El concepto puede ser demasiado remoto aún para la Argentina, pero cuando en las naciones desarrolladas hablan del “futuro del trabajo”, la idea está indisolublemente unida al temor de que la inteligencia artificial y la automatización reemplacen a grandes franjas de empleados.
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Sin embargo, no todos predicen días oscuros por delante. El profesor de la Universidad de Iowa, Benjamin Hunnicutt, estudió durante décadas la historia del trabajo, la tecnología y el ocio. Y ahora forma parte de un grupo de expertos y académicos de consulta frecuente cuando se trata de pensar cómo será la llamada era del “post trabajo”, una época que nadie puede predecir si es lejana o cercana, pero en la que el trabajo ya no ocupará un rol central de la vida de una familia ni de un país. De hecho, en Estados Unidos los salarios se fueron convirtiendo en las últimas décadas en una parte cada vez más pequeña del PBI.
En diálogo con LA NACION desde Iowa, Hunnicutt advirtió también otras señales del presente. Muchas personas, y especialmente las generaciones más jóvenes, ya no quieren que su vida se centre únicamente en sus trabajos, y gran parte de los jóvenes son también menos materialistas que las generaciones anteriores. “Prefieren sumar experiencias en lugar de comprar cosas. No se imaginan pagando una hipoteca durante toda la vida”, afirmó.
Dialogar con Hunnicutt es “pensar fuera de la caja”, abrirse a un futuro quizás aún distante, pero en germen, que se moverá con otros parámetros. Pero el profesor de Iowa también reflexiona sobre los cambios históricos, la situación actual, y las formas posibles de atravesar la transición.
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Desde su experiencia personal, recordó su trayectoria desde los tiempos de su juventud cuando pasaba varias horas al sol en la plantación de tabaco de Carolina del Norte trabajando en la cosecha, al presente en que esa tarea la realizan las máquinas, mientras que él en Iowa combina su labor docente y de escritor con el hobby de la carpintería en su casa.
-Elon Musk despidió recientemente a la mitad de su personal en Twittter y también otras empresas se desprenden sin mayores dificultades de miles de trabajadores. ¿Cómo se concilia ese fenómeno con el compromiso total que las compañías esperaron habitualmente de sus empleados?
-Yo lo considero como una de las contradicciones intrínsecas del sistema. Mientras las empresas tratan de eliminar tantos empleos como sea posible para maximizar sus beneficios, a la vez necesitan hacer propaganda del trabajo como algo central en la vida de las personas para obtener el mayor rendimiento. Pero con la cuestión de la tecnologización y la automatización algunos dicen que en realidad estamos enfrentando el final del mundo del trabajo. Yo no iría por ahora tan lejos, pero evidentemente hay una dinámica en esa dirección.
-Históricamente el trabajo ha servido para tres objetivos: producir bienes, que la gente tenga ingresos y, para muchas personas también es algo que da sentido a sus vidas. ¿Cómo hacer la transición hacia un mundo donde el trabajo humano será algo menos relevante?
-Una posibilidad podría ser avanzar en el “work sharing” (compartir el trabajo). El presidente Franklin Roosevelt impulsó esa idea durante la Gran Depresión de los años 20 cuando el desempleo alcanzó el 25%. Él propuso reducir la jornada laboral para que los desempleados pudieran encontrar nuevos trabajos. Así por ejemplo la compañía Kellogg redujo de 8 a 6 la jornada laboral, con cuatro turnos de seis horas. Eso significó contratar un turno completo de personas, y permitió dar empleo a más gente. Ahora en Europa también hay movimientos para trabajar cuatro días a la semana, o 30 horas semanales. Pero el proceso de la reducción de la jornada laboral se fue frenando y muchos gobiernos volvieron a proponerse la creación de nuevas fuentes de trabajo, lo que creo que es una tarea titánica, y finalmente imposible, que marcha en contra de un proceso natural e irremediable. Creo que debemos avanzar hacia la idea de que el progreso de un país es mucho más que estar creando infinitamente más trabajos o más riqueza.
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-¿Qué otras ideas entonces existen de “progreso”?
-“Progresar” es también avanzar hacia una mejor convivencia humana, generar herramientas para que las personas puedan compartir sus vidas sin estar compitiendo permanentemente unos con otros. No se trata de una utopía. La visión utópica es creer que se puede seguir eternamente generando más y más trabajos cuando la tecnología se ocupa cada vez más de las tareas que realizan las personas. Tarde o temprano vamos a tener que llegar a la conclusión de que el pleno empleo a tiempo completo de todos los habitantes no es algo posible, y tendremos que caer en la cuenta de que nuestro mayor desafío como seres humanos es, por ejemplo, “trabajar” en cuestiones que mejoren la convivencia. Creo que eso es un sueño de todo el mundo occidental.
-En este sentido, usted habla de la necesidad de desarmar la “religión del trabajo”. ¿Cómo es esa idea?
-En los últimos siglos el trabajo se convirtió en lo más importante de una nación, se creó una verdadera “religión del trabajo”, en vez de considerarlo como un medio para un fin, que es que la personas tengan una vida más feliz, que puedan desarrollar su creatividad y tener tiempo de calidad con familia y amigos. Todo eso está bajo amenaza en un mundo donde el centro es el trabajo. Por otra parte, los empleos mejor remunerados de la actualidad no siempre se corresponden con tareas que signifiquen un mayor bien social. La crianza de los niños y el cuidado de los enfermos es un trabajo esencial, y la mayoría de las veces están mal pagos o no se compensan en absoluto. En el futuro, las personas tendrían que poder disponer de más tiempo para su desarrollo como personas y para estar más tiempo con sus familias y amigos; el orgullo provendría de nuestras relaciones más que de nuestras carreras.
-¿Y con qué ingresos se mantendría esa sociedad?
–Yo no hablo del fin del trabajo sino de un proceso de transformación más amplio. Tarde o temprano, con el correr del tiempo, llegará el momento en que las máquinas reemplazarán la mayor parte de las tareas que hacemos ahora las personas, desde taxis y aviones que se manejarán solos hasta labores humanísticas que realizaremos con máquinas. Será entonces quizás el momento de pensar en lo que hoy llamamos salario y seguro de salud universal. Los gobiernos deberán brindar algún tipo de redes de contención económica en esas sociedades.
-En este proceso de transformación del mundo del trabajo, en su libro The age of experiences usted habla de un creciente fenómeno económico actual, el de gente que genera ingresos brindando experiencias a los otros. ¿Podría profundizar el concepto?
-Uno de los sectores económicos que más crece en todo el mundo no es la producción de manufacturas o servicios, sino la generación de experiencias. La “experiencia” puede ser desde el servicio que ofrece un parque de diversiones, shows o entretenimientos, hasta un fenómeno como Airbnb. Hace poco estuve en Roma y con Airbnb contraté los servicios de una familia italiana que me llevaba con ellos a recorrer las calles de la capital italiana. Mientras caminábamos, me contaban historias de la ciudad, y luego me llevaron a la casa de su abuela, la nonna, que nos mostró a los visitantes cómo hacer pasta y cómo beber vino. Era gente real compartiendo su vida con gente real. Eso que le generó a la familia un ingreso de unos cientos de dólares fue una de mis mejores experiencias en Roma. El gran atractivo de la “experiencia” es que recupera algo que perdimos: la socialización, la convivencia.
-Usted también habla de una evolución de la idea del ocio en una sociedad en que el trabajo ya no ocuparía un rol central…
-Efectivamente, cuando las máquinas realicen la mayor parte de las tareas que hacemos hoy los seres humanos, la idea de trabajo y de ocio se fusionarán. Las personas podrán utilizar su tiempo libre para desarrollar su creatividad o su talento artístico o humanístico, ofreciéndose para tareas comunitarias, remuneradas o no. En ese sentido, el tiempo dedicado a un trabajo podría terminar convirtiéndose también en tiempo de ocio. Creo que así podremos acercarnos mucho mejor a esa aspiración de que el trabajo sea un medio para que las personas sean más felices.
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Fuente: La Nación
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