Los votantes no toman sus decisiones en un mundo pasteurizado. Tampoco lo hacen manipulados por el “marketing político”, que suele ser sólo un fraude inocente. No es cierto que a esta distancia de los comicios algunos han decidido definitivamente cómo votar y otros esperan estudiar cuales son las propuestas de los candidatos para decidirse por cualquiera de ellos. Los electores viven en complejos entramados de valores, actitudes, creencias, intereses y necesidades compartidas con su entorno, que conversa permanentemente sobre todo eso y termina determinando la decisión política del individuo.
Las investigaciones, además de averiguar por quién vota el encuestado, trabajan sobre otras informaciones que permiten descifrar qué tan inamovible o frágil es su decisión. En nuestro caso, combinamos investigaciones cuantitativas y cualitativas para elaborar modelos que permiten comprender el tema mas allá de lo coyuntural. Cuando los encuestados votan por un candidato y responden de manera coherente con esa posición a las preguntas que conforman el modelo, podemos hipotetizar que son votantes duros, no cambiarán de preferencia. Sus actitudes generalmente son anteriores a las elecciones.
Quienes dicen que Mauricio promovió a Cristina porque le servía para derrotarla, no se acuerdan de que hace menos de dos años ganó la presidencia por un margen muy estrecho frente a Daniel Scioli, que representaba a un porcentaje importante de argentinos que comparten creencias y visiones del mundo que no se evaporaron por arte de magia.
Si alguien vota por Cristina y está vinculado a la economía informal, produce o vende mercaderías con marcas falsificadas, vive de subsidios, o es parte del millón de personas vinculadas al narcomenudeo en la Ciudad y en la Provincia, es probablemente un votante duro. No decimos que todos los partidarios de Cristina vivan en esas circunstancias, sino que quienes las viven pueden respaldarla con más firmeza. Desde otro punto de vista, si el encuestado tiene poca información de lo que ocurre en el mundo, cree que sería mejor que todas las empresas fueran estatales para que subsidiaran sus productos, cree en líderes mesiánicos, votará fácilmente por el populismo.
Hay un porcentaje importante de electores que vive en la pobreza, pero no atribuye su situación a la desidia de quienes gobernaron el país y la Provincia en las últimas décadas, sino que la acepta como un sino inevitable. En investigaciones realizadas por alguna universidad encontraron que estos pobres no tienen esperanza de que mejore su situación, y normalmente no hacen esfuerzos para que sus hijos estudien y se preparen para un futuro que parece inalcanzable. Hay también otros elementos que permiten detectar el voto duro de este tipo: si el encuestado es un firme defensor de los derechos humanos y además respalda a la dictadura militar venezolana sólo puede votar por Cristina o por alguna versión arcaica de la izquierda. Es un voto imposible para cualquier candidato que analice racionalmente la política.
En el otro extremo hay un voto duro de Cambiemos que tiene como factor común la esperanza. Sientan o no que las cosas están mejor que hace un año, están convencidos de que es indispensable cambiar las cosas. Suponen que volver al peronismo en cualquiera de sus variantes es volver al pasado. Cuando los que votan así son pobres, son lo que la investigación mencionada llama “pobres aspiracionales”. No tienen cloacas, no tienen agua, no tienen empleo, pero creen que sufren esas condiciones por la corrupción o la incapacidad de quienes gobernaron la Provincia durante las últimas décadas. Creen que es posible vivir mejor y, a pesar de sus pobres recursos, gastan lo que pueden para que sus hijos estudien, progresen. Hay también bastantes jóvenes que estudian, viajan, ven que el modelo estatista de la economía subsiste solamente en países como Corea del Norte, Cuba y Zimbabwe. Tienen una aversión instintiva a dictaduras militares como la venezolana, o a gobiernos teocráticos como el de Irán. Si además votan por los candidatos de Cambiemos suelen ser votos duros.
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