River aprovecha un momento de tranquilidad y confianza para no descolgarse de los de arriba

River va creciendo conforme avanza la temporada, pero no está todo lo pulido y afinado que le exigirá el tramo de las definiciones. Por ahora tiene tiempo y tranquilidad para alcanzar un nivel superior. Mientras tanto puede tomar como una anécdota el insólito gol que en la última jugada del partido se perdió el pibe Andrade. Sólo frente al arco definió con tanta debilidad que permitió la recuperación del arquero Acosta. Más que hablar del triunfo, los hinchas que salían del Monumental se preguntaban unos a otros si alguna vez habían visto algo semejante.

River no es tan imperfecto como ese deficiente toque del juvenil, que en un momento del semestre pasado parecía que le iba a discutir el puesto a D’Alessandro. Retrocedió varios casilleros en esa consideración, y hasta se le adelantó otro buen proyecto de volante ofensivo proveniente de las inferiores, Exequiel Palacios. Gallardo, de buen ojo y tacto para promover a los juveniles del club -el solvente zaguero Martínez Quarta es su último hallazgo-, deberá trabajar sobre la confianza y las condiciones de Andrade. Necesitará un respaldo similar al que tuvo el Pity Martínez, cuyas lagunas en algún momento impacientaron a los hinchas, quienes esta semana quedaron rendidos a su gambeta y profundidad para romper las defensas de Lanús y Belgrano. Ese es el volante que River le compró en una cifra millonaria a Huracán. La clase de futbolista que puede decidir el destino de un partido.

A River le trae beneficios ser generoso. Lo es con planteos ambiciosos y con la vocación de ocupar campo rival con volantes que se buscan para tejer el juego. Y también lo fue al ceder a Lucas Alario ante la convocatoria de emergencia que recibió del seleccionado. No estaba resignando una pieza más. Es el delantero que se adaptó más rápido de lo que se tarda en llegar desde Santa Fe (Colón) hasta Núñez (River). Gallardo lo necesita tanto que el equipo no había ganado por el torneo local sin Alario desde hace casi una eternidad. Fue en septiembre de 2015, un 1-0 a Crucero del Norte en Misiones. Pasaron 18 meses para volver a festejar un triunfo sin el concurso de este Alario que sigue en el radar de equipos europeos y que debió pensar mucho la negativa a la mareante oferta económica que hace poco recibió del fútbol chino.

Sin los lesionados Mora y Larrondo (¿algún día saldrá de su doble condición paciente

convaleciente?), la delantera de River fue una polarización generacional: cuando el uruguayo Alonso (el 10 de abril cumplirá 38 años) debutaba en la primera (1998) de otro River, el de Montevideo, Driussi (21) tenía dos años.

Al veterano Alonso le hacen falta varias oportunidades de gol para aprovechar una. Ayer ni siquiera pudo con esa proporción para aportar un tanto: un par de cabezazos y un remate de derecha se le fueron desviados. A veces se quedó reclamando una asistencia que no le llegó. Su estancia en River está bastante amortizada desde que ingresó en la final de la Copa Argentina y convirtió el que terminó siendo el gol de la victoria frente a Rosario Central.

Igual, Alonso es valioso tácticamente. Tira desmarques, se mueve mucho sobre la línea del off-side y se ofrece para hacer de pivote, como en el segundo gol, con un toque que prolongó la proyección de Casco, que buscó la entrada frontal de Martínez, ejecutor de un zurdazo seco y rotundo.

Al ser reemplazado, Alonso se llevó unos cuantos aplausos por su versión solidaria y sacrificada. River tiene la ventaja de jugar en un ambiente bastante libre de histeria, algo poco frecuente en nuestro fútbol. A partir de la condición de intocable de Gallardo, que ejerce de supremo, el equipo se beneficia de una tolerancia general. No hay murmullos si durante lapsos prolongados le cuesta crear situaciones de gol, sufre con algunos contraataques (Batalla estuvo imponente al atorar una entrada de Bieler) y el primer tiempo se le va en un 0-0 que sólo lo tuvo punzante y agresivo en una ráfaga de cinco minutos.

Lo que había insinuado esporádicamente lo concretó con un fulminante arranque en la segunda etapa: a los 35 segundos, Driussi empalmó una jugada que se había empezado a despejar con una certera apertura de Martínez a Rojas, que envío el centro. La acción fue tan relampagueante que hace falta una repetición televisiva para advertir que la definición de Driussi pega en un poste y se mete tras rebotar en el arquero Acosta. Una secuencia como para concluir que fue gol en contra, aunque otro consenso se lo da a quien es el máximo anotador del torneo, con 11.

Si Andrade fue acreedor a la incredulidad negativa de la noche, el zaguero Lema se anotó la más positiva, con una doble pared para limpiar camino y definir con un remate bajo. Como si tuviera la clase de Baresi y la determinación de Piqué.

River sólo se puso un poco nervioso porque unos hinchas mal ubicados en lo más alto de la tribuna Centenario demoraron el reinicio tras la igualdad cordobesa. Pero la mente la mantuvo suficientemente clara para volver a marcar diferencias con el buen gol de Martínez. Había sido superior a su rival y era lógico que ganara. Lo único increíble fue el gol que dilapidó el pibe Andrade.

Fuente: La Nación

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