El futuro no espera, y tampoco avisa

Nuestro problema con el futuro no es solo que somos muy malos para anticiparlo (las colonias espaciales y los autos voladores siguen ausentes, digamos), sino que ni siquiera podemos entenderlo. Existe para cada generación y muy probablemente para cada individuo un horizonte de futuro, establecido sobre la base de sus experiencias, su momento histórico, sus expectativas y sus paradigmas. Jules Verne acertó con el viaje a la Luna, pero no con la tecnología para lanzar el cohete.

Julio Verne acertó hasta en los cálculos de la trayectoria del viaje a la Luna, pero no en la tecnología del lanzador
Julio Verne acertó hasta en los cálculos de la trayectoria del viaje a la Luna, pero no en la tecnología del lanzador

Si alguien subiera a mi abuelo Torres a la máquina del tiempo y lo trajera aquí, pese a lo astuto que era y a su legendaria inteligencia para hacer negocios, casi nada de lo que ocurre le entraría en la cabeza. Venía de una ría gallega en la que, según me contaba, todavía quedaban resabios de la Edad Media, como el trueque, y no había electricidad ni gas ni agua de red. Su mayor fascinación era el teléfono; por eso en casi todas las fotos se lo ve posando como el tubo en la oreja. El poder hablar con alguien que estaba a 15 cuadras (algún proveedor de su bazar, pongamos) sin movilizarse era lo más lejos que podía imaginar que podíamos avanzar. Ese era su horizonte de futuro. Un smartphone le habría parecido demoníaco. O insensato.

Proyecciones

Todos tenemos un horizonte de futuro y, en el mejor de los casos, algunos escritores doblegan sus prejuicios, su clima de época y sus valores más arraigados para ver más allá. A veces lo logran (ClarkeLemHeinleinSilverberg, a veces Farmer); a veces, no. Pero lo que llamamos futuro no es sino una proyección del presente, un poco más cromada y con algún detallecito cool. Pero el futuro no funciona así. En términos de miopía, no hay ninguna diferencia entre las pantallas de aspecto ultra futurista de Avatar o la interfaz 3D con que Tony diseña sus trajes de Ironman y las tarjetas perforadas que se ven en esas viejas películas de ciencia ficción cuyo nombre hemos olvidado. En los tres casos son extrapolaciones.

Clarke, uno de los pocos que, cuando todos decían que Internet era una moda pasajera, anticipó casi todo lo que hacemos hoy con la Red
Clarke, uno de los pocos que, cuando todos decían que Internet era una moda pasajera, anticipó casi todo lo que hacemos hoy con la RedRobert Nickelsberg – Hulton Archive

Primera regla, el futuro no es una extrapolación.

El segundo obstáculo está en que los cambios técnicos no vienen solos. En muchos casos impulsan fenómenos económicos planetarios (la Revolución Industrial, por ejemplo) y en otros son causados por necesidades sociales (el dinero, la refrigeración de alimentos, incluso la moda).

En no pocas ocasiones (acabamos de salir de una de esas circunstancias, con la pandemia), un cambio técnico le da a la civilización las herramientas para mantenerse a flote en medio de una catástrofe. Pero la pandemia, que nadie vio venir (aunque la dirigencia debería haber estado preparada; tuvo más de un siglo para prepararse), catalizó un tipo de trabajo que la mayoría de los empleados rechazaba con repugnancia antes del Covid. Es decir, el teletrabajo. Ahora lo abrazan con fruición y un economista de Stanford ha llegado a decir que eso de “volver a la oficina” ya murió.

Este inesperado y profundo cambio en las reglas de juego es a su vez un disparador de otros resortes, desde los inmobiliarios hasta los relacionados con el transporte, por citar solo dos. Estos dos, a su vez, pueden producir una imprevisible reacción en cadena en diferentes órdenes, incluido el técnico.

Tres rasgos

Así que llamamos futuro a una imagen nebulosa que, cuando escampa, no tienen nada que ver con lo que preveíamos y que nos resulta por completo ajena. La tecnología tiene un rol importante en estos movimientos y en eso que llamamos futuro, pero de ninguna manera es la única clave. Por eso seguimos sin tener escenas urbanas como las de la ciencia ficción, con coches volando y robots mezclados entre los transeúntes. Por eso también las distopías funcionan siempre un poco mejor; porque en nuestras imaginación, como dijo Manrique, todo tiempo pasado fue mejor. (Insisto, en nuestra imaginación. El verso dice: “cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor.”) Por este sesgo, las distopías suenan un poco más verosímiles. Eso es todo. En términos de futuro es igual de delirante la excelente Gattaca que la tierna Wall-E. (Dicho sea de paso, sí, Manrique escribió “cualquiera tiempo pasado”.)

Uma Thurman y Ethan Hawke en Gattaca
Uma Thurman y Ethan Hawke en Gattaca

A cambio de autos voladores y robots humanoides que viven con nosotros tenemos taxis autónomos, que en agosto causaron una gigantesca congestión de tránsito en San Francisco. Muy lindo, porque nos enseña que lo malo del tránsito también se puede automatizar.

No podemos anticipar algo que no comprendemos. En el mejor de los casos, podemos dar un paso minúsculo a muy gran escala (el smartphone) que resulta en una explosión de alteraciones en todos los órdenes: desde cómo trabajamos (WhatsApp) y nos relacionamos (Facebook) hasta cómo hacemos periodismo o filmamos películas.

Como esta es una columna de tecnología, hay tres rasgos que, desde las hachas de pedernal para acá, permiten detectar por dónde vendrán los desarrollos que van a quedarse. Primero, incluyen en lugar de excluir (MercadoPago). Segundo, te causan rechazo, pero no tenés ninguna razón para explicarlo, salvo el clásico “siempre lo hicimos así” (el teletrabajo). Tercero, cambian el balance de poder (la agricultura, en su momento, que le quitó poder al brujo y se lo dio al meteorólogo; las redes sociales no habrían prosperado desde una computadora de escritorio).

El futuro se va armando en nuestras mentes con palabras y frases sueltas; conceptos como "redes neuronales", que se instalan en el discurso mucho antes de que sepamos cómo funcionan en realidad
El futuro se va armando en nuestras mentes con palabras y frases sueltas; conceptos como «redes neuronales», que se instalan en el discurso mucho antes de que sepamos cómo funcionan en realidadShutterstock

¿Y qué pasa con la inteligencia artificial? Oh, bueno, dije todo lo anterior apuntando a eso. Mi mejor consejo es que vayamos poniendo las barbas en remojo. Porque lo que se viene en este campo va a estar, de nuevo, más allá de nuestra comprensión. Nos va a causar rechazo. Nos va a encontrar diciéndonos que no es viable, porque siempre hicimos las cosas de otro modo. Y cuando nos queramos acordar esa persona que creíamos que por edad o por clase social no podía aprovechar estas tecnologías –un prejuicio común, pero lamentable– estará oyendo su música en Spotify o cargando créditos para el servicio de red neuronal que tiene contratado. Cualquier cosa que esto último signifique cuando llegue. Pero el poder, de nuevo, habrá cambiado de manos.

Ariel Torres

Fuente: La Nación

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