El principal motivo de ansiedad: con qué nos encontraremos cuando podamos volver a salir a la calle

“A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra, a nosotros sólo nos piden que nos quedemos en casa”. El lema que idearon los italianos para intentar frenar una pandemia que allí se muestra más desbocada que en ningún otro lado resulta inapelable. No existe punto de comparación entre la Segunda Guerra Mundial y una cuarentena de dos semanas en casa. Y mis abuelos no fueron a la guerra, pero pudieron haber muerto unos años antes de que comenzara si no hubieran decidido escaparse rumbo a la Argentina. Podrían haber terminado en algún campo de concentración -como el de Sachsenhausen, que recorrí dos semanas atrás cuando estuve en Berín- o haber sido descubiertos en algún escondite -como el de Ana Frank, que pude visitar durante el paso por Ámsterdam-. Historias de resistencia son esas, aunque la mayoría haya terminado mal. Esto es otra cosa, muy distinta. Tan desconocida que puede generar ansiedad y hasta en algún momento cierto grado de desesperación. Ya no por los días que quedan de encierro, sino ahora por las dudas y el temor que genera no saber con qué nos encontraremos cuando podamos volver a salir a la calle.

Se acaba de cumplir la primera semana desde que volvimos de viaje y nos recluimos en casa. Al principio parecíamos una especie exótica, ahora pertenecemos a una mayoría silenciosa. Y así como nosotros desearíamos salir a dar una vuelta, muchos amigos me hicieron saber que preferirían poder quedarse en sus casas, asustados por la posibilidad de contagio. El tema es que muchos de los que elegirían permanecer en sus casas no pueden darse ese lujo. Aunque, claro, acá tampoco hay demasiados lujos.

Los especialistas explican que es natural que nos sintamos ansiosos. Desde su propia cuarentena, mi amigo Leandro, que es psicólogo, me explicó que “el cambio de rutinas y de entornos, el sedentarismo y la falta de contactos sociales pueden generar ansiedad. La sensación de no estar haciendo algo productivo, también. La falta de estructuración del tiempo o horarios y de tareas, la dificultad para diferenciar el entorno familiar del laboral…». Cualquiera que nos conoce sabe que no acostumbramos hablar de estos temas, sino de otros mucho menos psicológicos. O quizá no tanto.

No es necesario recurrir a la psicología para entender los desafíos que generan tantos cambios. En los humanos y en los animales. En casa, de hecho, la que más parece sufrir el encierro es Luna, la perra callejera que nos trajimos de Córdoba hace 11 años. ¿Cómo explicarle por qué se quedó sin paseos? Quizá se haya dado cuenta de que nosotros tampoco salimos, pero no encontré forma de contarle que tres paseadores del barrio se negaron a sacarla a dar unas vueltas cuando les dijimos que estábamos en cuarentena. Recién al quinto día encontramos a Daniel a través de Twitter. Hizo 38 preguntas sobre Luna y sobre nosotros, pero finalmente aceptó. Si no fuera porque lo necesitamos una semana más, lo recomendaría para hacer los controles en las fronteras.

La ansiedad no es sólo de los que estamos encerrados. Es también de los que hacen dos horas de fila en el supermercado por miedo al desabastecimiento. ¿Tendrán las mismas palpitaciones que sentimos nosotros cuando la compra online parece estar a punto de concretarse después del vigésimo intento? La compra del súper, no de las entradas para la final de una Copa del Mundo.

El contacto directo con el exterior es limitado. Sólo una ventana da a la calle, en la planta baja. Qué otra cosa podría haber justo enfrente que no fuera un supermercado chino. Siempre tan a mano, ahora tan inalcanzable. Esa es ahora la ventana de las visitas. Hasta el novio de mi hija parece simpático a distancia y del otro lado del vidrio. Los que pasan a saludar son bienvenidos. Si traen provisiones, mucho mejor. ¿Por qué será que todos pensaron que necesitaríamos huevos? Llegamos a contar 44 en la heladera. Hervidos, fritos o en budines ya fueron consumidos.

En estos días de encierro no hay margen para más sobresaltos. Por eso el lunes a la mañana, cuando se cortó la luz, las respiraciones de todos los miembros de la familia se paralizaron. Al parecer había hecho un cortociruito el lavarropas. No podemos arriesgarnos a que se repita, por lo que el lavado de la ropa deberá esperar a que termine la cuarentena.

Al cabo de una semana, no podría decir si fueron más fáciles los días de lluvia o los soleados. Las mañanas o las noches. Un miércoles o un domingo. Debe haber habido diferencias, pero no llegué a percibirlas con claridad. El trabajo debería haber servido para ordenar horarios y marcar rutinas, pero no terminó de lograrlo. Todo se superpone hasta ahora en una secuencia caótica.

Como decía al principio, mi mayor preocuación consiste en qué podré hacer el miércoles próximo. Ya le prometí a Luna que saldremos a dar un largo paseo. No me animaría a proyectar mucho más. Me gustaría pasar a saludar a mis viejos, ir al trabajo como un día cualquiera y compartir un asado con mis amigos. Nada especial. O quizá sí.

Fuente: Infobae.com

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