escalada de la situación», agregó.
El embajador palestino en la ONU, Riyad Mansur, dijo por su parte que Israel actuaba de manera «salvaje».
Paralelamente, el gobierno israelí decidió que a partir de ahora no entregará a las familias los cadáveres de atacantes palestinos para que los entierros no se conviertan en manifestaciones que alienten a la violencia, anunció el ministro de Seguridad Interna israelí, Guilad Erdan, en un comunicado difundido hoy.
La violencia estalló el mes pasado alimentada por rumores de que Israel se aprestaba a adueñarse de la Explanada de las Mezquitas, sagrada para judíos y musulmanes, pese a las desmentidas del gobierno de Netanyahu.
En declaraciones a periodistas extranjeros, el ministro de gabinete israelí Yuval Steinitz dijo hoy que la violencia está menos relacionada con cuestiones políticas -la ocupación israelí- que con una incitación antisemita para desatar una guerra religiosa.
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