De suyo, a estas alturas del año se imponen dos clases de notas: un resumen de lo que pasó en los últimos 365 días o un anticipo, usualmente previsible, de lo que vendrá. Esta vez, y puesto que nos encontramos en otra de esas bisagras tecnológicas que marcan el rumbo de la industria (y en no menor medida, de la civilización), les propongo un ejercicio diferente. Veamos en qué andábamos hace tan solo diez años. Preparen pochoclo y también la cajita de pañuelos, porque habrá algunos momentos de nostalgia intensos.
En 2013, por ejemplo, Microsoft lanzó Windows 8.1. En octubre, para más datos. Estábamos en medio de ese momento complejo en que muchas grandes corporaciones se dieron cuenta de que Apple y el iPhone les habían cambiado por completo las reglas de juego. El iPhone había salido seis años años, y sobre esa ola imparable (que destronó a Motorola, Nokia y BlackBerry), apareció la iPad, en 2010. En 2013 era todo mobile first, y Windows 8.1 sufría esa dualidad insufrible de lo que no termina de ser ni lo uno ni lo otro.
Ese año Barack Obama ganó su segundo mandato, en enero, y posteó una foto en Twitter que, durante unos dos años fue la más retuiteada de la historia. Hasta que Elene DeGeneres publicó aquella selfie perfecta en los Premios Oscar del año siguiente. Era la época en la que Twitter todavía era relevante.
El año 2013 será recordado por las explosivas revelaciones de Edward Snowden, que puso en manos de tres periodistas de The Guardian (de los que en 2015 entrevisté a dos) las pruebas de la vigilancia masiva e indiscriminada que llevaba adelante la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA por sus siglas en inglés). Una década después, ni hemos aprendido la lección ni la situación ha mejorado en nada. También el iPhone terminó de derribar el derecho constitucional a la privacidad, dando paso a las redes sociales, donde vertimos sin reflexionar una tan descomunal cantidad de información que le facilitamos mucho el trabajo no solo a la vigilancia estatal, sino también al crimen organizado.
En 2013 salió Grand Theft Auto V, un videojuego que se convertiría en el producto de entretenimiento que más rápidamente se había vendido en la historia, con despachos por 800 millones de dólares solo en el primer día. Pocas cosas duran mucho en esta industria, pero el GTA sigue vivo y saludable (si me permiten la chanza), y este mes se dio a conocer la nueva versión, la VI, que se espera que salga en 2025. Fue casi lo único que en 2023 movió la aguja y que no tenía las palabras inteligencia y artificial en el título. Es que los videojuegos vienen usando IA desde hace tres décadas.
La impresión 3D es una de las tecnologías que tenía a todo el mundo (bueno, casi) muy entusiasmado; a principio de 2013 habían logrado imprimir tejido vivo y uno de los anticipos era que se podría usar esta tecnología para crear órganos a pedido para pacientes que necesitaran trasplantes. El experimento de 2013 recreó una oreja humana. Pues bien, el primer trasplante de esa parte del cuerpo se hizo diez años después, en febrero último. Lo que viene a demostrar que no todo y no siempre en nuevas tecnologías va tan rápido como solemos creer.
En 2013, lo recordarán con prístina claridad y como si fuera ayer, Jorge Bergoglio fue elegido papa; fue el número 266 en la historia y eligió el nombre Francisco. Pero pasó algo más: las redes explotaron y los sitios de noticias argentinos colapsaron por el número inaudito de visitas.
Un último dato que, sin mala intención, les dará algún escalofrío, pero sobre todo dejará a la vista que la dirigencia casi nunca está a la altura para hacer lo que debe hacer. En mayo de 2013, la Organización Mundial de la Salud bautizó un nuevo virus descubierto en Medio Oriente. Le puso MERS, por Middle East Respiratory Syndrome. Era un coronavirus.
Fuente: La Nación
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